jueves, 22 de noviembre de 2007

Humo

HUMO
Bocanadas de verdad

Luis (Juan Luis Galiardo) inicia su terapia ante un grupo de espectadores: en el gran teatro del mundo, el va a proponernos un método para dejar los cigarrillos de una vez. Se sitúa delante de una pantalla donde establece diversos cálculos con sus representaciones gráficas: de alguna manera se escenifica así mismo, por encima de una pantalla; se sobrepone al propio decorado dándole la espalda: es un hombre por encima de todas las cosas, y como tal así el dramaturgo y director Juan Carlos Rubio se encarga de señalarlo.

Ana (Kiti Mánver en un papel en las antípodas del que interpretó memorablemente en la estupenda La retirada de Moscú), la ex mujer de Luis, recurre a las mismas armas expresivas para proyectar cierta imagen con la que quisiera verse: durante su encuentro con su antiguo marido ella también da la espalda, y explica su sentimiento de soledad durante su vida conyugal a su interlocutor. Y en ese momento, Luis abandona su puesto de espectador y también avanza en el decorado para dar su visión de los hechos: el dominio escénico denota un cierto sentimiento de control vital. Si uno se hace con el escenario siempre podrá defender mejor su postura.

Ambos gestos proporcionan la clave que permite entender Humo: ¿acaso Luis y Ana al dar la espalda no estarán en realidad eludiendo dar la cara y asumir sus propias verdades, sus miserias; escondiéndolas? Incluso el gradual ensanchamiento del decorado obedece a la necesidad de abrir cajas chinas que revelan cada unas realidades ocultas, descartando aquellas que habíamos dado por válidas en un principio. Luis pronto se revela como un farsante que se gana la vida estafando mientras desatendía las necesidades emocionales de su familia, y de Ana descubrimos que no es sólo una víctima de la vanidad del primero. Y por eso cuando al final de la función vemos a ambos de nuevo a espaldas de otra pantalla, ya presentando otro nuevo manual de autoayuda ante su público, sabemos a ciencia cierta que algo ocultan; por lo que de nuevo dan la espalda a sus propias características como personas. Ellos no se comportan como lo que son realmente, sino lo que desearían ser. Al superponerse al propio escenario, la imagen de sí mismos proyectan un brillo que en nada se corresponde con su idiosincrasia. El teatro es una gran mentira que permite disimular las debilidades.

De ahí que Humo suponga un ingenioso divertimento –que desde luego no es la comedia más extraordinaria jamás escrita, pero tampoco lo pretende-, muy eficazmente construido, que permite indagar sobre cómo en realidad la vida es un sueño que genera ilusiones y crea sus propias ficciones para su propia continuidad; con las que se pretende llenar los vacíos morales/afectivos. Nada es lo que a priori parece. Ana y Luis no se aguantarán nunca y sus diferencias serán irreconciliables: de ahí que ella se situé en un extremo del escenario cerca de un ventanal, lo más lejano posible de la presencia que le incomoda; y le recuerda el fracaso sentimental y la ausencia de alicientes laborales. Hay quién podrá reprochar que aquello que los separa puede resultar demasiado evidente, pero los mecanismos teatrales funcionan con cierta exactitud, y la obra como El método Gronhölm tiene la rara cualidad de ofrecer piruetas narrativas justificadas dramáticamente por el mero hecho de que logra articular varios discursos sin que se incordien en su formulación, de manera tan ligera en la forma como certera en su contenido. Dicho de otra manera: Humo pertenece a esa clase de teatro que parece estar contando algo cuando en realidad ofrece otro relato en su interior mucho más interesante. Y se beneficia de dos espléndidos Juan Luis Galiardo y Kiti Mánver, bien secundados por Gemma Martínez y Bernabé Rico, mucho más eficaces de lo que determinada crítica ha dado a entender (una a la que gusta masacrar carreras incipientes por el mero placer de hacerlo). Y juntos darán la espalda a sus problemas, limitándose a vivir la vida. Alejandro Cabranes Rubio

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