jueves, 3 de enero de 2008

Cuento de invierno


CUENTO DE INVIERNO
Por Alejandro Cabranes Rubio

Hay veces que la elección de una música en una obra de teatro ayuda a definir notablemente el sentido que sus máximos responsables han querido conferir en el montaje. Este Cuento de invierno, mimosamente orquestado por Magüi Mira, hace del vals brillante de Verdi que el gran Nino Rota seleccionara para la música de El gatopardo (Luchino Visconti, 1964) su leit motiv. El carácter circular de la pieza –por su estructura sinfónica y modo de baile- dota a Cuento de invierno de una atmósfera, como diría José María Latorre, meridional trasladándonos a una Sicilia decimonónica alejada del original; reverberando nuevos de aires de la modernidad que impulsó la revolución italiana; anunciando la llegada nuevos tiempos tras el fin de otros más tristes… El sonido de las notas subraya incluso la circularidad de la historia marcando su aire festivo al inicio y al final. Ello no obsta para que, también, se convierta en un amargo contrapunto en momentos puntuales como en el que el Primer Ministro (Camilo: estupendo Isidro Rodríguez) ha de asumir las órdenes del rey Leontes (Will Keen defendiendo con notable propiedad un personaje en una lengua que no es la suya) de matar al Rey de Bohemia (Políxenes: Jaime Linares)…

Esa ambigüedad en el empleo de la música sintetiza muy bien el enfoque de Mira sobre la obra, una historia triste y alegre al mismo tiempo. La historia de una princesa (Hermiona: Lucía Jiménez) acusada injustamente por su marido de adulterio con el rey de Bohemia, y que fallece al enterarse de la noticia de la muerte de su hijo Mamilio (Carolina Lapausa), enfermo de tristeza. El cuento sobre cómo la supervivencia del bebé que ella esperaba en aquel momento posibilitó la reconciliación entre la nueva generación y la anterior, plenamente arrepentida de sus errores. Un relato, como La tempestad que dirigió hace unos meses Lluis Pascual, sobre el perdón como nueva base de la vida. Una pieza alegre. ¿O tal vez no? Magui Mirá señala que Cuento de invierno es triste porque ningún hombre maltratador se arrepiente de nada; las niñas abandonadas no se salvan y las mujeres asesinadas no resucitan. Como en el montaje del Teatro Lliure sobre Otelo los celos y la injuria calcinan todos los elementos que hacen hermosa la vida de unos personajes, allí atrapados por las corrientes marinas; en esta ocasión helados por la nieve invernal que cae sobre sus cabezas.

Cuento de invierno (2007) atesora una escenografía que potencia esa dualidad genérica, que logra contraponer actitudes humanas en un hermoso cuento moral (que no moralista) de un mundo convulso en el que una bicicleta se convierte en el símbolo de un tiempo suspendido; y en el que los personajes sufren grandes alteraciones mientras aquellos que están a su alrededor permanecen inmóviles. Ya en la primera escena un único foco sacude al príncipe intentando contar su historia, para acto seguido ser iluminado con otro color. Los tiempos que vivió Verdi y que recreó Rota transformaron radicalmente la sociedad occidental, viajando de la penumbra y el oscurantismo a la luminosidad. En ese sentido no sorprende que cuando el rey erróneamente siente celos, toda la corta esté a espaldas de él excepto su hijo, dolorido al contemplar tales infamias. O que cuando Hermiona es sometida a juicio un halo rojizo bañe el escenario mientras los focos le ciegan la auténtica visión de las cosas. O que cuando el Médico (sensacional Julio Salvi) le presenta a la niña recién nacida, los focos que iluminan al doctor y al monarca mantengan una actitud independiente, propia de quienes tienes enfoques irreconciliables. Como también sucede mientras Mamilio está en el regazo de su madre mientras en el segundo término visual el rey ordena la detención de su mujer: la jerarquía escenográfica anuncia la destrucción de los buenos recuerdos por las malas acciones…

El Príncipe Leontes, como el Fabricio de la excepcional novela de Lampedusa y la no menos extraordinaria cinta de Visconti, se debe quedar a solas con sus fantasmas, en su panteón en el que puede vislumbrar su propia muerte. Pero si a pesar que como en aquella ocasión todo cambia para que todo siga igual, Leontes puede recomponer su vida: de hecho cuando su hija Perdita (Lucia Jiménez) y su prometido, el príncipe de Bohemia (Antígono: estupendo Jordi Brunet) le visitan un halo blanco preludia el regreso del color a su entristecido palacio. Esa nueva luz le hará resucitar el deseo de quitarse la venda de sus ojos mientras la sala resplandece nuevamente, invitándonos a bailar este gozoso vals.

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