TRABAJOS DE AMOR PERDIDOS
Shakespeare, Gershwin, Berlin, Allen, Branagh…
Por Alejandro Cabranes Rubio
Ahora que determinada crítica ha recibido mal esa obra maestra absoluta llamada La flauta mágica (2006); no estaría de más reivindicar la figura de su director, Kenneth Branagh, siempre cuestionada. Un megalómano que se hace notar en cada movimiento de cámara, empeñado en demostrarnos qué culto y qué sabio es, qué sólo sabe rodar a lo grande… A pesar de ello, si algo no se le puede negar a Branagh es una unidad temática reconocible –más allá del hecho de que un ochenta por ciento de su filmografía sean adaptaciones de Shakespeare- y en sus mejores momentos estilística. Y en ese punto señalar que ampulosos o no, sus modos cinematográficos resultan altamente creativos por su forma de adecuar los discursos a una planificación en la que cada encuadre y movimiento de cámara está supeditado a las necesidades de la historia. Por tanto disiento de Carlos Losilla –sin negarle su capacidad de argumentación, superior a la mía- cuando consideró que su filme Trabajos de amor perdidos, al fusionar el teatro isabelino y el musical de Broadway, forzaba los límites de los dos códigos sacrificando todo indicio de reflexión. Trabajos de amor perdidos puede dar en principio esa impresión porque el conflicto está mucho más atenuado que en, sin salirnos del ámbito cinematográfico de Branagh, Mucho ruido y pocas nueces; si bien es verdad que ello se debe a las características intrínsecas del original, sin caer en la intranscendencia.
Antes al contrario, los personajes de Trabajos de amor perdidos son típicos de Branagh, como diría Tomás Fernández Valenti: jóvenes que han de asumir las consecuencias de madurar: el Príncipe de Navarra (Alessandro Nivola) y sus amigos Berowne (Kenneth Branagh), Longaville (Mathew Lillard) y Dumaine (Adrian Lester) renuncia a su propósito de entregarse al estudio y prescindir de la compañía femenina de sus amadas Princesa de Francia (Alicia Silverstone), Rosaline (Natascha McElhorne), María (Carmen Eroga) y Catherine (Emily Mortimer); la cual sólo obtendrán cuando abandonen sus trivialidades y encaren sus responsabilidades en la segunda guerra mundial. La traslación de la acción sólo apareja para Branagh dos cambios estructurales: la introducción de números musicales, que muy bien el director pudo obtener la inspiración –como señaló Esteve Riambau- en el Woody Allen de Todos dicen I Love You (a la que supera a todos los niveles: no es el mejor filme de Allen, precisamente), y la introducción de noticiarios. Ni los unos ni los otros estorban a la acción, sino que la hacen avanzar fluidamente…
Todo lo demás remite directamente a las obras previas de Branagh: tanto Mucho ruido y pocas nueces como Trabajos de amor perdidos están concebidas como guerras entre los dos sexos. Si en la primera un plano en picado enfrentaba a hombres y mujeres, en la segunda la cámara los sitúa de perfil a ambos bandos. Si en Mucho ruido y pocas nueces un personaje, Benedick (Kenneth Branagh), refunfuñaba a causa de su soledad mientras un travelling le seguía hasta detenerse en un plano fijo; en esta ocasión Berowne también es seguido por un travelling que concluye de idéntica manera: cuando Benedick y Berowne asumen que están enamorados los dos personajes quedan encuadrados en un plano fijo que da paso al movimiento de la cámara, el cual hace partícipe al espectador de su alegría. La inversión de la planificación expresa ese proceso de transformación. De similar manera procede el director cuando en la primera escena los amigos del rey aceptan firmar el pacto que les obliga a estar recluidos: tanto Longaville como Dumaine firman sin rechistar y sendos travellings a ritmo coreográfico -que contribuyen a definir su estado anímico- los siguen: Berowne se muestra reticente y la puesta en escena cambia en consecuencia; expresando así las dudas de los personajes.
