Operación Slam
Por Alejandro Cabranes Rubio
James Bond contra Goldfinger (Goldfinger, Guy Hamilton, 1964) pasa por ser la mejor película de todas las protagonizadas por el agente secreto británico 007. Particularmente no comparto esa opinión (siento debilidad por 007 al servicio de su majestad), aunque me parece una buena película, de los escasos títulos de la saga que van más allá de cierta corrección. Se ha hablado muchas veces del atractivo del villano, Auric Goldfinger (un extraordinario Gert Frobe), banquero que planea fundir –durante la Operación Slam- el oro de Fort Knox para revalorizar el suyo propio: un malvado pragmático, inteligente, creíble. También del personaje femenino más sorprendente de la saga, Pussy Galore (elegante Honor Blackman), una mujer inmune a los encantos de Bond (se convierte en la atractiva heredera de la lesbiana Rosa Klev de Desde Rusia con amor) y sirve a Goldfinger pilotando aviones. Cierto es que ambas presencias dotan al filme de un interés especial, pero precisamente lo más atractiva de estas radica en sus relaciones con 007, ayudando a perfilar más el personaje creado por Ian Fleming en sus novelas.
El primero deja fuera de combate a 007 en varias ocasiones, y muchas por la imprudencia de éste; lo humilla, le hace asistir a crímenes que le impactan. La segunda obliga a James Bond a tratarla de igual a igual, siendo reducido varias veces por Galore, a la que no consigue conquistar hasta que empieza a obrar en consecuencia… Por primera vez en la saga el agente británico saca a relucir desde el primer momento su frialdad (electrocuta sin pestañear a un atacante en su bañera): es un esbirro despiadado, fácil de anular (incluso llega a aparecer sin afeitarse, algo que no sucedería en la saga hasta Muere otro día y en similares circunstancias); y que, por si fuera poco, tampoco sabe desactivar la bomba radioactiva que ha depositado Goldfinger en Fort Knox.
No es de extrañar que uno de los productores de la saga, Harry Saltzman, encomendase acto seguido a Guy Hamilton el rodaje de Funeral en Berlín (Funeral in Berlin, 1966), en la que el servicio secreto británico no duda incorporar en sus filas a antiguos nazis… Aunque el tono de James Bond contra Goldfinger posiblemente sea menos áspero y más festivo que el del citado filme, no es menos cierto que esas pinceladas críticas en torno a 007 ya aventuran el pesimismo de 007 al servicio de su majestad (On Her Majesty´s secret service, Peter Hunt, 1969). No sólo en él anida el miedo a la debacle económica de occidente (temores que se materializarían diez años después durante la Crisis del Petróleo), sino sobre todo hay dos imágenes particularmente terroríficas. La primera corresponde a la célebre muerte de la secretaria de Goldfinger, Jil (Shirley Eaton), por asfixia cutánea. La segunda, el implacable asesinato de la hermana de ésta, Tilly (Tania Mallet), quien deseaba vengarse de Goldfinger. Dos hechos que hacen de Bond a alguien más vulnerable que en anteriores ocasiones.
No es de extrañar que uno de los productores de la saga, Harry Saltzman, encomendase acto seguido a Guy Hamilton el rodaje de Funeral en Berlín (Funeral in Berlin, 1966), en la que el servicio secreto británico no duda incorporar en sus filas a antiguos nazis… Aunque el tono de James Bond contra Goldfinger posiblemente sea menos áspero y más festivo que el del citado filme, no es menos cierto que esas pinceladas críticas en torno a 007 ya aventuran el pesimismo de 007 al servicio de su majestad (On Her Majesty´s secret service, Peter Hunt, 1969). No sólo en él anida el miedo a la debacle económica de occidente (temores que se materializarían diez años después durante la Crisis del Petróleo), sino sobre todo hay dos imágenes particularmente terroríficas. La primera corresponde a la célebre muerte de la secretaria de Goldfinger, Jil (Shirley Eaton), por asfixia cutánea. La segunda, el implacable asesinato de la hermana de ésta, Tilly (Tania Mallet), quien deseaba vengarse de Goldfinger. Dos hechos que hacen de Bond a alguien más vulnerable que en anteriores ocasiones.
