Cristales empañados
Por Alejandro Cabranes Rubio
Hay un detalle que define muy bien esta película llamada Diario de un escándalo (Notes On a Scandal, 2006), y que versa en torno a la profesora de historia Bárbara (una antológica Judi Dench), enamorada de otra docente (Sheba: notable Cate Blanchett), una mujer casada y que mantiene una aventura con un alumno (Steven: eficaz Andrew Simpson). Ese detalle al que me refiero tiene lugar en sus primeros minutos, cuando Sheba habla animosamente con Barbara en su estudio, y empieza a describir su vida matrimonial marcada por la diferencia de edad con su marido Richard (estupendo Bill Nighy) y el nacimiento de su hijo con síndrome de Down. Sheba encuentra una amiga entre el profesorado. En ese momento, el realizador Richard Eyre se aleja de la casa y sitúa la cámara fuera de la misma, encuadrando a ambas mujeres a través de un ventanal empañado por la lluvia. Una bonita forma de sugerir que la relación entre las dos también se ve de cierto modo “empañada” y yendo aún más lejos todas las que establecen entre los diferentes personajes de la película; todos ellos seres que se caracterizan por adaptar la realidad a sus ojos, distorsionándola, en suma “empañándola”… Otra idea visual simétrica a la anterior no deja lugar a dudas: la angustiosa situación que atraviesa Sheba mientras dura su “rollo” con Steven queda muy bien definida en el plano en el que vemos reflejado a la joven docente en los azulejos del colegio y que nos devuelven una imagen borrosa de ella.
Así vista, Diario de un escándalo podría tener más de un punto en contacto con La pianista (Michael Haneke, 2001): un retrato de una mujer con una patología sexual con el fondo de una sociedad puritana en la que aparece haberse instalado la locura… Haneke gozaba de un espléndido planteamiento, pero un exceso de retórica le terminaba gastando una mala pasada, subrayando lo obvio y sobre todo deshumanizando a su protagonista… Escenas como el encuentro entre ésta y un joven alumno suyo en un sex-shop (que da pie a una risible conversación en una de las clases) o aquella en la que la profesora intenta hacerlo…con su madre; por no hablar de determinadas situaciones alargadas en demasía (como en la que se inflingía daño en su aparato genital con una orquilla) descompensaban la estructura de la cinta…
Más por fortuna, Diario de un escándalo no cae en esos errores porque sus personajes actúan de manera equivocada, pero tienen un punto de vulnerabilidad que hacen comprensible su conducta, incluso cuando ésta resulta estúpida como en el caso de Sheba. Barbara acosa a la joven profesora de arte y aprovecha el hecho de que conoce su secreto; pero en el fondo es una víctima de su propia represión sexual. Su desequilibrio ha potenciado una conducta que ha provocado que sus antiguas amigas incluso soliciten una orden de alejamiento… Su amor a su gata o la forma de estampar estrellitas en su diario para señalar que “ha tenido un día bueno” hacen de ella un ser humano, frágil y a su vez duro.
Lo mejor de tan espléndido esbozo sobre su persona es que adquiere fuerza por la manera de trasladarlo a imágenes precisas. Las secuencias en las que la cámara parece espiar a Sheba mientras esta vigila el patio del colegio; los primeros planos de partes del cuerpo de ésta que transmiten el sentimiento de fascinación que siente Barbara; el primer plano de la protagonista escribiendo su diario subrayando la importancia emocional que para ella tiene esa actividad; su imagen duplicada en un espejo que evidencia la felicidad que le reporta la llegada de Sheba a su vida; o el mimo que demuestra Richard Eyre en recoger determinados detalles (cf. la forma en la que Barbara toca un pelo que se ha caído de la cabellera de Sheba) dan parte del rigor con el que está concebida esta película. Por más que el guión de Patrick Marber brille a gran altura en su descripción psicológica, lo cierto es que Eyre sabe conferirle espesor… Pienso por ejemplo en el contraste entre las observaciones de Barbara (vía voz en off) y lo que realmente siente: así ocurre cuando desaprueba los bailes familiares a los que se entrega la familia de Sheba y la cámara filma en primer plano las caderas de esta moviéndose para deleite de la protagonista. Desde Breve encuentro –la memorable cinta de David Lean- no he encontrado en una película un empleo tan sutil de ese recurso.
