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miércoles, 16 de enero de 2008

Expiación: más allá de la pasión

EXPIACIÓN: MÁS ALLÁ DE LA PASIÓN
La creación y la culpa
Por Alejandro Cabranes Rubio

Cada año hay una serie de películas llamadas a acaparar la atención, y que aspiran a convertirse en el filme de prestigio de la temporada. No quiere decir esto por un instante que todas sean tan magníficas como Lo que queda del día (The Remains of the Day, 1993), tan discutibles como Las horas (The Hours, 2002) u horrorosas como El piano (The Piano, 1993): también las hay simplemente correctas como El paciente inglés (The English Patient, 1996). Al hablar sobre ello no me limito a observar la existencia de un fenómeno, sino adelanto mi posición ante el mismo: cada muestra debe ser degustada con las miras anchas con independencia de que las campañas de publicidad que arrastran sean tan petulantes cómo para indicar al espectador que “ver ese filme” equivale a disfrutar a dos horas de cine exquisito desde un punto de vista estético e intelectual. Todo este pegote viene a cuento de Expiación (Atonement, 2007), que cumple ahora mismo esa función en la cartelera.

En esta ocasión hay dos factores llamativos relacionados con la promoción de la película. El primero de ellos es que se trate de la adaptación de una novela de un escritor (Ian McEwan) caracterizado por la sordidez de su prosa y por una temática poco apta para todos paladares. El segundo de ellos, la machacona insistencia con la que alaban a su director, Joe Wright, por “hacer cercano” al espectador de hoy las historias que se desarrollan en una era ya pretérita. La inquietud del literato choca con el estilo en teoría cálido del realizador, y produce no sólo un cortocircuito en el interior del relato, sino el desconcierto en el público. Este se desprende al comprobar que esa propuesta fallida conecta en muchos puntos con los intereses manifiestos en McEwan y Wright. En otras palabras, la historia de Briony (Saoirse Ronan/ Romola Garai/ Vanesa Redgrave), una mujer que acusó a un hombre (Robbie: James McAvoy) de violar a su amiga Lola (Juno Temple) por el mero hecho de sentir celos de las relaciones entre el susodicho y su propia hermana Cecilia (Keira Knightley), no es ajena al universo creativo de los dos. Expiación como Spider (otra adaptación de McEwan) se caracteriza por apostar por un tipo de narración no objetiva, en el que el interior del alma humana altera la percepción de la realidad: el relato que ¿contaba? Spider tenía lugar en el cerebro de un esquizofrénico; y el que ofrece Expiación se articula apoyándose en la naturaleza creativa de Briony, una escritora que dibuja situaciones y personajes a su antojo. Y en esos parajes se identifica la turbiedad, sentimientos como los celos, y el deseo: tanto el protagonista de Spider como Briony quedan consternados al ver algo que les obliga a enfrentarse a sus apetencias sexuales.
Ese nivel discursivo, que sobre el papel posee bastante atractivo (más considerando que esos celos fueron derivando hacia la compasión y el arrepentimiento adquirido por el complejo de culpa al destrozar no sólo una historia de amor, sino por cambiar a peor la vida de dos personas a las que quería), admite un tipo de lectura más convencional, más del gusto de Wright. En esta ocasión no he leído la novela en concreto, pero a la vista del anterior filme del director (Orgullo y prejuicio, basado en un texto que había disfrutado previamente a la visión de la película), sospecho que se está escamoteando lo más interesante de la misma, suavizando sus intenciones, y limitando el alcance de la propuesta para subrayar obviedades. Wright nos vuelve a hablar como en aquella ocasión de cómo la inmadurez nos hace adoptar una mirada al mundo que no se corresponde en absoluto con la realidad, provocando el estallido de comportamientos injustos. No es que esté mal el discurso en sí mismo considerado, pero lo plantea en términos narrativos no sólo demasiado formularios, sino dramáticamente pobremente trabajados.