No son los únicos elementos estilísticos que Branagh retoma de Mucho ruido y pocas nueces. En ese sentido merece hacer hincapié en la luminosidad y energía visual de la película; así como un aprovechamiento de los decorados. Pienso por ejemplo en el discurso que pronuncia Berowne sobre cómo la auténtica sabiduría se consigue a través del trato con las mujeres (ellas son los verdaderos libros que hay que estudiar)…mientras en segundo término se sitúan las estanterías de la biblioteca del Rey…
En tercer lugar, tanto Mucho ruido y pocas nueces como Trabajos de amor perdidos destacan por su sentido del montaje y la forma de asociar imágenes con emociones concretas, contraponiendo determinados estados de ánimo y sensaciones. Ya no sólo -por poner el ejemplo más evidente- en el inserto de un cordero que cae desplomado al suelo (y que insinúa que el espíritu de Berowne está muerto); sino también en los encadenados; como el que relacionan los cuatro puños de los amigos –que acaban de firmar el pacto- con las cuatro barcas que transportan a la Princesa de Francia y sus damas de compañía, que pondrán del revés sus planes. De igual manera procede en la secuencia en la que tras un estallido de plenitud vemos llegar en otra barca a un emisario de Francia con malas noticias… O cuando las damas deben abandonar Navarra y encomiendan a ellos unos trabajos para demostrar su madurez: la cámara las encadena sin interrupción: todos sin excepción deben ponerse a prueba y demostrar que son adultos, contraponiendo las conductas de unos y otros.
En cuarto lugar, Branagh vuelve a emplear –como en otros filmes suyos- la steady camp como herramienta que puede sugerir sensaciones e ideas determinadas; como la que rodea dos veces a las damas francesas para insinuar que estas darán la vuelta a las tretas de los navarros… Branagh trabaja a fondo el contenido del plano. Veamos una muestra. El Rey está pletórico y se dirige a ver una foto de las cuatro mujeres: Branagh inserta un plano de ésta; indicando con esa ruptura de la planificación el carácter privado, excepcional e íntimo (casi se trata de una fuga mental) de ese acto. Si la manera de vulnerar/interrumpir la escenografía en función de los sentimientos de los personajes destaca poderosamente, no menos notable resulta su forma de jerarquizar los términos visuales, dotándolos de significado. Así ocurre cuando el Rey de Navarra reprende a sus amigos por pensar en las mujeres, mientras en segundo término Berowne lo contempla, sabedor de que el mandatario ha incurrido en la misma falta…
Hasta aquí los elementos comunes al resto de la filmografía de Branagh, quien introduce los nuevos (los números musicales y los noticiarios) con idéntico rigor. Para Branagh, el baile es ante todo una exaltación del espíritu: los hombres y mujeres danzan para ellos mismos y los hace viajar a los lugares que están presentes en su cabeza. Así por ejemplo cuando el oficial Armando (divertido Timothy Spall) evoca a su amada canta “I Get a Kick out of you”, expresando el aburrimiento que le supone el alcohol, las drogas y los aviones frente a la perspectiva de estar con ella; mientras la cámara lo transporta a los aeroplanos y habitaciones donde hay champagne y heroína. De igual manera cuando la Princesa y su corte se despierta entonan “No Strings (I am Fancy Free)” y, evocando a las coreografías de Busby Bekerley, un travelling las va encuadrando mientras se tiran a una piscina: ellas nadan a su aire.
Cuando el Rey y sus amigos por fin confiesan que están enamorados y que se sienten como si estuviesen en el cielo; cantan “Cheek to Cheek” mientras sus cuerpos empiezan a flotar literalmente por el aire; desde donde descenderá la fotografía de sus amadas, que le esperan (imaginariamente) en el patio: cuatro panorámicas (una por personaje) muestran cómo salen a su encuentro, resaltando su impaciencia. Hay ejemplos más elaborados. “I Wont Dance” sirve de marco del primer enfrentamiento entre los dos grupos: ellas pasan entre ellos en el espacio, sin dejarse atrapar. “Let´s Face the Music and Dance” es un número musical con el cual Branagh insinúa como los hombres han sido engañados y seducidos por sus enamoradas: pero, vulnerando cualquier concepción del tiempo lineal: la secuencia está montada poniendo el acento en el hecho de qué se trata ante todo ante la escenificación mental del plan que han trazado las conspiradoras…
Shakespeare, Gershwin, Berlin, Allen, Branagh…
Por Alejandro Cabranes Rubio
Ahora que determinada crítica ha recibido mal esa obra maestra absoluta llamada La flauta mágica (2006); no estaría de más reivindicar la figura de su director, Kenneth Branagh, siempre cuestionada. Un megalómano que se hace notar en cada movimiento de cámara, empeñado en demostrarnos qué culto y qué sabio es, qué sólo sabe rodar a lo grande… A pesar de ello, si algo no se le puede negar a Branagh es una unidad temática reconocible –más allá del hecho de que un ochenta por ciento de su filmografía sean adaptaciones de Shakespeare- y en sus mejores momentos estilística. Y en ese punto señalar que ampulosos o no, sus modos cinematográficos resultan altamente creativos por su forma de adecuar los discursos a una planificación en la que cada encuadre y movimiento de cámara está supeditado a las necesidades de la historia. Por tanto disiento de Carlos Losilla –sin negarle su capacidad de argumentación, superior a la mía- cuando consideró que su filme Trabajos de amor perdidos, al fusionar el teatro isabelino y el musical de Broadway, forzaba los límites de los dos códigos sacrificando todo indicio de reflexión. Trabajos de amor perdidos puede dar en principio esa impresión porque el conflicto está mucho más atenuado que en, sin salirnos del ámbito cinematográfico de Branagh, Mucho ruido y pocas nueces; si bien es verdad que ello se debe a las características intrínsecas del original, sin caer en la intranscendencia.
