VICTOR O VICTORIA
The Shady Dame From Seville
Por Alejandro Cabranes Rubio
Cuando Blake Edwards recibió un Oscar Honorífico de manos de Jim Carrey, el veterano realizador simuló estrellarse con una silla de ruedas… No pocos espectadores entonces añoramos una clase de comedia que apostaba por el gag físico (y que gente como John Hughues había degradado en cosas como Solo en casa) y por la simulación como único medio de conocimiento hacia el camino de esa entelequia que conocemos como realidad. Títulos como Uno, dos, tres (Billy Wilder, 1961) o Cómo matar a su propia esposa (Richard Quine, 1965) responden a la vitalidad de ese género que de unos años a esta parte tan escasos logros ha dejado: el fingimiento, la doble moralidad de seres humanos ruines han dado paso a un nuevo canon basado en un conservadurismo ideológico y en la pobreza cinematográfica con títulos tan endebles como Love Actually (Richard Curtis, 2002) o Pequeña Miss Sunshine (Jonathan Dayton y Valerie Faris, 2006), cuando no rematadamente malos como Notting Hill (Roger Mitchell, 1999) o Mejor…imposible (James Lee Brooks, 1997). En tales circunstancias ese homenaje hacia Blake Edwards –un hombre de trayectoria irregular, pero francamente respetable- y sobre todo hacia una forma de entender la comedia no deja de producir ternura.
En tales circunstancias revisar Víctor o Victoria constituye un acto más que gratificante y si bien es verdad que la capacidad para el detalle malicioso retrocede posiciones respecto a otros títulos de Edwards, no resulta menos cierto que no sólo parece una comedia (un mérito nada desdeñable), sino que por bastantes instantes se inscribe en él género con todas las de la ley. Si bien fue bastante sobrevalorada en su momento de estreno (lamentablemente al filme le sobran un par de detalles que luego se comentarán), resulta innegable que visto el panorama actual la película se conserva estupendamente bien.
Esa atemporalidad quizás se deba en parte a su propio guión, que gira en torno a una soprano (Victoria: excepcional Julie Andrews) que finge ser un cantante-transformista con ayuda de su amigo Todd (espléndido Robert Preston) con tal fortuna que llega a enamorar al gángster King Marchand (James Garner: el gran olvidado de la función)… El canto hacia la tolerancia sexual, la solidaridad y el valor de la amistad rebosa vitalidad y está construido con evidente solidez… Allá donde Francis Verber en su simpática (pero a todas luces floja) Salir del armario (2001) demostraba una asombrosa complacencia para con sus personajes y con el tema tratado (muy similar al que hoy nos ocupa), Blake Edwards sabe extraer todo su mordiente a las características de los protagonistas y lo hace de manera cinematográfica.
En ese sentido es impagable el dibujo de King Marshall, quien queda prendado de Victoria cuando canta en una sala de espectáculos “Le Jazz Hot”, un número que sabe transmitir la sensación de atracción que requería la acción. Su novia Norma (desprejuiciada Lesley Anne Warren) disfruta del espectáculo hasta que comprueba cómo su chico está fascinado por otra mujer: Victoria se quita la peluca, Norma respira tranquila y King duda de su carácter varonil. Y si a pesar de quedar trastocado de la experiencia, no puede evitar introducirse en la habitación del hotel que comparte Todd y Victoria: la secuencia no sólo tiene ecos de La pantera rosa y recupera el gusto por el gag dilatado de la filmografía de Edwards, con detalles francamente divertidos (cf. el adúltero que sale de otra habitación ante la perspectiva de que el marido de su amante le sorprenda), sino que además atesora un par de ideas de puesta en escena que sintetizan de manera admirable la idiosincrasia del personaje. La primera de ellas tiene lugar en el pasillo de la planta donde se hospeda Victoria: con un simple plano general que muestra a King en la mitad del recorrido que quiere realizar, Edwards expresa la apertura mental del hasta entonces arrogante “hombre de negocios”: un plano amplio sólo puede traer como consecuencia una mayor anchura en la forma de pensar. La segunda, aunque menos original en tanto supone una recuperación de los modos expresivos de su anterior Desayuno con diamantes, por el contrario nos devuelve a la realidad del personaje, que se esconde en un armario para espiar a su objeto de deseo: Edwards le quita aire, lo encierra en un mar de dudas…
Estos dos apuntes tienen su correspondencia con otros no menos eficaces: el beso entre Victoria y King cuando esté último todavía desconoce la verdad; el gesto en principio feliz y luego contrariado de King cuando Victoria le arroja una flor durante una actuación, el sentimiento de incomodidad que transmite el plano que oprime a los amantes cuando bailan en una sala gay… Entre ellos destacan con luz propia la asistencia –y que trae a la memoria Mi desconfiada esposa- de Victoria y King a un combate de boxeo (con el genial detalle de las páginas de un periódico salpicadas con la sangre de los luchadores); o a una representación de “M. Butterfly” que provoca el llanto emocionado de ella…
La descripción de Victoria, la mujer que con su voz es capaz de romper cualquier objeto de cristal, y del resto de los protagonistas también está teñida de ambigüedades: dudan en prostituirse para saldar deudas, comen gratis en los restaurantes al introducir en ellos cucarachas que aparecen casualmente en los platos… Hasta Norma y Squas (Alex Karral), el guardaespaldas de King, revisten más matices de lo imaginado: la primera al suponer que Victoria le está ofreciendo tener relaciones consiente su manera de proceder; y el segundo emocionado confiesa a su jefe que lleva años ocultando su condición de homosexual… Y Edwards filma tales revelaciones con una absoluta naturalidad, como ocurre en el plano general que informa del inicio de la relación entre Todd y Squash y que confiere a ese instante una lograda sensación de cotidianidad. A veces incluso se permite detalles malévolos como sucede en el momento en el que Squash hastiado se libra de Norma en un tren: un travelling nos muestra paralelamente cómo el recorre de nuevo el andén mientras ella atraviesa el vagón sin parar de hablar hasta salir del mismo y mostrar sus encantos a todos los presentes…provocando un accidente.
