DIAMANTES DE SANGRE
Tierra ensangrentada
Tierra ensangrentada
Por Alejandro Cabranes Rubio
Hacia el final de la primera mitad de Diamantes de sangre, un traficante, el Coronel Coetzes (Arnold Vosloo), coge un trozo de la arena rojiza de Sierra Leona, advirtiendo a uno de sus socios, Danny Archer (Leonardo Di Caprio), que al revés que él nunca va a salir del país cuya sangre derramada ha cubierto su superficie terrosa. Nos hallamos en el terreno del cine de denuncia; un thriller que analiza la vinculación entre el flujo de los diamantes y la actividad bélica financiada con el dinero recaudado. Archer como si se tratase de un héroe de Graham Greene está de vueltas de todo: asesina, coge su parte del botín; y a su vez es una víctima de un sistema que asesinó a sus padres y promovió matanzas a su alrededor. Como en El jardinero fiel tenemos sobre la mesa una denuncia del neocolonialismo practicado en el tercer mundo con el consentimiento y promoción de sus gobernantes; un reportaje que integra en su discurso el intenso follaje verde de Sierra Leona como un personaje más de una historia salpicada de una violencia que ruge desde el corazón del continente negro, y cuya voz se alza en las hipócritamente conmovidas conciencias occidentales.
De ahí de unas de las virtudes de Diamantes de sangre sea su carácter físico, su análisis sobre la relación entre el hombre y el medio: un policía detiene a Danny al palpar unos diamantes blancos entre la lana de unas ovejas; Danny se arranca con un cuchillo un diente en el que tiene escondido la materia prima… Anida en la película un saber mirar de frente (con sequedad y pragmatismo) que beneficia a algunas de sus secuencias más sórdidas, tal como ocurre en una en la que un niño del FUR con unos ojos vendados realiza su primera ejecución, o en la que Danny se finge prisionero del aldeano Salomón Vandy (Djimon Honsue) para poder disparar contra uno de sus enemigos y poder así ir tras la búsqueda de un diamante rosa que Salomón escondió en…un pequeño agujero situado cerca de un río y al que sólo se puede acceder pringándose las manos de barro.
Lamentablemente ese sabor telúrico que podría haber convertido en Diamantes de sangre en una película vibrante se deshace por momentos por la intervención de dos personajes: el propio Salomón y la periodista Mady Bowen (Jennifer Conelly) que empujan a la cinta hacia su verdadera razón de ser: la construcción del eterno relato redentor en el cual un desalmado (Archer) termina expiando sus culpas. Incluso con la muerte al disfrutar de dos representantes de esa pureza que el mismo perdió. Salomón por su parte lucha por sacar adelante a su familia, alejándola de África, y a su hijo Dial de los Fur; mientras que Mady se ha propuesto dejar de escribir reportajes sentimentaloides para poder acabar con algunas de las personas que desde Europa han incentivado y enriquecido a costa del sufrimiento de todo un pueblo. Ese discurso redentor se sitúa en primer término de la película de tal manera que hay varios momentos que están resueltos de manera enfática como aquellos que muestran la evolución de Dial dentro de los FUR.
Si esa conciencia consoladora daña al filme no tanto por concepción en sí misma considerada sino por su traslación en la pantalla, no me queda más remedio que admitir que las relaciones entre Mady, Archer y Salomón están edificadas bajo la égida de lo utilitario –y de además contribuye a disimular la definición plana de esos dos personajes, sobre todo del citado en último lugar, quien demuestra que a pesar de su bondad también sabe defender sus intereses-; y que algunas de las escenas en las que intervienen hay buenas ideas visuales (cf. los planos que relatan las transacciones comerciales hasta llegar “arriba” y que deben ser interpretados tanto de manera “informática” como subjetiva al poder tratarse de las visualizaciones que para sí mismo hace Archer de ellos)… En todo caso, una correcta película inferior a otras de temática parecida, bien interpretada y que sabe escurrir entre sus dedos pedazos de arena ensangrentados.
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