jueves, 22 de noviembre de 2007

Sin reservas



SIN RESERVAS
Deliciosa Catherine Zeta
Por Alejandro Cabranes Rubio

1. Scott Hicks alcanzó cierta notoriedad cuando obtuvo una candidatura al Oscar por Shine (1996), una biografía –a mi juicio horrible- del músico David Helfgott. Gracias a su estructura de flash backs y una crítica a un tipo de educación intransigente, la película llamó la atención debido a un tipo de apariencia narrativa novedosa a la que se recubría con ciertas dosis de crudeza. Más a la hora de la verdad, Shine era una historia más bien clasicota, sobre el valor de la familia para salir del aislamiento afectivo, y que bajo ese estilo moderno no había ninguna idea transgresora de puesta en escena. Lo que era un sinónimo de producto a contracorriente no estaba tan apartado de la floja Una mente maravillosa (Ron Howard, 2001): un relato redentor, que tomaba un asunto tan serio como la esquizofrenia de manera francamente consoladora: sin su locura Helfgott no hubiese sido un pianista tan brillante… La película al menos nos obsequió con dos admirables interpretaciones –a cargo de Armin Muller Sthal y John Gielgud-, recuperó a Lynn Redgrave y puso en el mapa a los excelentes Geoffrey Rush –que ese año no creo que mereciese el Oscar- y Noah Taylor. También sirvió para configurar el acervo temático de su cine. Corazones en la Atlántida (2001) reincidió en ese estilo más o menos conservador, partiendo de un material que rendía homenaje al Hollywood Clásico, salpicándolo con ciertos elementos fantásticos. El resultado esta vez fue más que apreciable, construyendo un discurso sobre la necesidad de abrir os ojos al mundo para no abandonar jamás la Atlántida (y la ilusión por la vida); y que se beneficiaba directamente de un guión rigurosamente trenzado, una estupenda interpretación de Hope Davis y Anthony Hopkins, y una puesta escena muy inventiva… Scott Hicks ya dejaba de disimular la modernidad y abrazaba ese clasicismo sin complejos… De nuevo centraba el eje argumental un personaje cuya singularidad/personalidad/talento lo marginaba de cualquier entorno social.

2. Ya centrándonos en su nuevo trabajo, Sin reservas (2007), remake de Deliciosa Martha (2003), se advierte que a pesar de asumirlo como un encargo es una película que guarda relación con lo expuesto en sus anteriores trabajos. En esta ocasión el personaje aislado del mundo y con un don extraordinario es Kate (Catherine Zeta Jones), una chef extraordinaria, y que desconfía por sistema de todo el mundo a raíz del comportamiento de su padre cuando enviudó. Como le sucediese a los protagonistas de Shine y Corazones en la Atlántida, Kate “regresa a la vida” al responsabilizarse de su sobrina Zoe (Abigail Breslin, la misma niña de Pequeña Miss Sunshine y que gracias a sus mohines obtuvo una candidatura al Oscar en prejuicio del trabajo de Sharon Stone en Bobby) y dejar entrar en “su corazón” a otro chef, Nick (Aaron Eckhart), que canta ópera mientras cocina. Si el personaje central de Corazones en la Atlántida se recuperaba de una pérdida al final de la cinta, en Sin reservas Zoe y Kate superan la muerte de su madre/hermana fundando su propio restaurante junto con Nick. De nuevo el elogio al hogar. De nuevo el amor como válvula de salvación. Dejando al lado el conservadurismo de su discurso o de su condición de remake (sobre el cual no pienso decir nada: cada uno puede reinterpretar materiales ya abordados por otros con independencia de que extraiga o no lecturas interesantes sobre los mismos), si algo me ha llamado la atención es su carácter tan abiertamente formulario a nivel argumental y cinematográfico. No sólo por la construcción de unos personajes, más que planos en una película que se presupone íntima, la encadenación de tópicos sobre otros (Kate se olvida de Zoe, la niña provoca un incidente para que Kate y Nick se reconcilien, los tres comparten una velada maravillosa cenando en el suelo), sino por su preferencia hacia montajes que sintetizan largos periodos de tiempo a sones de diversas canciones (entre ellas la estupenda “Via con Me” de Paolo Conte) y otros de tipo irónicos en los que Kate se niega a hacer algo para que en el encuadre siguiente la veamos contradiciendo su decisión. Incluso decepciona el uso de la Banda Sonora, pródiga de temas cantados por el malogrado Luciano Pavarotti y Renalta Tebaldi: en un alarde de originalidad el primer beso entre Kate y Nick tiene el acompañamiento musical de “O mio Babbino Caro”. Afortunadamente hay unos dos factores que impiden que el desastre sea total y absoluto. El primero de ellos una buena labor de los intérpretes (a los que cabe añadir a Patricia Clarkson y Bob Balaban). La segunda, un efectivo provecho dramático de determinados objetos que puntúan el relato (cf. las plumas con las que juguetea Zoe) y una forma frontal de abordar el dolor causado por la muerte (cf. el plano que se corta con Kate cogiendo el teléfono para recibir la fatídica noticia insinúa la interrupción de la vida). Muy poco quizás, pero al menos demuestra que ocasionalmente Hicks se contagia de la singularidad de sus personajes.

No hay comentarios: