sábado, 23 de febrero de 2008

Juno

JUNO
¿Cine fresco?
Por Alejandro Cabranes Rubio

Desde hace unos años suele estrenarse una pequeña película –a veces tanto en presupuesto como en resultados cinematográficos- que suele calar entre el público en base a una serie de razones que poco tienen que ver con sus virtudes narrativas y sí en cambio con un componente sociológico importante. Diversos medios publicitarios halagan “su frescura” –confuso término aplicado a mediocridades del calibre de Full Monty o Billy Elliott, filmes convencionales hasta la médula-, “su simpatía”, su preferencia por una serie de protagonistas “marginales” y disfuncionales. Son películas dicen, basan su eficacia, en un guión “como los de antes”, con personajes atractivos. De ahí que terminen por ganar el Oscar en esa categoría. Pero, mal que pese, ese espíritu rompedor en realidad esconde no sólo una ideología conservadora –que no molestaría si no fuera por “gastarse aires progresistas”, es decir si no fuera tan engañosa-, sino unos métodos cinematográficos tan tradicionales como los que usaba Ron Howard en su floja Una mente maravillosa (A Beautiful Mind, 2001) y con una total carencia de ideas de puesta en escena efectivas en pantalla (incluso cuando las tiene demuestran incoherencias internas en la dramaturgia). Muchas de tales flaquezas suelen disculparse en virtud de sus “diálogos inmejorables” y su progresión dramática. Pero, ay, tampoco a poco que se rasque uno se da cuenta del carácter plano de la estructura –por mucho que empeñen en camuflarlo-, algo que se pone de relieve en muestras como Pequeña Miss Sunshine (Little Miss Sunshine, Jonathan Dayton, 2006) cuyas ideas se compendian en sus primeros cinco minutos tras los cuales sólo vienen escenas que no aportan nada a lo ya expuesto, reafirmándose en ellas.

Juno, dirigida por un Jason Reitman que demuestra ser tan mal realizador como su padre Ivan Reitman (Junior, El día del padre, Los cazafantasmas, Los gemelos golpean dos veces entre tantos bodrios a sus espaldas), se sustenta como aquella en una única idea y esta no es otra que el proceso de aprendizaje de una adolescente embarazada (Juno: Ellen Page, ciertamente bien en su papel) que comprende que está enamorada del chico que la preñó (Bleeker: Michael Cera) tras conocer la realidad que oculta el presuntamente idílico matrimonio que componen Mark (Jason Bateman) y Vanessa (Jennifer Garner), que pretenden adoptar la criatura. Juno entiende de una vez por todas que el vector de cada vida debería basarse en el cariño, en la capacidad de amar, en la valoración del otro. De acuerdo que a Juno le asalten dudas sobre interrumpir el embarazo, que cambie de perspectiva en torno a Mark; o que mantenga una relación a ratos cómplice, a ratos tensa con su madrastra (Bren: Allison Janney); pero tales apuntes sólo existen en la medida de que procuran disimular que el filme se inscribe en el cine de tesis en el peor sentido del término, aparentando una supuesta graduación dramática que no es tal para acabar con una conclusión simple y directa. Las diferencias entre Mark y Vanessa resultan demasiado evidentes desde la primera escena que aparecen, sin que se intuya aquello que les unió. Los sentimientos de Juno a Bleeker no experimentan una transformación real: sólo cambia el reconocimiento verbal de estos. La relación de la protagonista con su padre no varía tampoco a lo largo de la proyección (Mac: J.K.Simmons): sólo hemos visto a ambos disfrutar de “su gran momento”. Todos los personajes están descritos con una sola pieza y eso no lo suple ni el buen oído de la guionista Diablo Coby para distinguir la forma de hablar de todos ellos, ni el hecho de que todas las relaciones que mantenga Juno interaccionen entre sí; puesto que se articulan en torno a obviedades que ya quedaron expuestas con su primera escenificación en pantalla. Juno no sólo es un filme que tras su estilo desenfadado y aparentemente profundo a la hora de hablar “de las grandes verdades de la vida" oculta su ausencia de densidad (se puede ser denso mostrando una apariencia ligera, pero aquí hay ligereza en la forma y en el fondo), sino que se limita a trazar el desarrollo plano de un itinerario cuyo final se vislumbra desde la primera escena, sin que nada haya cambiado entre medias y alargando lo máximo posible cada escena.

La dirección de Jason Reitman es todavía peor. Su tendencia a adornar con canciones intimistas los momentos más dulces para hacerlos aún más empalagosos (cf. el beso final entre Bleeker y Juno) o suavizar los aspectos más crudos del relato delata su adscripción a un lenguaje narrativo convencional así como sus montajes supuestamente irónicos y que reinciden en redundancias. Como también ocurren con una serie de planos con los que Reitman remata algunas secuencias para machacar las ideas que estas contienen (cf. el inserto de un calcetín de Bleeker que posiblemente este usó para otros fines además de abrigarse los pies y que evidencian que el personaje ha hecho caso de una sugerencia que Juno dejó por escrito en un anuario en el que salía su foto; el plano en el que vemos a Juno ensuciar una urna para dejar bien clarito que está enfada con Bren), por no hablar de determinadas soluciones formales que pretenden satirizar lo que ocurre, cayendo en su misma vulgaridad. Son especialmente ejemplificadores al respecto el plano de los culos de la madre de Bleeker y de Juno corriendo por unas escaleras sin dejarse espacio la una a la otra; los planos al ralentí de los huevos "en movimiento" de los adolescentes en sus short mientras corren por la acera; y el plano en el que vemos a Bleeker afeitarse las piernas. Esa irreverencia formal pronto se revela como una pose en el mismo momento en que Reitman nos dice que “habla en serio”, como cuando resuelve con un fundido en negro la escena en la que Vanessa coloca su mano en la tripa embarazada de la adolescente…

En fin. Un desastre cinematográfico de pies a cabeza, defendido por un buen puñado de intérpretes que no pueden impedir los malos resultados. Porque Juno es la enésima propuesta que basa su eficacia en una complicidad con el espectador adquirida de antemano; que no le importa caer en sobornos emocionales y procura engañar con su apariencia desaliñada: la de un cine que se vende transgresor y en el que no sólo no hay discursos incisivos; sino en el que se resuelven los planteamientos de la forma más tópica y sobre todo menos inventiva de todas las posibles. Pero por más que uno proteste, Juno es la película fresca de la temporada; la humilde muestra de un cine de sentimientos. Un filme que habla en voz baja donde otros como Una mente maravillosa tergiversan las historias. Un cine sencillo, con guión. Y, sobre todo, “muy simpático”.

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