lunes, 26 de noviembre de 2007

¿Dónde estás Ulalume, donde estás?

¿DÓNDE ESTÁS ULALUME, DONDE ESTÁS?
El poeta y la creación
POR ALEJANDRO CABRANES RUBIO

En su penúltimo montaje Juan Carlos Pérez de la Fuente, El león en invierno (2007), abandonaba a Enrique II Plantaganet y Leonor de Aquitania decididos a proseguir con su pugna interna y mutua destrucción mientras en la sala se escuchaba Adestes Fideles. Y en el antepenúltimo, El mágico prodigioso (2006), Cipriano a pesar de haber vencido a sus demonios interiores –y tras haberse dejado masajearse por el diablo mientras su víctima permanecía tumbada en forma de cruz- pagaba con la vida su osadía. En ambos casos, se observa un mundo en destrucción, en el que se suceden luchas internas y externas que dan como resultado la aniquilación inmediata o prolongada.

Por todo ello sin duda quizás era el director más adecuada para afrontar el texto de Alfonso Sastre, ¿Dónde estás Ulalume, donde estás?, y que narra el viaje hacia la muerte del escritor Edgar Alan Poe (Chete Lera). Sastre, Pérez de la Fuente y Lera nos brindan el retrato de un hombre alcoholizado, traumatizado por la muerte de sus seres queridos; al borde de la miseria económica, perdido en una ciudad que no es la suya y en la que deambula en estado de embriaguez; encerrado en sus propios miedos que lo corroen por dentro. A su encuentro salen personajes que, como él, viven otras clases de miserias: un marinero que mató a su mujer por ponerle los cuernos, un enfermo huido del manicomnio, ruidosas damas que animan a sus ciudadanos a “participar en la fiesta de la democracia”, revisoras del tren sin un ápice de humanidad… Con un paisaje humano tan terrorífico como los propios cuentos de Poe, la obra se podría definir como una alucinada pesadilla en la que cada paraje posee más fuerza que el anterior.

A ello contribuye el trabajo de los actores (me es imposible no hacer una mención especial a un extraordinario Camilo Rodríguez) y una puesta en escena siempre atenta a los sentimientos y estados alterados de la conciencia de Poe. En El mágico prodigioso Pérez de la Fuente incrementaba y disminuía el espacio escénico mientras que en El león en invierno apostaba fuertemente por la jerarquía visual y la contraposición de los personajes. En esta ocasión describe un mundo entre tinieblas, el del poeta y sus demonios. Ya en la primera escena lo separa en la tabla de su amada Elmira (Zutoia Alarcia) –a modo de premonitorio adiós definitivo- antes de embarcar hacia Baltimore. Al llegar a su ciudad natal el va resolviendo a sus papeles mientras en la otra mitad de la escena Elmira sigue despidiendo, no sólo insinuando el fracaso de la visita del poeta en la ciudad, sino –sobre todo- sugiriendo que si éste se encuentra allí es para solucionar sus asuntos y poder llevar una vida con ella. El hecho de ser una persona distinta en un mundo que no conoce, y en el que los demás parecen no comprenderlo, sumen a Poe en el sueño de la desesperación, ayudado con la ingesta del alcohol. Pérez de la Fuente potencia dramáticamente sus resacas al obligar a los otros personajes a estampar sellos en los papeles una y otra vez –resonando en los oidos del escritor- o a decir las mismas frases –en concreto las que conciernen a la propaganda electoral de Baltimore- machaconamente: incluso la alegre música festiva de la ciudad viene a recrudecer la sensación de ahogo existencial del protagonista. Inmerso en sus tinieblas interiores, Poe queda literalmente cegado por las luces de las calles que lo acosan en las tristes tabernas donde va bebiendo una y otra copa.

Esa iconografía casi tétrica envuelve un catálogo de intenciones: no hay mejor manera de hablarnos sobre la personalidad de Poe que llevando a la práctica sus enseñanzas literarias. En ese sentido podríamos decir que ofrece un algo más que La mujer de negro, donde hay una exhaustiva digresión sobre cómo se puede contar una historia en teatro –y felizmente posible por un insuperable Emilio Gutiérrez Caba y por un buen manejo de la iluminación y sonido- pero no, como aquí, un retrato humano que eleve el resultado final. El ruido de la lluvia, la sirena del muelle están contemplados más como unos sonidos anímicos que como los sonidos reales de acciones concretas: son, sobre todo, una prolongación (e incluso creación) de Poe. Y de esa manera, como en El mágico prodigioso o El león en invierno, Pérez de la Fuente nos entrega otro montaje sobre unas almas a las espera de su muerte, mal heridas en su interior, y que al enfrentarse al brillo que despiertan ciertas promesas/ ambiciones/ entornos (en este caso la atmósfera de la jornada electoral) sólo saben relucir sus propias penumbras y tinieblas.

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