Por Alejandro Cabranes Rubio
Las primeras imágenes de Amanecer sitúan al espectador en el campo, lugar donde reside lo primitivo, lo puro. El realizador F. W. Murnau contrapone tan idílico paisaje apenas con una simple superposición de imágenes: un tren invade la mitad del encuadre, trayendo en él a los representantes de la ciudad, esta última entendida como un escenario que genera corrupción y ambición. Con elementos tan escasos Amanecer presenta una doble declaración de intenciones: sembrar la desconfianza hacia la sede del estado y hacerlo a través de una ruptura de la planificación tradicional que engarza con las corrientes irracionalistas de los años veinte. La primera guerra mundial había sesgado la vida de demasiados hombres. El estado moderno forjado en el siglo XIX había empujado a sus ejércitos hacia la aniquilación de la naturaleza y las cosas bellas. La plácida serenidad que prometía encubría en realidad auténticos hervideros de muertos. Los científicos habían diseñado armas más mortíferas y los historiadores habían justificado el estallido del horror padecido. En virtud a esa percepción se reclamaba por el bien de la humanidad regresar al estado embrionario de las cosas. De ahí la literatura pesimista de la época, y la reivindicación de la Edad Media frente a los desastres engendrados por la modernidad. Y de ahí también la práctica de un tipo de ciencia menos exacta como la física cuántica, y que proclamaba como gran logro la teoría de la relatividad.
Amanecer de Murnau participa plenamente de dicha idiosincrasia cultural y sirviéndose de una elemental premisa argumental –un hombre del campo casado es seducido por una mujer de la ciudad que le insta a un asesinato que se ve incapaz de cometer; y cuya tentativa frustrada refuerza el vínculo con su esposa- aboga por la necesidad de restablecer la inocencia como base de la convivencia, de indagar en los recovecos del alma humana despojándola de toda mezquindad, de valorar el candor… …Búsqueda que Murnau materializa a través de un relato que prima la idea del viaje, la expresión más genuina de dicho ideal; y a través de una puesta en escena que quebranta los parámetros narrativos convencionales para explorar nuevas formas. De esa manera las vulneraciones del raccord sugieren una turbulencia emocional –cf. el momento en el que hombre presiente a la mujer de la ciudad enfrente de su casa- o, por el contrario, constituyen un elemento liberador –cf. la secuencia en la que el protagonista oye a su criada trayendo buenas noticias que terminan con su angustia vital-. En ese mismo sentido Murnau requiere no pocas veces al empleo de fugas mentales de lo más diversas, desde las visualizaciones del intento de asesinato hasta en planos en apariencia funcionales, como los que muestran unas campanas que celebran la llegada de una nueva era, o aquél otro en el que Murnau nos enseña los zapatos de un ciudadano que está a punto de volver a colmar la paciencia del protagonista. Dos de esas fugas mentales compendian el auténtico significado de la cinta. En la primera la solterona urbanita expone las grandes posibilidades que ofrece la ciudad, y que Murnau retrata con planos en los que subraya tanto su resplandor como su ambiente viciado. En la segunda el matrimonio –que se ha dado una nueva oportunidad- circulan por la calle entre los coches: Murnau reemplaza el escenario por otro rupestre, asociando el ideal de la auténtica felicidad al origen del cosmos. La yuxtaposición de los decorados y de fotogramas deviene ya no en un truco formalista hueco, sino en un auténtico experimento visual que aporta no pocos apuntes al discurso central del filme. Amanecer apuesta por la llegada de un nuevo día que saque a la humanidad de la penumbra y el trauma en el que se encontraba sumida; y de la que sólo puede escapar mediante la sistemática renovación ya no del lenguaje cinematográfico, sino de la realidad vigente y del amor entre las personas.