En primer lugar, la adaptación que emprende el guionista Christopher Hampton (responsable de una nada desdeñable versión de El americano impasible, pero también de un bodrio de la catadura de Total Eclipse, una cinta sobre Rimbaud) viene lastrada por varios problemas. El primero de ellos es no asumir el hecho de que todo lo que sucede es fruto de la mente de Briony de tal manera que hay escenas que se repiten enteras a fin de anotar dos perspectivas sobre ellas. Al no viajar con todas sus consecuencias al fondo de la mente de Briony, esa visión alterada de las cosas (y que a veces no son más que el fruto de la imaginación de una niña) parezca más que nada una impostura dramática y no consecuencia de un proceso orgánico de escritura. La autora se enfrenta a su creación (el encarcelamiento de Robbie) no tanto por un tratamiento dramático bien construido, sino por el arbitraje de Hampton en la descripción psicológica. De acuerdo que Briony pueda idear flash backs que corresponden al punto de vista de personas importantes de su vida, y por artificiales que sean (de acuerdo a la idea de que toda creación artística sólo es posible debido al capricho de los hombres y las mujeres que la hicieron posible), no hay nada que justifique su inclusión porque no se ha jugado a fondo con un punto de vista concreto. Esa impostura dramática provoca que los condicionantes previos al acto delator de Briony sean descuidados, y parezcan meros accesorios dramáticos: es necesario que Robbie escriba una nota a Cecilia para disculparse ante ella (y que haga dos versiones, una políticamente incorrecta), pero el conflicto que se soluciona a través de la redacción de esas líneas carece de la entidad necesaria porque no le importa a Hampton. Como tampoco la definición de Cecilia y Robbie, sobre todo en el caso femenino: están en la historia para que haya unas víctimas e inspiren sentimientos encontrados en Briony; algo que no sería un lastre si hubiesen jugado las bazas de la parcialidad de la mirada de forma más exhaustiva, y sobre todo si no se hubiese abusado de una conjunción de casualidades que determinan el drama. En consecuencia con esa descripción abocetada de ambos personajes, sólo sabemos de su historia de amor que “es muy romántica” porque una sociedad impidió su desarrollo, en parte por las diferencias sociales. Expiación reduce su punto de partida a estereotipos: las emociones puestas en juego priman sobre su propio rigor, perdiendo por eso mismo emotividad.

Joe Wright remata los estropicios de Hampton porque se dedica más a subrayar esas emociones, desatendiendo el discurso visual de la película: allá donde François Ozon en Swimming Pool acertaba de pleno a describir con la cámara el proceso creativo de una escritora (una maravillosa Charlotte Rampling) que proyectaba sus anhelos en sus ficciones, Wright prefiere jugar a crear planos secuencias “bonitos” como el que describe las sensaciones de Robbie en la contienda; apostar por movimientos de cámara con “efecto sorpresa” (cf. el travelling que descubre a Briony convertida en enfermera); incurrir en subrayados inútiles (cf. los planos con la avispa cuyos zumbidos ponen en alerta al espectador; el plano que se cierra sobre el ojo de Briony cuando ve cómo arrestan a Robbie y que, por si fuera poco, tiene el contrapunto sonoro del ruido de una máquina de escribir). Se especializa en crear encuadres bellos, pero absolutamente huecos: a James Ivory (un director con un sentido de la observación más notable que Wright, pese a películas no muy afortunadas) lo hubiesen linchado si hubiese presentado un trabajo de estas características.


Vanessa Redgrave eleva el nivel de la película en apenas cinco minutos

No todo es malo en Expiación. A pesar del desaprovechamiento de buenas actrices como Gina Mckee o Brenda Blethyn (cuya inclusión en el reparto se debe a la amistad personal con Joe Wright), hay que anotar el buen hacer interpretativo de James McAvoy (en la segunda película este año a la que contribuye a aminorar defectos: la otra era La joven Jane Austen), Saoirse Ronan, y una breve pero muy intensa prestación de Vanesa Redgrave: la facilidad con la que expresa la certeza del paso del tiempo, el arrepentimiento, y la posibilidad de compasión que permite un acto como escribir una novela da la talla exacta de su gran categoría como actriz. Algo que no puede estropear ni el montaje paralelo que se superpone a sus palabras, y en el que vemos a Cecilia y Robbie disfrutar de su unión. Unas buenas actuaciones no hacen películas salvables, pero si estas sirven a algunas escenas con fuerza el desastre absoluto se evita. Y Expiación las tiene: juegos de correspondencia visual (relacionados con el agua) que premoniza el futuro de un personaje; aciertos aislados de puesta en escena (cf. el plano situado a las espaldas de Robbie cuando comprende que Briony cambiará su vida al haber depositado su confianza en ella; y que se beneficia por la desaparición de la niña en el encuadre; el plano en el que vemos llegar a Robbie a una casa mientras la policía espera para detenerlo y en el que la tensión subyacente se puede cortar con un cuchillo) así como dos buenos apuntes sobre la actividad creadora de Briony. El primero corresponde a la primera escena de la película, en la que un travelling de retroceso va encuadrando unos juguetes y maqueta (una mansión y unos muñecos de animales) hasta llegar al cerebro de Briony: el travelling indica que esa mansión y animales están dispuestos en el escenario por mandato de la escritora. El segundo, el plano con grúa que relaciona el beso de Robbie y Cecilia en un apartamento londinense con Briony en la calle: ese encuentro sólo existe en su mente. Instantes que dan la medida exacta de lo que la película hubiese podido ser de no mediar su esteticismo y narrativa plana en su engranaje. Una lástima.