María Barranco y Raúl Prieto
MÓVIL
Sin cobertura
Por Alejandro Cabranes Rubio
Sin cobertura
Por Alejandro Cabranes Rubio
Este invierno Miguel Narros se atrevía con Pirandello con Así es (si así os parece), dibujando un panorama humano en el que la práctica del acoso y la intolerancia han arraigado en una sociedad que busca realidades tangibles. La relatividad de las percepciones posibilitaba la falta de acuerdo. La distorsión llegaba de la mano de un espejo deformador. Incluso el personaje más misterioso quedaba definido en la primera escena con la proyección ampliada de su sombrero en un panel.
Meses después Narros sustituye al autor de Seis personajes en busca de autor por Sergi Beldel. Evidentemente el nuevo texto no resiste comparación en cuanto a la calidad literaria, pero no por ello hay que desdeñarlo: las funciones son válidas/ rechazables por sí mismas no en comparación con otras. Antes al contrario demuestra la coherencia interna del director y su concepto de la puesta en escena. Si en Así es (si así os parece) apostaba por composiciones asimétricas que realzaban la falta de armonía que provocaba la desazón, en Móvil los personajes pasean por el escenario casi sin inmutarse de que otros circulan también por allí. Hay demasiadas distancias entre ellos, como evidencia el hecho de que Claudia (Nuria González), una ejecutiva pragmática, esté en un otro extremo de la tabla y su hijo Jan (Raúl Prieto) -sometido por la voluntad de su madre- en el otro ¿comunicándose? por el móvil. Hombres y mujeres seguros de sí mismos/as que vampirizan a hombres y mujeres en teoría más indefensos y que son abandonados a su merced. Rosa (Marina San José) ha sufrido el menosprecio de su novio y Narros la coloca tras un panel con rejas, convirtiéndola en prisionera de sus emociones. Mientras su madre Sara (María Barranco) se debe reponer de un divorcio, que la ahogado en la más terrible soledad. En registros distintos, Así es (si así os parece) y Móvil hablan del miedo a enfrentarnos a nuestra imagen, a nuestra propia coyuntura vital, al totalitarismo que se desprenden de las relaciones sociales y afectivas y de la vida moderna… El hecho de que Chema León, uno de los tres protagonistas de Así es (si asi os parece), preste su voz en off refuerza otro paralelismo más: los personajes hablan sólo consigo mismos, a pesar de que se dirigen a otros que simulan escucharlos…a través de sus móviles. Como si fuesen –y si se me permite la comparación- los personajes de una pieza de Pinter monologan con ellos mismos cuando interpelan a otros, proyectando en sus preguntas y sentencias sus propios sin sabores.
El atentado del que salen ilesas Rosa y Claudia pueden también realzar paralelismos con un bluff llamado Crash (2005) en el que unos personajes colisionan entre sí y la necesidad de comunicación los libran de ataduras emocionales y de corsés que perpetuaban la tragedia humana. Ahora bien, donde la película ganadora del Oscar combinaba sin acierto el relato existencialista y el navideño (con un tono new age bastante cargante) con una puesta en escena plúmbea (al tener casi todos sus planos desenfocados el recurso pierde efectividad expresiva), Miguel Narros nos regala una dirección ajustadísima, que se distingue por la concreción de las composiciones. Pienso por ejemplo en la secuencia inminentemente posterior a la que Rosa por teléfono a Jan –pensando que se dirige a su madre- que ha mandado a la mierda a su padre y novio; en la que Jan reproduce para Sara esa conversación mientras Rosa los observa: el acercamiento emocional entre Jan y Sara se ha producido gracias a la intervención de Rosa. En ese mismo sentido escénico y dramático, Narros trabaja la escena en la que Jan inicia su liberación como persona al prescindir de su madre: Jan recibe la llamada de Rosa y entre ellos se sitúa Claudia: la salida de ésta de la tabla subraya que ella va a dejar de estar en medio de cada instante de la vida de su hijo. Más adelante en el que ya la felicidad de éste es plena, Claudia sentada da la espalda al público…como si desaprobara esa situación.
La libertad sólo se puede producir rompiendo cadenas como la que formaba Narros en la escena antes aludida; barreras que aíslan de todo calor humano; como le ocurre a Jan, rodeado de un círculo focal que lo aísla del resto del reparto cuando sufre una accidente: los cordones propician las catástrofes morales y físicas. El ruido constante de los móviles potencian esa sensación de incomunicación y soledad. ¿Es casualidad que mientras Sara intenta localizar al aparato a Rosa los demás personajes pasen detrás suyp sin que ella ya no contacto físico, sino incluso visual; o que la primera vez que coinciden en una habitación Rosa y Claudia estén tan apartadas la una de la otra? Sólo los abrazos íntimos entre Rosa y Jan; o entre Rosa y Claudia permiten vislumbrar al final una esperanza vana… ¿Será ese atisbo de candidez lo que ha irritado a determinados críticos alérgicos a todo lo que huela a consolador?
No sé si esa candidez del final resta méritos a la función, pero lo cierto es que está presenta de entrada cuatro cualidades. La primera abrir los interrogantes y reflexiones que he trazado en estas líneas. La segunda ajustarlas a una escenografía efectiva, atenta a la definición emocional de las situaciones. La tercera, matizar a sus personajes para evitar las simplificaciones del teatro de tesis. Por ejemplo, la agresiva Claudia revelará su fragilidad mientras que los más sumisos Sara, Jan y Rosa sacarán fuerzas de donde nos las tenía, y se rebelarán. Rosa es una víctima, pero también demuestra que sabe herir. El indefenso Jan admite desear la propia muerte de su madre… La cuarta cualidad está relacionada con la efectividad de los intérpretes. Raúl Prieto, haciendo gala de un trabajo corporal complicado (y que por lo que se ve no han sabido apreciar algunos), se desprende orgánicamente de todos sus instintos enterrados, bailando, logrando acentuar su falta de estabilidad emocional. Nuria González borda sus momentos de mandona, pero también sus carencias… Marina San José y María Barranco, sin estridencias, logran transmitir esa sensación de cotidianidad necesaria para hacer verosímil a una historia en la que junto a esa inocencia final se cuele también algún chiste fácil, una cierta aceleración –que no queda justificada ni siquiera por el frenesí de la historia-, y cierto interés por “impactar” a toda costa. Se tiene la sensación de que los responsables sacan el mejor partido a un material con apuntes de interés, pero con algunas facilidades: actores y director están por encima del libreto de Belden y por eso logran darle vida. Las rémoras apuntadas no impiden a Móvil ser una fábula sobre la búsqueda de su identidad, como en cierta medida también lo era en un registro más abstracto y sutil Así os (asi os parece), sendas digresiones sobre el misterio de estar vivos en mitad de la nada existencial.
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