CASA CON DOS PUERTAS MALA ES DE GUARDAR
Calderón en el gran teatro del mundo
Calderón en el gran teatro del mundo
Por Alejandro Cabranes Rubio.
José María Pou me expresaba hace poco su decepción hacia una determinada representación en la que él y el firmante de estas líneas habíamos coincidido la semana previa. El responsable de La cabra confesaba haber experimentado la sensación de haber contemplado una forma de encarar el teatro de otra época; de haber atravesado el umbral del túnel del tiempo. Sus palabras pronto me hicieron pensar sobre la diversidad teatral de este año. Me acordé del actor Álex García, quien entusiasmado reivindicaba una cartelera en la que entren propuestas de todo tipo, jóvenes y clásicas… Esa polivalencia, en cierto punto enriquecedora, puede plantear ciertos interrogantes: ¿cuál es la relación que debemos tener con los clásicos?, ¿cómo afrontar su puesta en escena? Para Alex, el teatro debe reunir una cualidad: provocar que tú salgas del recinto de una manera completamente distinta de la que habrías entrado, que genere un tipo de reflexión. En este estado de cosas, un servidor reconoce su incapacidad para pedir a todas las funciones lo mismo. Ya no sé evaluar ni siquiera los posibles aciertos de casting. En ese sentido resulta aleccionador ver La cabra en su primera y última función en Madrid: cuando uno quedaba petrificado en el asiento en la primera ocasión, con la sensación de que las cosas no podían estar mejor resueltas; en ese último día todo el reparto brilló con una intensidad aún mayor. También desconozco qué es mejor: una obra postmoderna en su concepción, o clásica. Propuestas como Ricardo III (Álex Rigola, 2005) gratifican por su sentido del riesgo, su capacidad crítica, su insobornable libertad; por más que incurra en bromas coyunturales que aminoran sus resultados. Otras como La casa de Bernarda Alba (Amelia Ochiandiano, 2006) admiran por la precisión de su puesta en escena, por su manera de jerarquizar visualmente a sus personajes para realzar las relaciones de dominio que se establecen entre ellos; así como la opresión que genera el ser humano a su alrededor… Y entremedias hay otras como Así es (así os parece) (Miguel Narros, 2005) que fascinan por su rechazo formal y filosófico al “teatro bien acabado”, por ser auténticas expresiones sobre el mundo inmaterial que nos rodea y nos deja sumergidos en dudas, presos de un nihilismo existencial mal afrontado. Así las cosas, uno sólo puede hablar de las obras que ve en los siguientes términos: analizar la armonía entre sus intenciones y sus resultados plásticos, entre su concepción y forma; la fuerza con la que articula un discurso con una puesta en escena determinada, sea ésta o no novedosa, requiera un tipo de interpretación naturalista, u otra más marcada. En otras palabras, el mejor espectador es aquel que deja al lado sus preferencias y puede apreciar la mayor variedad de propuestas, sin perder su sentido crítico.
Casa con dos puertas mala es de guardar pondrá seguramente nerviosos a aquellos que esperen un tipo de pieza severa y que no pretenda, por así decirlo, azotar la conciencia del espectador: en suma a aquellos que tengan un visceral rechazo hacia formas teatrales populares. La adaptación que ha dirigido Manuel Canseco se entrega a ellas no cómo quien pretende complacer a toda costa, sino más bien con un principio muy claro: recuperar el carácter autóctono del original, potenciando sus cualidades dramáticas (guste o no reconocerlo, el texto de Calderón de la Barca es modélico en estructura y caracterización de personajes)… Y para ello asume uno de los más conocidos principios filosóficos del autor de El alcalde de Zalamea: si el mundo es un gran teatro, no acotemos márgenes espaciales en su ejecución. La vida es ilusión y ficción, y de ahí que Canseco amplíe su escenografía más allá del escenario en el patio de butacas con un sentido del riesgo apreciable para quien así lo quiera ver. Como Juan Carlos Plaza en Splendids (pero con intencionalidad diferente), impide al espectador comprender toda la acción de un solo golpe de vista: si los personajes de Casa con dos puertas mala es de guardar tienen serias dificultades para entender lo que les ocurre por la infinidad de espacios que se han de controlar, el público de la obra no va a ser menos.
¿Y de dónde nace esa necesidad de control? Canseca, consciente de que en imaginario calderoniano, abunda la maquinación y la conspiración (a El cisma de Inglaterra y El mágico prodigioso me remito), insinúa mediante la escenografía el espíritu esquivo de la acción; de una realidad manipulada en la que cada personaje se pone en escena según la información que disponga. Así ocurre cuando Marcela (Alejandra Torray), una dama enamorada de Lisardo (Alberto Maneiro) –el mejor amigo de su hermano Félix (Gabriel Moreno)-, contempla a través de las puertas del decorado el rumbo de los acontecimientos y maniobra a su antojo para salirse con la suya… La modificación continúa de un escenario que se transforma fácilmente –además de proporcionar ligeraza a la representación- expresa de alguna manera el frenesí de lo que sucede; y las dificultades para adaptarse a una realidad cambiable, en la que el conocimiento se convierte en la única arma de defensa para poder actuar.