Hemos llegado a un punto particularmente interesante: Diario de un escándalo asume con buen criterio las formas y acervos temáticos del autor de la incomparable Pasaje a La India (1984)… Ya no sólo en una forma de filmar que describe el sentir de los personajes o en ese mencionado uso de la voz en off, sino incluso su preferencia por retratar a personajes que obtienen lo que quieren pagando un precio por ello (Sheba escapa de su rutina conyugal pero su aventura le costará caro) sin dejar a un lado los condicionamientos psicológicos que les impone la sociedad en la que la viven y los que ellos mismos se plantean. Las semejanzas no acaban allí. Como en Madelaine (1950) el decorado adquiere una importancia sentimental. El travelling que acompaña a Bárbara por primera vez hasta el timbre de la puerta de su casa contagia la alegría que le reporta la visita. El beso entre Andrew y Sheba escondidos en un lado de la escalera oculto parece aún más clandestino de lo que es…aún mucho más que su primer encuentro sexual al lado de una vía ferroviaria: el sonido de la locomotora, también como en el cine de Lean, señala que Sheba a partir de entonces llevará otro tren de vida…
Como hemos visto, Diario de un escándalo recupera no pocos procedimientos narrativos del cine de un hombre al que se deben películas tan fascinantes como La hija de Ryan o Cadenas rotas… La labor tras las cámaras siempre potencia lo impresionista sobre lo objetivo. No me resisto a mencionar varios ejemplos: el plano de Barbara desnuda en su bañera repleta de agua mientras reflexiona sobre cómo la soledad gotea literalmente sobre su vida; el momento en el que Sheba pisa una de las estrellas de Barbara (que anticipa el fin de su amistad); la panorámica que va desde las manos unidas de las dos mujeres hasta el rostro de uno de ellas simbolizando la sensación de liberación que experimenta Sheba cuando Barbara le comunica que hará la vista gorda; el plano de Sheba en un coche, enjaulada desde diversos puntos de vista… Dos de ellos merecen comentario aparte: el extraordinario inserto de un camión que anuncia unos donuts empleando la palabra “Happy” en el eslogan y que se convierte en un comentario francamente amargo sobre una pelea que tendrá lugar pocos momentos después; y la genial secuencia en la que el hijo de Sheba disfrazado de mago apunta con su varita a Barbara…como si quisiese hacerla desaparecer…
Hay un detalle que define muy bien esta película llamada Diario de un escándalo (Notes On a Scandal, 2006), y que versa en torno a la profesora de historia Bárbara (una antológica Judi Dench), enamorada de otra docente (Sheba: notable Cate Blanchett), una mujer casada y que mantiene una aventura con un alumno (Steven: eficaz Andrew Simpson). Ese detalle al que me refiero tiene lugar en sus primeros minutos, cuando Sheba habla animosamente con Barbara en su estudio, y empieza a describir su vida matrimonial marcada por la diferencia de edad con su marido Richard (estupendo Bill Nighy) y el nacimiento de su hijo con síndrome de Down. Sheba encuentra una amiga entre el profesorado. En ese momento, el realizador Richard Eyre se aleja de la casa y sitúa la cámara fuera de la misma, encuadrando a ambas mujeres a través de un ventanal empañado por la lluvia. Una bonita forma de sugerir que la relación entre las dos también se ve de cierto modo “empañada” y yendo aún más lejos todas las que establecen entre los diferentes personajes de la película; todos ellos seres que se caracterizan por adaptar la realidad a sus ojos, distorsionándola, en suma “empañándola”… Otra idea visual simétrica a la anterior no deja lugar a dudas: la angustiosa situación que atraviesa Sheba mientras dura su “rollo” con Steven queda muy bien definida en el plano en el que vemos reflejado a la joven docente en los azulejos del colegio y que nos devuelven una imagen borrosa de ella.
Así vista, Diario de un escándalo podría tener más de un punto en contacto con La pianista (Michael Haneke, 2001): un retrato de una mujer con una patología sexual con el fondo de una sociedad puritana en la que aparece haberse instalado la locura… Haneke gozaba de un espléndido planteamiento, pero un exceso de retórica le terminaba gastando una mala pasada, subrayando lo obvio y sobre todo deshumanizando a su protagonista… Escenas como el encuentro entre ésta y un joven alumno suyo en un sex-shop (que da pie a una risible conversación en una de las clases) o aquella en la que la profesora intenta hacerlo…con su madre; por no hablar de determinadas situaciones alargadas en demasía (como en la que se inflingía daño en su aparato genital con una orquilla) descompensaban la estructura de la cinta…
Más por fortuna, Diario de un escándalo no cae en esos errores porque sus personajes actúan de manera equivocada, pero tienen un punto de vulnerabilidad que hacen comprensible su conducta, incluso cuando ésta resulta estúpida como en el caso de Sheba. Barbara acosa a la joven profesora de arte y aprovecha el hecho de que conoce su secreto; pero en el fondo es una víctima de su propia represión sexual. Su desequilibrio ha potenciado una conducta que ha provocado que sus antiguas amigas incluso soliciten una orden de alejamiento… Su amor a su gata o la forma de estampar estrellitas en su diario para señalar que “ha tenido un día bueno” hacen de ella un ser humano, frágil y a su vez duro.