Antes al contrario, los personajes de Trabajos de amor perdidos son típicos de Branagh, como diría Tomás Fernández Valenti: jóvenes que han de asumir las consecuencias de madurar: el Príncipe de Navarra (Alessandro Nivola) y sus amigos Berowne (Kenneth Branagh), Longaville (Mathew Lillard) y Dumaine (Adrian Lester) renuncia a su propósito de entregarse al estudio y prescindir de la compañía femenina de sus amadas Princesa de Francia (Alicia Silverstone), Rosaline (Natascha McElhorne), María (Carmen Eroga) y Catherine (Emily Mortimer); la cual sólo obtendrán cuando abandonen sus trivialidades y encaren sus responsabilidades en la segunda guerra mundial. La traslación de la acción sólo apareja para Branagh dos cambios estructurales: la introducción de números musicales, que muy bien el director pudo obtener la inspiración –como señaló Esteve Riambau- en el Woody Allen de Todos dicen I Love You (a la que supera a todos los niveles: no es el mejor filme de Allen, precisamente), y la introducción de noticiarios. Ni los unos ni los otros estorban a la acción, sino que la hacen avanzar fluidamente…
Todo lo demás remite directamente a las obras previas de Branagh: tanto Mucho ruido y pocas nueces como Trabajos de amor perdidos están concebidas como guerras entre los dos sexos. Si en la primera un plano en picado enfrentaba a hombres y mujeres, en la segunda la cámara los sitúa de perfil a ambos bandos. Si en Mucho ruido y pocas nueces un personaje, Benedick (Kenneth Branagh), refunfuñaba a causa de su soledad mientras un travelling le seguía hasta detenerse en un plano fijo; en esta ocasión Berowne también es seguido por un travelling que concluye de idéntica manera: cuando Benedick y Berowne asumen que están enamorados los dos personajes quedan encuadrados en un plano fijo que da paso al movimiento de la cámara, el cual hace partícipe al espectador de su alegría. La inversión de la planificación expresa ese proceso de transformación. De similar manera procede el director cuando en la primera escena los amigos del rey aceptan firmar el pacto que les obliga a estar recluidos: tanto Longaville como Dumaine firman sin rechistar y sendos travellings a ritmo coreográfico -que contribuyen a definir su estado anímico- los siguen: Berowne se muestra reticente y la puesta en escena cambia en consecuencia; expresando así las dudas de los personajes.
No son los únicos elementos estilísticos que Branagh retoma de Mucho ruido y pocas nueces. En ese sentido merece hacer hincapié en la luminosidad y energía visual de la película; así como un aprovechamiento de los decorados. Pienso por ejemplo en el discurso que pronuncia Berowne sobre cómo la auténtica sabiduría se consigue a través del trato con las mujeres (ellas son los verdaderos libros que hay que estudiar)…mientras en segundo término se sitúan las estanterías de la biblioteca del Rey…
En tercer lugar, tanto Mucho ruido y pocas nueces como Trabajos de amor perdidos destacan por su sentido del montaje y la forma de asociar imágenes con emociones concretas, contraponiendo determinados estados de ánimo y sensaciones. Ya no sólo -por poner el ejemplo más evidente- en el inserto de un cordero que cae desplomado al suelo (y que insinúa que el espíritu de Berowne está muerto); sino también en los encadenados; como el que relacionan los cuatro puños de los amigos –que acaban de firmar el pacto- con las cuatro barcas que transportan a la Princesa de Francia y sus damas de compañía, que pondrán del revés sus planes. De igual manera procede en la secuencia en la que tras un estallido de plenitud vemos llegar en otra barca a un emisario de Francia con malas noticias… O cuando las damas deben abandonar Navarra y encomiendan a ellos unos trabajos para demostrar su madurez: la cámara las encadena sin interrupción: todos sin excepción deben ponerse a prueba y demostrar que son adultos, contraponiendo las conductas de unos y otros.