De la acción se desprende consecuencias que enfrentan a los personajes a reflexionar sobre su comportamiento previo. Tampoco es nuevo en Calderón: Segismundo volvía a quedar encerrado en la torre tras haber asesinado; Enrique VIII se arrepentía de haber matado a Ana Bolena; Cipriano después de haber sucumbido al diablo meditaba sobre sus demonios interiores… En ese sentido el concurso de Alberto Maneiro, aunque de forma casual, podría enriquecer el discurso; ya que el intérprete está acostumbrado a una serie de personajes que deben afrontar las atrocidades que han hecho, tanto en el panorama televisivo como teatral. Concretamente, en una muy inteligente lectura de Shakespeare en Buenas noches Hamlet desmostraba que sólo hay algo más horroroso que la certeza de la muerte: la tortura de seguir viviendo. Por supuesto que en Casa con dos puertas mala es difícil de guardar la tragedia no tiene lugar y tales actos no se fundamentan en acciones dramáticas, pero sí constituyen el auténtico motor de una reflexión moral: lo que parecía una sátira de vodevil en verdad deviene en una bonita parábola sobre cómo la mentira sólo complica las relaciones entre las personas; impidiendo una buena relación con la sociedad; cómo la aceptación de la verdad equivale a la propia maduración personal y supone el proceso culminante de todo aprendizaje vital. Una idea de puesta en escena simple, pero efectiva quizás realce el efecto positivo de la realidad: dos parejas quedan dispuestas simétricamente al inicio de la función; una composición que luego se recupera cuando las farsas concluyen y prevalece lo auténtico; es decir hacia el final. La simetría -relacionada aquí con lo veraz- se convierte en una expresión de la armonía vital.
Casa con dos puertas mala es de guardar pondrá seguramente nerviosos a aquellos que esperen un tipo de pieza severa y que no pretenda, por así decirlo, azotar la conciencia del espectador: en suma a aquellos que tengan un visceral rechazo hacia formas teatrales populares. La adaptación que ha dirigido Manuel Canseco se entrega a ellas no cómo quien pretende complacer a toda costa, sino más bien con un principio muy claro: recuperar el carácter autóctono del original, potenciando sus cualidades dramáticas (guste o no reconocerlo, el texto de Calderón de la Barca es modélico en estructura y caracterización de personajes)… Y para ello asume uno de los más conocidos principios filosóficos del autor de El alcalde de Zalamea: si el mundo es un gran teatro, no acotemos márgenes espaciales en su ejecución. La vida es ilusión y ficción, y de ahí que Canseco amplíe su escenografía más allá del escenario en el patio de butacas con un sentido del riesgo apreciable para quien así lo quiera ver. Como Juan Carlos Plaza en Splendids (pero con intencionalidad diferente), impide al espectador comprender toda la acción de un solo golpe de vista: si los personajes de Casa con dos puertas mala es de guardar tienen serias dificultades para entender lo que les ocurre por la infinidad de espacios que se han de controlar, el público de la obra no va a ser menos.
¿Y de dónde nace esa necesidad de control? Canseca, consciente de que en imaginario calderoniano, abunda la maquinación y la conspiración (a El cisma de Inglaterra y El mágico prodigioso me remito), insinúa mediante la escenografía el espíritu esquivo de la acción; de una realidad manipulada en la que cada personaje se pone en escena según la información que disponga. Así ocurre cuando Marcela (Alejandra Torray), una dama enamorada de Lisardo (Alberto Maneiro) –el mejor amigo de su hermano Félix (Gabriel Moreno)-, contempla a través de las puertas del decorado el rumbo de los acontecimientos y maniobra a su antojo para salirse con la suya… La modificación continúa de un escenario que se transforma fácilmente –además de proporcionar ligeraza a la representación- expresa de alguna manera el frenesí de lo que sucede; y las dificultades para adaptarse a una realidad cambiable, en la que el conocimiento se convierte en la única arma de defensa para poder actuar.
De la acción se desprende consecuencias que enfrentan a los personajes a reflexionar sobre su comportamiento previo. Tampoco es nuevo en Calderón: Segismundo volvía a quedar encerrado en la torre tras haber asesinado; Enrique VIII se arrepentía de haber matado a Ana Bolena; Cipriano después de haber sucumbido al diablo meditaba sobre sus demonios interiores… En ese sentido el concurso de Alberto Maneiro, aunque de forma casual, podría enriquecer el discurso; ya que el intérprete está acostumbrado a una serie de personajes que deben afrontar las atrocidades que han hecho, tanto en el panorama televisivo como teatral. Concretamente, en una muy inteligente lectura de Shakespeare en Buenas noches Hamlet desmostraba que sólo hay algo más horroroso que la certeza de la muerte: la tortura de seguir viviendo. Por supuesto que en Casa con dos puertas mala es difícil de guardar la tragedia no tiene lugar y tales actos no se fundamentan en acciones dramáticas, pero sí constituyen el auténtico motor de una reflexión moral: lo que parecía una sátira de vodevil en verdad deviene en una bonita parábola sobre cómo la mentira sólo complica las relaciones entre las personas; impidiendo una buena relación con la sociedad; cómo la aceptación de la verdad equivale a la propia maduración personal y supone el proceso culminante de todo aprendizaje vital. Una idea de puesta en escena simple, pero efectiva quizás realce el efecto positivo de la realidad: dos parejas quedan dispuestas simétricamente al inicio de la función; una composición que luego se recupera cuando las farsas concluyen y prevalece lo auténtico; es decir hacia el final. La simetría -relacionada aquí con lo veraz- se convierte en una expresión de la armonía vital.
Los actores se encargan de dar vida a tales reflexiones. Para ello realizan su trabajo a caballo entre una forma de pronunciar el verso no impostada (y natural) y la complicidad –típica del teatro clásico-para con su público, con sus guiños… Alberto Maneiro y Gabriel Moreno se convierten en los rostros desconcertados de la función, con sus sueños e indecisiones. Alejandra Torray y Maribel Lara irradian picaresca en su cometido. Miguel Foronda parodia a su personaje en una composición sin complejos. Pablo Alonso, Candela Rabal y Cristina Paloma los secundan en una función que no gustará a quienes confunden amabilidad con facilidad.
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