Las primeras imágenes de Amanecer sitúan al espectador en el campo, lugar donde reside lo primitivo, lo puro. El realizador F. W. Murnau contrapone tan idílico paisaje apenas con una simple superposición de imágenes: un tren invade la mitad del encuadre, trayendo en él a los representantes de la ciudad, esta última entendida como un escenario que genera corrupción y ambición. Con elementos tan escasos Amanecer presenta una doble declaración de intenciones: sembrar la desconfianza hacia la sede del estado y hacerlo a través de una ruptura de la planificación tradicional que engarza con las corrientes irracionalistas de los años veinte. La primera guerra mundial había sesgado la vida de demasiados hombres. El estado moderno forjado en el siglo XIX había empujado a sus ejércitos hacia la aniquilación de la naturaleza y las cosas bellas. La plácida serenidad que prometía encubría en realidad auténticos hervideros de muertos. Los científicos habían diseñado armas más mortíferas y los historiadores habían justificado el estallido del horror padecido. En virtud a esa percepción se reclamaba por el bien de la humanidad regresar al estado embrionario de las cosas. De ahí la literatura pesimista de la época, y la reivindicación de la Edad Media frente a los desastres engendrados por la modernidad. Y de ahí también la práctica de un tipo de ciencia menos exacta como la física cuántica, y que proclamaba como gran logro la teoría de la relatividad.
Amanecer de Murnau participa plenamente de dicha idiosincrasia cultural y sirviéndose de una elemental premisa argumental –un hombre del campo casado es seducido por una mujer de la ciudad que le insta a un asesinato que se ve incapaz de cometer; y cuya tentativa frustrada refuerza el vínculo con su esposa- aboga por la necesidad de restablecer la inocencia como base de la convivencia, de indagar en los recovecos del alma humana despojándola de toda mezquindad, de valorar el candor… …Búsqueda que Murnau materializa a través de un relato que prima la idea del viaje, la expresión más genuina de dicho ideal; y a través de una puesta en escena que quebranta los parámetros narrativos convencionales para explorar nuevas formas. De esa manera las vulneraciones del raccord sugieren una turbulencia emocional –cf. el momento en el que hombre presiente a la mujer de la ciudad enfrente de su casa- o, por el contrario, constituyen un elemento liberador –cf. la secuencia en la que el protagonista oye a su criada trayendo buenas noticias que terminan con su angustia vital-. En ese mismo sentido Murnau requiere no pocas veces al empleo de fugas mentales de lo más diversas, desde las visualizaciones del intento de asesinato hasta en planos en apariencia funcionales, como los que muestran unas campanas que celebran la llegada de una nueva era, o aquél otro en el que Murnau nos enseña los zapatos de un ciudadano que está a punto de volver a colmar la paciencia del protagonista. Dos de esas fugas mentales compendian el auténtico significado de la cinta. En la primera la solterona urbanita expone las grandes posibilidades que ofrece la ciudad, y que Murnau retrata con planos en los que subraya tanto su resplandor como su ambiente viciado. En la segunda el matrimonio –que se ha dado una nueva oportunidad- circulan por la calle entre los coches: Murnau reemplaza el escenario por otro rupestre, asociando el ideal de la auténtica felicidad al origen del cosmos. La yuxtaposición de los decorados y de fotogramas deviene ya no en un truco formalista hueco, sino en un auténtico experimento visual que aporta no pocos apuntes al discurso central del filme. Amanecer apuesta por la llegada de un nuevo día que saque a la humanidad de la penumbra y el trauma en el que se encontraba sumida; y de la que sólo puede escapar mediante la sistemática renovación ya no del lenguaje cinematográfico, sino de la realidad vigente y del amor entre las personas.
Apenas seis años después un ilustre compatriota de Murnau, Ernts Lubitsch, en su magistral Remordimiento (1932) hallaba con el reverso de esa búsqueda, de esa falsa felicidad construida sobre la mentira: claro está que cuando se rodó Amanecer todavía una jornada negra de la bolsa no había arrastrado hacia la miseria a buena parte de la población que vio en el fascismo –la vertiente más peligrosa del irracionalismo- la solución a sus problemas… Frente al escepticismo de Lubitsch, Amanecer entona un canto de esperanza con su voz inquieta, conmoviéndonos. Después de los atentados a las torres gemelas y de la guerra de Irak, la miseria económica y moral se han convertido en el sino de cada jornada; transformando al mundo en un lugar particularmente aterrador en el que es necesario recuperar esa inocencia que guarece en Amanecer, no vaya a ser que otro tren traiga más muerte y destrucción.
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