En cuarto lugar, Branagh vuelve a emplear –como en otros filmes suyos- la steady camp como herramienta que puede sugerir sensaciones e ideas determinadas; como la que rodea dos veces a las damas francesas para insinuar que estas darán la vuelta a las tretas de los navarros… Branagh trabaja a fondo el contenido del plano. Veamos una muestra. El Rey está pletórico y se dirige a ver una foto de las cuatro mujeres: Branagh inserta un plano de ésta; indicando con esa ruptura de la planificación el carácter privado, excepcional e íntimo (casi se trata de una fuga mental) de ese acto. Si la manera de vulnerar/interrumpir la escenografía en función de los sentimientos de los personajes destaca poderosamente, no menos notable resulta su forma de jerarquizar los términos visuales, dotándolos de significado. Así ocurre cuando el Rey de Navarra reprende a sus amigos por pensar en las mujeres, mientras en segundo término Berowne lo contempla, sabedor de que el mandatario ha incurrido en la misma falta…
Hasta aquí los elementos comunes al resto de la filmografía de Branagh, quien introduce los nuevos (los números musicales y los noticiarios) con idéntico rigor. Para Branagh, el baile es ante todo una exaltación del espíritu: los hombres y mujeres danzan para ellos mismos y los hace viajar a los lugares que están presentes en su cabeza. Así por ejemplo cuando el oficial Armando (divertido Timothy Spall) evoca a su amada canta “I Get a Kick out of you”, expresando el aburrimiento que le supone el alcohol, las drogas y los aviones frente a la perspectiva de estar con ella; mientras la cámara lo transporta a los aeroplanos y habitaciones donde hay champagne y heroína. De igual manera cuando la Princesa y su corte se despierta entonan “No Strings (I am Fancy Free)” y, evocando a las coreografías de Busby Bekerley, un travelling las va encuadrando mientras se tiran a una piscina: ellas nadan a su aire.
Cuando el Rey y sus amigos por fin confiesan que están enamorados y que se sienten como si estuviesen en el cielo; cantan “Cheek to Cheek” mientras sus cuerpos empiezan a flotar literalmente por el aire; desde donde descenderá la fotografía de sus amadas, que le esperan (imaginariamente) en el patio: cuatro panorámicas (una por personaje) muestran cómo salen a su encuentro, resaltando su impaciencia. Hay ejemplos más elaborados. “I Wont Dance” sirve de marco del primer enfrentamiento entre los dos grupos: ellas pasan entre ellos en el espacio, sin dejarse atrapar. “Let´s Face the Music and Dance” es un número musical con el cual Branagh insinúa como los hombres han sido engañados y seducidos por sus enamoradas: pero, vulnerando cualquier concepción del tiempo lineal: la secuencia está montada poniendo el acento en el hecho de qué se trata ante todo ante la escenificación mental del plan que han trazado las conspiradoras…
Con “There´s No Business Like Showbusiness” Branagh transmite la alegría de las cuatro parejas: con un plano en picado marca el éxtasis vital. “They Can´t Take That Way From Me” unifica el largo fragmento en el cual los enamorados se despiden por un largo tiempo, expresando su melancolía: al principio del número, la cámara viola su intimidad; y al final del mismo sitúa a los ocho personajes en el aeropuerto: Berowne dirige su mirada a Rosalie -quien lo observa desde una ventanilla- y la cámara en vez de recurrir a contraplano de ésta filma al avión surcando el cielo; acentuando así el componente nostálgico…
Los noticiarios, como los números musicales, guardan también una ejemplar armonía entre los elementos verbales y visuales. Por cuestión de espacio sólo mencionar un pequeño ejemplo: el locutor comenta que en el palacio últimamente nadie estudia y la gente se entrega a juegos con máscaras…mientras las imágenes en blanco y negro muestran a la tutora del Rey de Navarra, Holofernia (desprejuiciada Geraldine McEwan, muy lejos de su severo registro en Las hermanas de la Magdalena), hace ademán de ocultarse el rostro con una de esas máscaras… El buen trabajo de los actores (a los que hay que añadir a Richard Briers, Richard Clifford y Nathane Lane) redondean los resultados. Puede que Trabajos de amor perdidos sea la obra de un director exhibicionista; pero que hace gala de un sentido del riesgo y solvencia narrativa que se agradecen… “There´s No Business Like Showbusiness”.
