El arte de aparentar
Por Alejandro Cabranes Rubio
Al inicio de Sólo se vive dos veces el agente secreto James Bond (Sean Connery) simula su muerte para así espiar a sus adversarios. Más que nunca tiene que valerse del arte de aparentar y del camuflaje para enfrentarse con Blofeld (Donald Pleasance, tan bien como siempre), que planea acabar con la URSS y EEUU provocando la tercera guerra mundial con sendos ataques con cohetes. De esta manera el director Lewis Gilbert y el guionista Road Dahl (sí: han leído bien) establecen un nada despreciable discurso sobre la diferencia entre lo falso y lo verdadero y la manipulación de la realidad… Hay varios apuntes al respecto: 007 finge ser otro para hablar con otro subordinado de Blofeld, Osato (Tero Shimida), quien a través de una mesa con rayos x detecta su pistola y descubre qué el hombre con el que está reunido le está engañando; Bond para contactar con su enlace Aki (Akiku Wakabayashi) debe decirle “te quiero” en un combate de sumo como si fuesen una pareja más; Aki finge haber traicionado a su compañero y acciona una trampa mortal en el metro que conduce a 007 ante la presencia de otro aliado (Tigre: Tetsuru Tumba) a quien también debe decir “te quiero”; el agente debe planear una falsa boda como otra nipona, Kissy (Mie Hana), para poderse hacer pasar por un ninja (es decir por un experto en camuflaje); y por si fuera poco su avioneta “Nelly” se transforma progresivamente sin cambiar el encuadre poniendo de relieve su capacidad de adaptación… Hay otros que no afectan directamente al protagonista: Blofeld parece pulsar un botón para echar a Osata a las pirañas de su piscina cuando en realidad lo hace para matar a su subordinada Helga (Karin Dor) que ha fracasado en su misión de eliminar a 007…a pesar de haberle engañado mostrándose fascinada por él.
Hasta el momento ya hay cuatro elementos que anticipan la génesis de Al servicio de su majestad, a mi entender la mejor película de la saga: la presencia de Blofeld (que progresivamente adoptará los rasgos de Telly Savalas y Charles Grey), la boda entre Bond y Kissy, el fin trágico de Aki (resuelto con una panorámica que muestra un sedal envenenado que acaba con la vida de la mujer) y ese discurso antes descrito que daría paso al título siguiente a un exhaustivo estudio sobre la distorsión de la realidad. Por si fuera poco Peter Hunt, el siguiente realizador que puso al frente de la franquicia, ya figura como asesor en Sólo se vive dos veces… No son los únicos elementos que dotan de interés a esta película: a esa digresión hay que sumarle una cierta limpieza en sus escenas de acción. Bastará con poner unos ejemplos: el plano fijo con el que Gilbert filma el asesinato de un contacto de Bond a través de las paredes de su casa; el reflejo en una caja-fuerte de sus enemigos; el plano general con el que se resuelve el enfrentamiento de 007 con los hombres de Osato en un barco; la persecución automovilística –resuelta con bastante gracia-; el empleo del fuera de campo cuando Bond observan las actividades que tienen lugar en el dominio de Blofeld; el detalle de la estrella que hiere al villano de la función; y la estupendamente rodada pelea entre el espía y el subordinado de Blofeld con la amenaza de las pirañas presente… De todos esos detalles hay uno muy jocoso: los respectivos travellings que se dirigen a Blofeld y a los mandatarios de EEUU, y que vienen a equiparar el comportamiento de unos y otros.
Siendo un filme agradable de ver, Sólo se vive dos veces a pesar de contar con el genial Dahl en el guión no tiene un algo que la eleve por encima de las rígidas estructuras narrativas que caracterizan la franquicia. Le falta ese sentimiento de búsqueda de Al servicio de su majestad; el tono deliberadamente fantasioso de Muere otro día; el descreimiento de Casino Royale, o el marco escénico plagado de reminiscencias históricas de La espía que me amó y que alude a una era finiquitada. En concreto me resulta particularmente molestas las escenas amorosas de Bond con su mujer, con quien se empeña en consumar el matrimonio (unos chistes fáciles que nada aportan a la acción: los otros títulos aludidos pagaban el peaje de esas relaciones con más simpatía o fuerza dramática, depende del caso). También se echa de menos una sensación de peligro real: a pesar de que Bond es intocable, pero la atmósfera podría ser más opresiva. Por si fuera poco se dilapida la relación entre el personaje y un escenario tan aprovechable como Japón, algo que captaron mucho mejor Sidney Pollack y Paul Schrader en la magnífica Yakuza. Incluso la caracterización de Blofeld no está tan bien desarrollada como en Al servicio de su majestad: una pena considerando la prestación de Pleasance. Con todas esas rémoras, Sólo se vive dos veces no simula ser una obra de arte y su disfrute depende exclusivamente de la entrega de cada espectador.