Lo mejor de tan espléndido esbozo sobre su persona es que adquiere fuerza por la manera de trasladarlo a imágenes precisas. Las secuencias en las que la cámara parece espiar a Sheba mientras esta vigila el patio del colegio; los primeros planos de partes del cuerpo de ésta que transmiten el sentimiento de fascinación que siente Barbara; el primer plano de la protagonista escribiendo su diario subrayando la importancia emocional que para ella tiene esa actividad; su imagen duplicada en un espejo que evidencia la felicidad que le reporta la llegada de Sheba a su vida; o el mimo que demuestra Richard Eyre en recoger determinados detalles (cf. la forma en la que Barbara toca un pelo que se ha caído de la cabellera de Sheba) dan parte del rigor con el que está concebida esta película. Por más que el guión de Patrick Marber brille a gran altura en su descripción psicológica, lo cierto es que Eyre sabe conferirle espesor… Pienso por ejemplo en el contraste entre las observaciones de Barbara (vía voz en off) y lo que realmente siente: así ocurre cuando desaprueba los bailes familiares a los que se entrega la familia de Sheba y la cámara filma en primer plano las caderas de esta moviéndose para deleite de la protagonista. Desde Breve encuentro –la memorable cinta de David Lean- no he encontrado en una película un empleo tan sutil de ese recurso.
Hemos llegado a un punto particularmente interesante: Diario de un escándalo asume con buen criterio las formas y acervos temáticos del autor de la incomparable Pasaje a La India (1984)… Ya no sólo en una forma de filmar que describe el sentir de los personajes o en ese mencionado uso de la voz en off, sino incluso su preferencia por retratar a personajes que obtienen lo que quieren pagando un precio por ello (Sheba escapa de su rutina conyugal pero su aventura le costará caro) sin dejar a un lado los condicionamientos psicológicos que les impone la sociedad en la que la viven y los que ellos mismos se plantean. Las semejanzas no acaban allí. Como en Madelaine (1950) el decorado adquiere una importancia sentimental. El travelling que acompaña a Bárbara por primera vez hasta el timbre de la puerta de su casa contagia la alegría que le reporta la visita. El beso entre Andrew y Sheba escondidos en un lado de la escalera oculto parece aún más clandestino de lo que es…aún mucho más que su primer encuentro sexual al lado de una vía ferroviaria: el sonido de la locomotora, también como en el cine de Lean, señala que Sheba a partir de entonces llevará otro tren de vida…
Como hemos visto, Diario de un escándalo recupera no pocos procedimientos narrativos del cine de un hombre al que se deben películas tan fascinantes como La hija de Ryan o Cadenas rotas… La labor tras las cámaras siempre potencia lo impresionista sobre lo objetivo. No me resisto a mencionar varios ejemplos: el plano de Barbara desnuda en su bañera repleta de agua mientras reflexiona sobre cómo la soledad gotea literalmente sobre su vida; el momento en el que Sheba pisa una de las estrellas de Barbara (que anticipa el fin de su amistad); la panorámica que va desde las manos unidas de las dos mujeres hasta el rostro de uno de ellas simbolizando la sensación de liberación que experimenta Sheba cuando Barbara le comunica que hará la vista gorda; el plano de Sheba en un coche, enjaulada desde diversos puntos de vista… Dos de ellos merecen comentario aparte: el extraordinario inserto de un camión que anuncia unos donuts empleando la palabra “Happy” en el eslogan y que se convierte en un comentario francamente amargo sobre una pelea que tendrá lugar pocos momentos después; y la genial secuencia en la que el hijo de Sheba disfrazado de mago apunta con su varita a Barbara…como si quisiese hacerla desaparecer…
Por todos estos motivos Diarios de un escándalo merece ser vista: resulta admirable su forma de reflejar la hipocresía de la sociedad actual (representada en Richard, incapaz de entender que Sheba se fije en alguien veinte años menor que ella), retratar con precisión a los caracteres femeninos (a pesar de su estupidez, Sheba es un personaje dramáticamente creíble), beneficiar a algunas secuencias con una gran dirección de actores (como en la que Sheba toca la cabeza de Steven; o en la que éste y Barbara se enfrentan en la entrada de la casa de la vieja profesora)… Al revés que el anterior trabajo de Scott Rudin como productor, Las horas, la película supone una feroz diatriba contra el puritanismo, sin por ello presentar a sus protagonistas como unas meras víctimas quejumbrosas y sin forzar el desarrollo de la historia de forma artificial… Sólo recupera de aquella, la música de Philip Glass, demasiado machacona en sus intentos de conferir la sensación de agobio al espectador, superponiéndose en demasiadas ocasiones a las propias imágenes… Para esa labor, quizás hubiesen sido más eficaces compositores como Richard Robbins, Richard Rodney Bennet o Elliot Goldenthal… En todo caso, una muy buena aproximación a una sociedad empañada por su cobardía, por las mentiras y los intereses ocultos.
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