ÁNGEL
Dance me to the end of love
Dance me to the end of love
Por Alejandro Cabranes Rubio
Ángeles (Llum Barrera, peor de lo habitual) se prepara para dar instrucciones a un acompañante, Claudio (Nacho Fresneda, un buen actor también en un registro inferior), para pasar una buena velada en una reunión de alumnos del colegio. Mientras los nervios están a punto de sobrepasarla se escucha en la sala Dance Me to the end of love (Leonard Cohen), ya que ella se prepara para la danza anual de humillaciones, mutilaciones emocionales, y magnificar su solitaria rutina. Sensaciones que intenta tapar mediante la mentira, el fingimiento, la construcción de su paraíso artificial en el que cada nuevo traje/disfraz puesto le tiñe la piel de un color más apagado… El propio Claudio llega a su vida tras toda una existencia marcada por el asesinato de su hermano a manos de su padre, y cuyo amargo recuerdo ha vejado el resto de sus días…. El reconocimiento mutuo entre dos seres denigrados, y la simulación se convierten en las armas para sobreponerse a sus circunstancias. Por ello cuando en una pantalla Ángeles explica al espectador sus sentimientos, las imágenes en blanco y negro alcanzan al final el color. Pero como cualquier paraíso artificial se desvanece cuando en una escena simétrica las reflexiones de Claudio inspiran el regreso a la oscuridad. A pesar de un buen uso de la iluminación, Ángel no termina de profundizar en su discurso porque sus personajes son de una pieza, y su estructura dramática, que se pretende gradual y silenciosa, se revela plana. Porque incluso para bailar hacia el final del amor se necesita más música, más tintes que impregnen nuestra carne de colores intensos.
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