Al inicio de Sólo se vive dos veces el agente secreto James Bond (Sean Connery) simula su muerte para así espiar a sus adversarios. Más que nunca tiene que valerse del arte de aparentar y del camuflaje para enfrentarse con Blofeld (Donald Pleasance, tan bien como siempre), que planea acabar con la URSS y EEUU provocando la tercera guerra mundial con sendos ataques con cohetes. De esta manera el director Lewis Gilbert y el guionista Road Dahl (sí: han leído bien) establecen un nada despreciable discurso sobre la diferencia entre lo falso y lo verdadero y la manipulación de la realidad… Hay varios apuntes al respecto: 007 finge ser otro para hablar con otro subordinado de Blofeld, Osato (Tero Shimida), quien a través de una mesa con rayos x detecta su pistola y descubre qué el hombre con el que está reunido le está engañando; Bond para contactar con su enlace Aki (Akiku Wakabayashi) debe decirle “te quiero” en un combate de sumo como si fuesen una pareja más; Aki finge haber traicionado a su compañero y acciona una trampa mortal en el metro que conduce a 007 ante la presencia de otro aliado (Tigre: Tetsuru Tumba) a quien también debe decir “te quiero”; el agente debe planear una falsa boda como otra nipona, Kissy (Mie Hana), para poderse hacer pasar por un ninja (es decir por un experto en camuflaje); y por si fuera poco su avioneta “Nelly” se transforma progresivamente sin cambiar el encuadre poniendo de relieve su capacidad de adaptación… Hay otros que no afectan directamente al protagonista: Blofeld parece pulsar un botón para echar a Osata a las pirañas de su piscina cuando en realidad lo hace para matar a su subordinada Helga (Karin Dor) que ha fracasado en su misión de eliminar a 007…a pesar de haberle engañado mostrándose fascinada por él.
Hasta el momento ya hay cuatro elementos que anticipan la génesis de Al servicio de su majestad, a mi entender la mejor película de la saga: la presencia de Blofeld (que progresivamente adoptará los rasgos de Telly Savalas y Charles Grey), la boda entre Bond y Kissy, el fin trágico de Aki (resuelto con una panorámica que muestra un sedal envenenado que acaba con la vida de la mujer) y ese discurso antes descrito que daría paso al título siguiente a un exhaustivo estudio sobre la distorsión de la realidad. Por si fuera poco Peter Hunt, el siguiente realizador que puso al frente de la franquicia, ya figura como asesor en Sólo se vive dos veces… No son los únicos elementos que dotan de interés a esta película: a esa digresión hay que sumarle una cierta limpieza en sus escenas de acción. Bastará con poner unos ejemplos: el plano fijo con el que Gilbert filma el asesinato de un contacto de Bond a través de las paredes de su casa; el reflejo en una caja-fuerte de sus enemigos; el plano general con el que se resuelve el enfrentamiento de 007 con los hombres de Osato en un barco; la persecución automovilística –resuelta con bastante gracia-; el empleo del fuera de campo cuando Bond observan las actividades que tienen lugar en el dominio de Blofeld; el detalle de la estrella que hiere al villano de la función; y la estupendamente rodada pelea entre el espía y el subordinado de Blofeld con la amenaza de las pirañas presente… De todos esos detalles hay uno muy jocoso: los respectivos travellings que se dirigen a Blofeld y a los mandatarios de EEUU, y que vienen a equiparar el comportamiento de unos y otros.
Siendo un filme agradable de ver, Sólo se vive dos veces a pesar de contar con el genial Dahl en el guión no tiene un algo que la eleve por encima de las rígidas estructuras narrativas que caracterizan la franquicia. Le falta ese sentimiento de búsqueda de Al servicio de su majestad; el tono deliberadamente fantasioso de Muere otro día; el descreimiento de Casino Royale, o el marco escénico plagado de reminiscencias históricas de La espía que me amó y que alude a una era finiquitada. En concreto me resulta particularmente molestas las escenas amorosas de Bond con su mujer, con quien se empeña en consumar el matrimonio (unos chistes fáciles que nada aportan a la acción: los otros títulos aludidos pagaban el peaje de esas relaciones con más simpatía o fuerza dramática, depende del caso). También se echa de menos una sensación de peligro real: a pesar de que Bond es intocable, pero la atmósfera podría ser más opresiva. Por si fuera poco se dilapida la relación entre el personaje y un escenario tan aprovechable como Japón, algo que captaron mucho mejor Sidney Pollack y Paul Schrader en la magnífica Yakuza. Incluso la caracterización de Blofeld no está tan bien desarrollada como en Al servicio de su majestad: una pena considerando la prestación de Pleasance. Con todas esas rémoras, Sólo se vive dos veces no simula ser una obra de arte y su disfrute depende exclusivamente de la entrega de cada espectador.
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