miércoles, 2 de enero de 2008

Captivity

CAPTIVITY
Los gritos del silencio
Por Alejandro Cabranes Rubio

Ganador (injusto) de la Palma de Oro de Cannes por La misión, Roland Joffe ha visto su prestigio mermado a lo largo de los años de tal manera que ahora ocupa una situación relativamente marginal en la industria. Sus señas de identidad son inequívocas: retratos de comunidades ideales destruidas, enfáticas planificaciones, preferencia por el relato de aprendizaje… Después de arder en los infiernos con La letra escarlata y Vatel, y despojado de toda aureola artística, ahora nos entrega un thriller cuya visión confirma que en el fondo su forma de entender el cine no ha variado desde que deslumbrara a un determinado público con los acordes (machacones) musicales de Ennio Morricone y estampitas del Iguazu.

Captivity en apariencia no gasta sus aires habituales de denuncia social, pero lanza sus propios gritos en el silencio que impera en nuestro día al día, donde la apariencia se convierte en un valor determinante para la vida. Inscrita en los más convencionales patrones del género de terror (joven secuestrada por un enfermo), la película cautiva a una mujer obsesionada en qué su maquillaje no se corra, recluida en su propia burbuja; y cuya máxima satisfacción estriba en estrenar pendientes preciosos. Contrapuesta a su personalidad, el entorno que dibuja la cinta se caracteriza por la sordidez: decorados oprimidos, paredes cuya suciedad ha derruido sus colores primarios… En esa suciedad atmosférica, algún detalle aislado (cf. el plano de un armario entreabierto) y ligeros vestigios de mala baba (cf. el episodio que acaba con la vida de unos personajes) se adivina un cierto esfuerzo por apartarse de la norma edulcorada y da la medida exacta de la simpatía que podía haber destilado la película… si no fuera porque Joffé sigue siendo el mismo.

Plagada de “sustos” bochornosos que incluyen resurrecciones de personajes muertos, Captivity se ve perjudicada por no ir más allá del enunciado del discurso que propone, por verse poblada por monigotes a los que John Carpenter pondría de vuelta y media; por su mecánica estructura y los excesos visuales que siempre han sido gusto de su autor… Sin embargo lo peor del invento es que llega a proponer en un momento dado una posibilidad de resolución realmente maquiavélica e inquietante que no tarda en rechazar so pena de escandalizar a la audiencia. Sólo el ligero gusto por una atmósfera viciada logra conferirle un poco de interés al resultado final: Captivity es muy mala, pero podía serlo más aún.

Pero eso es lo de menos. Lo realmente preocupante del asunto es cómo Captivity demuestra cómo la industria ha dejado en un precipicio a sus antiguos representantes, fuesen estos o no cineastas dignos de estudiarse; y los ha obligado a plegarse a las nuevas normas, a absorber un brutal conservadurismo cinematográfico disfrazado con toda clase de artilugios como la cámara digital…mientras su propio prestigio sigue mermándose.

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