viernes, 23 de noviembre de 2007

Fedra

FEDRA
Camino de la destrucción
Por Alejandro Cabranes Rubio

Hacia el inicio de Fedra, inspirada en la tragedia de Jean Racine, el hijo de la reina, Acamante (Daniel Esperza) intenta despertar a su madre, quien no sabe reaccionar ante sus deseos. Para ello sacude las sábanas rojas y al hacerlo invoca el reguero de sangre que se verterá por culpa de esos sueños… Como en Splendids, Juan Carlos Plaza nos describe una comunidad al borde de la escisión, que desciende progresivamente los peldaños de su escalera vital, hasta desencadenar un magma de violencia… Como en Afterplay, el director sitúa a unos personajes ante su propia historia, el tiempo vivido, origen de los traumas y de las conductas/deseos que no han hecho más que acentuarse al cabo de los años. Y como en ambas ocasiones esos miedos producen una infelicidad, abonando el terreno para la creación de ciertas mentiras, dudando mucho que sus protagonistas (como la Sonia de Afterplay) descansen vez alguna. En Fedra tales preocupaciones temáticas quedan encuadradas en el marco de un tiempo mitológico en el que una reina no pudo luchar contra sus sentimientos/ su deseo carnal hacia su hijastro Hipólito (Fran Perea), y mal aconsejada por su criada Enone (una extraordinaria Alicia Hermida que engarza después de Divinas palabras con otro personaje abyecto y destructivo) lo acusa de seducirla tras verse rechazada. Un tiempo en el que dos hermanos son incapaces de disfrutar de su vínculo fraternal, incluso cuando el menor de ellos lo anhela. Una era en la que un padre (Teseo: Chema Muñoz) desconfía de su hijo, y prefiere creer una mentira porque ésta se basa en la confirmación de sus peores temores. Años oscuros en los que los sentimientos de Hipólito oscilan entre el resentimiento, el recelo hacia lo extranjero, la atracción y el mantenimiento de una integridad moral que de poco le servirá para sobrevivir. Fedra cobra sobre el papel pues una vigencia insospechada en el mundo post 11S.

Juan Carlos Plaza logra definir muy bien espacialmente esa confrontación entre los personajes, el poder demiúrgico de éstos sobre sus propias vidas, y la jerarquía de las relaciones de poder –cf. Fedra recreándose en sus sueños rodeando su lecho mientras su fiel criada escucha atenta detrás de ella-… Destacan en ese sentido el momento en el que Enone insta a Hipólito a seducir a Fedra sólo logrando colocarse de manera perpendicular al cuerpo del segundo (la expresión de dos mundos irreconciliables); o en el que Fedra aborda a su hijastro, quien se pone a sus espaldas, como si intentase no escuchar… Pero no son los únicos: el instante en el que una luz blanca purificadora distingue a Hipólito del resto de los personajes; el combate entre Acamante y su hermanastro tiene una fisicidad nada despreciable; el reguero de sangre que atraviesa el escenario cuando Terémenes (Javier Ruiz de Alegría, quien realza el compañerismo del personaje frente a la deslealtad del Rosencrantz que compuso en el Hamlet de Lluis Pasqual; otra reflexión sobre la violencia) trae el cuerpo sin vida de su amigo Hipólito… Frente a esas imágenes de dolor, Plaza recrea algunos instantes de cierta calidez emocional como en el que Fedra abraza a Acamante envuelta en una luz que trae unos segundos de paz a sus existencias, marchitadas por el carácter conspirador y el egoísmo de la reina y su criada, quienes –insisto- demiúrgicamente transforman la realidad… Algo muy bien sugerido en la escena en la que Teseo se enfrenta a su primogénito mientras en el último término de la tabla observa Enone, quien de alguna manera “ha preparado” la escena; o cuando ésta última espía a Terémanes e Hipólito en el bosque.

De ese poder maquinador, demiúrgico, de la humanidad brota una tragedia alimentada por los temores… Chema Muñoz, tras haber dejado translucir ese miedo del hombre a perderlo todo o a seguir siendo torturado en el díptico Un ligero malestar/ La última copa, proporciona a Teseo los atributos del dolor, la furia, la rabia… La esencia de una tragedia en la que la sangre se derrama en el calor de las sábanas y el mundo de los sueños.

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