miércoles, 23 de enero de 2008

Un pequeño juego sin importancia

UN PEQUEÑO JUEGO SIN CONSECUENCIAS
Las hiedras y el estanque
Por Alejandro Cabranes Rubio

Uno de los principales personajes de Un pequeño juego sin importancias, Clara (Alexandra Jiménez), lleva un traje blanco combinado con una chaqueta roja. La cuestión no es baladí ya que desde el mismo uso narrativo del vestuario se establece una de las principales cuestiones de la obra: la dialéctica entre la estabilidad representada en una tonalidad cromática neutra y la necesidad de introducir una nota de color en la vida. No en vano, Clara debe decidir si quedarse con la camisa azul clara y pantalones marrones de su novio de siempre (Bruno: Mariano Alameda) o los elegantes ropajes de Sergio (Luis Rallo), el enemigo de infancia de su compañero. Su relación se ha instalado en la rutina y la pasión ha dado paso al aburrimiento. El simulacro de ruptura que Bruno y ella llevan a cabo ante los ojos de los demás deviene en un juego, en un engaño que saca a relucir sus propias carencias como pareja. Como si fuesen los personajes de La importancia de llamarse Ernesto, los protagonistas precisan de la mentira y el equívoco para despertar de su letargo vital. Y su situación personal podría convertirse en una inesperada metáfora sobre la transformación del mundo en los últimos diez años y cómo La Era Clinton, en apariencia idílica internacionalmente, ha dejado translucir en el 11S y en la guerra de Irak sus heridas más sangrantes. El ideal de prosperidad traducido en incrementos de los PIB, las firmas de Tratados de Libre Comercio, o la llegada del Euro se ha desvanecido una vez que se han derribado las apariencias. Como en los años cincuenta en los que la sociedad de la opulencia pronto sufriría sus más profundas convulsiones en la década siguiente a pesar de sus esfuerzos por fabricar luminosas estampas de confort y felicidad. Por entonces autores como John Keats (La grieta en el tejado) o Golbreith (La sociedad acomodada) denunciaban tanto un estilo de vida enajenada basado únicamente en la consecución de la creación de la familia y la compra de la casa, como una ausencia de voluntarismo político que reflejaban la creencia de que los problemas se resolverían por sí solos.

Un pequeño juego sin consecuencias plantea temas muy similares a los que entonces padecían la sociedad estadounidense a través de las inofensivas peripecias de sus personajes anulados por su instalación en el conformismo. Bruno ha de salir de ese estanque en el cual casi se ahogó de pequeño, en esa fosa donde aguó sus iniciativas; para aprender a apreciar las hiedras plantadas en su casa familiar, cuyos tallos pueden conducir a lugares inesperados donde volver a sentirse vivo. Sobre él y el resto de los protagonistas se cierne una opresión que se traduce en sus necesidades de escapar lo más rápidamente del espacio escénico (huyendo en definitiva de su vida), o en un escenario que desmengua a lo largo de la función limitando sus movimientos, prácticamente reducidos a la práctica del balmington… Sus sueños se interrumpen constantemente, tal como sucede en el momento en el cual la mejor amiga de Clara, Silvia (Natalia Barceló), escucha música con sus auriculares y la canción que oye deja de sonar en la sala en el instante en el que se ve obligada a quitarse los cascos. Sólo la irrupción en sus existencias del jazz y de luces violetas que alumbren su pensamiento pueden lograrlos despertarlos de su letargo. Un pequeño juego sin consecuencias habla de unos personajes que desean cambiar y dejar de acometer empresas tan poco recomendables como invertir en terra… Sólo de esa manera se puede producir de nuevo la apertura del espacio escénico en consonancia con la apertura de nuevas alianzas y esperanzas… Sólo así quizás las personas y objetos que han permanecido siempre fuera de campo empiecen a ser corpóreas: su inmaterialidad en la función redunda la idea de que vivimos en un mundo en el que ya no damos importancia a aquello que tenemos a la vista, y cuyo contacto visual ya nada nos dice.

De esta manera Un pequeño juego sin consecuencias rebasa su estructura vodelisca (en la que la relación de todos los personajes entre sí y la repercusión de sus actos sobre los demás está delimitada) al despojarla de elementos posmodernos y al exigir a sus actores interpretaciones orgánicas nada histrionizadas salvo en los momentos en los que los personajes exageran sus reacciones deliberadamente. Alexandra Jiménez dota a Clara de su habitual desparpajo. Mariano Alameda le devuelve la réplica, demostrando sus habilidades como intérprete de comedia. Luis Rallo confiere a Sergio de la inteligencia, aire seductor y avispado que requería el personaje. Eduardo Antuña y Natalia Barceló componen unos entrañables perdedores. Gracias a ellos Un pequeño juego sin importancias se convierte en un divertido espectáculo (dentro de sus limitaciones) que logra interrogarnos sobre la conveniencia de volver a introducir un poquito de color en nuestro vestuario, en nuestro ser.

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