A pesar de que la intriga está bien urdida y posea esos apuntes de interés, fácilmente atribuibles al guionista Paul Dehn (quien al adaptar el excelente libro de John Lee Carre Llamada para un muerto incrementaría todavía más las dosis de escepticismo del original), resulta obvio que la labor de Guy Hamilton tras las cámaras es la que confiere todo su espesor a la película. Resulta particularmente notable su manera de captar pequeños detalles y gestos: Bond se pone una rosa en su esmoquin tras haber hecho volar una base al inicio de la película (reforzando la idea de que éste realiza su trabajo con total impasibilidad); la panorámica que muestra a Goldfinger rompiendo un lápiz al verse obligado por su enemigo a perder una partida de cartas que él había manipulado gracias a Jill; el empleo del fuera de campo que antecede a la visión del cuerpo de ésta pintado entera de oro (Hamilton prima la repercusión emocional de esa muerte); la reacción de Goldfinger cuando 007 tira al suelo un lingote que quiere poseer provocándole la pérdida de una jugada en una partida de golf contra éste; la manera del ayudante del villano, Oddjob (Harold Sakata), de decapitar una estatua con su sombrero; la forma de éste de destrozar una pelota de golf… Así mismo cabe destacar el sentido de la observación de determinadas secuencias como en la que Bond ve a un agresor reflejado en el ojo de una de sus amantes.
Sin ánimos de ser exhaustivo, citar algunos pequeños ejemplos: la panorámica que relaciona a Jill y Bond en una cama con un espejo (advirtiendo al espectador de la presencia de Oddjob en la habitación); la aparición de Oddjob a través de las sombras de las paredes; el travelling de retroceso con el que filma Hamilton la reunión entre Bond y sus superiores (y que advierte que caerá prisionero de Goldfinger); el plano con teleobjetivo que indica que Till acecha a Goldfinger con una mira telescópica; la panorámica que resume la persecución entre Bond y Oddjob en las carreteras suizas; la panorámica que muestra a Pussy Galore derrumbando a 007, quien estaba espiando a Goldfinger mientras explicaba a unos gángster su plan de atacar Fort Knox (precisamente 007 estaba escondido en el interior de una maqueta del banco); la tensión real que subyace en la escena en la que por poco Bond es asesinado por su rival con unos rayos láser; el gesto de Bond tocándose la suela del zapato para activar un dispositivo que permita a su homólogo estadounidense Félix Leiter (Cec Linder) “actuar”; la visión fascinante de un batallón militar derrumbándose en el suelo tras ser gasificado por Pussy Galore en las inmediaciones de Fort Knox; el excelente cuerpo a cuerpo entre 007 y Oddjob en el interior del mismo; el provecho de la señal que indica el camino hacia un aeropuerto (y que adelante el asesinato de uno de los gángster convocados por Goldfinger en su mansión); el travelling que relaciona a Leiter con el mundo de lujo de Goldfinger… Hasta el empleo de la partitura musical compuesta por John Barry deviene más sutil de lo acostumbrado, al adaptar la canción dedicada a Goldfinger que popularizó Shirley Bassey: cuando 007 cae en las redes de éste última, Barry recupera la melodía, magnificando el poder de Goldfinger sobre Bond.
Cabe decir que por supuesto James Bond contra Goldfinger no es una obra maestra. Tiene en su contra la consabida rigidez estructural de todas las aventuras del espía británico. También cierto abuso de teleobjetivos, y como muy bien señaló Quim Casas en su volumen destinado al filme incluso hay algún movimiento de cámara gratuito (cf. la panorámica que relaciona a un esbirro reducido por Bond con su pistola: 007 ya sabía dónde estaba ese arma, luego no hace falta dedicarle un plano más)… Más por ello, a cuarenta años de su estreno, James Bond contra Goldfinger se conserva como un filme muy medido y equilibrado, y que todavía hoy demuestra cómo se puede hacer un cine comercial con visos de dignidad.
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