Los noticiarios, como los números musicales, guardan también una ejemplar armonía entre los elementos verbales y visuales. Por cuestión de espacio sólo mencionar un pequeño ejemplo: el locutor comenta que en el palacio últimamente nadie estudia y la gente se entrega a juegos con máscaras…mientras las imágenes en blanco y negro muestran a la tutora del Rey de Navarra, Holofernia (desprejuiciada Geraldine McEwan, muy lejos de su severo registro en Las hermanas de la Magdalena), hace ademán de ocultarse el rostro con una de esas máscaras… El buen trabajo de los actores (a los que hay que añadir a Richard Briers, Richard Clifford y Nathane Lane) redondean los resultados. Puede que Trabajos de amor perdidos sea la obra de un director exhibicionista; pero que hace gala de un sentido del riesgo y solvencia narrativa que se agradecen… “There´s No Business Like Showbusiness”.
4 comentarios:
espero que tiren el teatro albeniz, no hace más que producir obras horriblemente mal hechas y carísimas. el perro del hortelano no les podría haber salido peor ni aunque lo hubiesen intentado. Y el sueño de una noche de verano era un insulto para la memoria de shakespeare.
En vez de mantener espectáculos grandes, caros y cutres , debería pagarse a las pequeñas compañías de teatro que son las únicas que hacen cosas decentes.
Mira que me gusta Guindalera por ser pequeñita, pero no todo lo barato es sinónimo de buen espectáculo, ni todo lo caro de lo contrario.
En el Albeniz está temporada se ha visto bailar al sucesor de Bocca, y según mi criterio -que puede ser erróneo- fue una gozada verlo allí. Que haya espectáculos que gusten o no, no hay nada que objetar.
Pero te equivocas en una cosa: una cosa es la política de producción y lo que se estrena, y otra bien distinta es tirar un edificio aprovechable y con una memoria histórica que guste o no existe. Un edificio que se puede mejorar acústicamente, que merece una remodelación. Por no hablar de que la forma en que se ha desarrollado el asunto, turbia de por si, e injustificable porque no se ha limitado la cosa a una legítima operación de compra venta.
En todo caso, habiendo tantos artículos sobre el Albeniz no sé exactamente porque eliges el comentario de una película de Shakespeare para despotricar. Como no quiero ser antidemócrata, conservo el comentario, pese a que no comparto el mensaje (abajo el albeniz), ni su argumentación (como hay malos espectáculos, se tira un teatro), ni la agresivad vertida sobre todo y cada uno de los miembros de esos repartos (Ernesto Arias o Asier Etxeandia no se merecen descalificaciones semejantes, con independencia de que te guste o no la función), ni la simplicidad del contenido (se pueden hacer cosas muy buenas por muy poco dinero y la prueba está en los montajes de Juan Pastor; pero también bodrios), ni sobre todo la cobardía: se puede tirar piedras, y por muy usuario anónimo que sea, me parece correcto al menos firmar. Es muy fácil dar la opinión de esa manera. Por tanto a partir de ahora sólo pueden hacer comentarios aquellas personas que esténr registradas en blogspot, algo absolutamente gratuito y que se puede hacer con independencia de que uno tenga o no un blog.
Retiro lo de la cobardía, pero insisto que hubiese sido bueno dar la cara. Sobre todo porque este es un blog en el que el Albeniz ocupa un lugar especial: ese comentario anónimo tiene de bueno reivindicar el espacio que merecen obras "más pequeñas" y de malo que es un ataque (quizás involuntario) a la mera existencia de este blog: atacando una de las causas del mismo se desautoriza. Entiendo que es una causa que se puede no compartir. Que se esté dando una opinión. Pero por más que se admita debate (contenido) hace falta otras formas (continente). Si uno ve un blog ajeno que simpatiza con una causa que en teoría no resulta ofensiva, lo normal es no leerlo, sin comentar porque en teoria no hay que tomarse nada del blog a lo personal. Evitándolo. No sé si el comentario anónimo tenía voluntad de ofender o no, si quería opinar o tenía una itención más turbia.
Hola, soy Eva Aladro de la Plataforma de Ayuda al Albéniz.
A quien pidió la demolición del Albéniz: pues hijo/a, tu línea de razonamiento es justo la que quiere difundir la Comunidad de Madrid. Los espectáculos que están programando son malos es verdad: es a propósito. La Comunidad puso a dirigir el teatro a una funcionaria que no tiene ni idea de teatro, y cuya función es dinamitar lentamente la sala. De ahí que la programación sea mala. Pero a veces se equivoca y llena el teatro como lo estuvo antaño.
Al Albéniz hay que defenderlo más allá de la programación sepulturera de ahora, así que piensa un poco, hijo. Con tu línea de ideas no quedaría un teatro vivo en Madrid.
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