viernes, 4 de enero de 2008

Angel


ÁNGEL
Dance me to the end of love
Por Alejandro Cabranes Rubio

Ángeles (Llum Barrera, peor de lo habitual) se prepara para dar instrucciones a un acompañante, Claudio (Nacho Fresneda, un buen actor también en un registro inferior), para pasar una buena velada en una reunión de alumnos del colegio. Mientras los nervios están a punto de sobrepasarla se escucha en la sala Dance Me to the end of love (Leonard Cohen), ya que ella se prepara para la danza anual de humillaciones, mutilaciones emocionales, y magnificar su solitaria rutina. Sensaciones que intenta tapar mediante la mentira, el fingimiento, la construcción de su paraíso artificial en el que cada nuevo traje/disfraz puesto le tiñe la piel de un color más apagado… El propio Claudio llega a su vida tras toda una existencia marcada por el asesinato de su hermano a manos de su padre, y cuyo amargo recuerdo ha vejado el resto de sus días…. El reconocimiento mutuo entre dos seres denigrados, y la simulación se convierten en las armas para sobreponerse a sus circunstancias. Por ello cuando en una pantalla Ángeles explica al espectador sus sentimientos, las imágenes en blanco y negro alcanzan al final el color. Pero como cualquier paraíso artificial se desvanece cuando en una escena simétrica las reflexiones de Claudio inspiran el regreso a la oscuridad. A pesar de un buen uso de la iluminación, Ángel no termina de profundizar en su discurso porque sus personajes son de una pieza, y su estructura dramática, que se pretende gradual y silenciosa, se revela plana. Porque incluso para bailar hacia el final del amor se necesita más música, más tintes que impregnen nuestra carne de colores intensos.

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