De acuerdo con la idea de ocultamiento que rige la vida de los personajes, un número musical ahonda en el discurso principal de la película: “The Shady Dame From Seville” que resume la dualidad de los caracteres y ahonda en el tono de farsa burda. Este queda contemplado con la filmación del espectáculo al que asiste Todd y Victoria en el que los bailarines además de enseñar sus rostros portan en la otra mitad de su cabeza unas caretas de mujeres… Incluso la principal figura de estilo de la película (la elipsis) afianzan dicha idea de ocultamiento. Hay ejemplos memorables: el plano general que muestra a Todd y Victoria saliendo del restaurante mientras en el mismo se ha iniciado una batalla campal a causa de la cucaracha; el otro plano general que encuadra a un equilibrista que se cae al suelo al romperse la botella sobre la que se apoyaba mientras en fuera de campo Victoria lleva a cabo una demostración de sus cualidades al representante artístico André (John Ryes Davies); o cuando King coge una pastilla de jabón para asfixiar a Norma; o el impagable momento en el que Victoria se dispone a mostrar sus pechos a su rival. A veces el recurso pierde parte de su eficacia como cuando Victoria se desmaya, al inicio de la película, al ver cómo se atiborran los ricos en el restaurante; secuencia que los primerísimos planos de un hombre ingiriendo un buñuelo están a punto de estropear.
Cuando Blake Edwards recibió un Oscar Honorífico de manos de Jim Carrey, el veterano realizador simuló estrellarse con una silla de ruedas… No pocos espectadores entonces añoramos una clase de comedia que apostaba por el gag físico (y que gente como John Hughues había degradado en cosas como Solo en casa) y por la simulación como único medio de conocimiento hacia el camino de esa entelequia que conocemos como realidad. Títulos como Uno, dos, tres (Billy Wilder, 1961) o Cómo matar a su propia esposa (Richard Quine, 1965) responden a la vitalidad de ese género que de unos años a esta parte tan escasos logros ha dejado: el fingimiento, la doble moralidad de seres humanos ruines han dado paso a un nuevo canon basado en un conservadurismo ideológico y en la pobreza cinematográfica con títulos tan endebles como Love Actually (Richard Curtis, 2002) o Pequeña Miss Sunshine (Jonathan Dayton y Valerie Faris, 2006), cuando no rematadamente malos como Notting Hill (Roger Mitchell, 1999) o Mejor…imposible (James Lee Brooks, 1997). En tales circunstancias ese homenaje hacia Blake Edwards –un hombre de trayectoria irregular, pero francamente respetable- y sobre todo hacia una forma de entender la comedia no deja de producir ternura.
En tales circunstancias revisar Víctor o Victoria constituye un acto más que gratificante y si bien es verdad que la capacidad para el detalle malicioso retrocede posiciones respecto a otros títulos de Edwards, no resulta menos cierto que no sólo parece una comedia (un mérito nada desdeñable), sino que por bastantes instantes se inscribe en él género con todas las de la ley. Si bien fue bastante sobrevalorada en su momento de estreno (lamentablemente al filme le sobran un par de detalles que luego se comentarán), resulta innegable que visto el panorama actual la película se conserva estupendamente bien.
Esa atemporalidad quizás se deba en parte a su propio guión, que gira en torno a una soprano (Victoria: excepcional Julie Andrews) que finge ser un cantante-transformista con ayuda de su amigo Todd (espléndido Robert Preston) con tal fortuna que llega a enamorar al gángster King Marchand (James Garner: el gran olvidado de la función)… El canto hacia la tolerancia sexual, la solidaridad y el valor de la amistad rebosa vitalidad y está construido con evidente solidez… Allá donde Francis Verber en su simpática (pero a todas luces floja) Salir del armario (2001) demostraba una asombrosa complacencia para con sus personajes y con el tema tratado (muy similar al que hoy nos ocupa), Blake Edwards sabe extraer todo su mordiente a las características de los protagonistas y lo hace de manera cinematográfica.
En ese sentido es impagable el dibujo de King Marshall, quien queda prendado de Victoria cuando canta en una sala de espectáculos “Le Jazz Hot”, un número que sabe transmitir la sensación de atracción que requería la acción. Su novia Norma (desprejuiciada Lesley Anne Warren) disfruta del espectáculo hasta que comprueba cómo su chico está fascinado por otra mujer: Victoria se quita la peluca, Norma respira tranquila y King duda de su carácter varonil. Y si a pesar de quedar trastocado de la experiencia, no puede evitar introducirse en la habitación del hotel que comparte Todd y Victoria: la secuencia no sólo tiene ecos de La pantera rosa y recupera el gusto por el gag dilatado de la filmografía de Edwards, con detalles francamente divertidos (cf. el adúltero que sale de otra habitación ante la perspectiva de que el marido de su amante le sorprenda), sino que además atesora un par de ideas de puesta en escena que sintetizan de manera admirable la idiosincrasia del personaje. La primera de ellas tiene lugar en el pasillo de la planta donde se hospeda Victoria: con un simple plano general que muestra a King en la mitad del recorrido que quiere realizar, Edwards expresa la apertura mental del hasta entonces arrogante “hombre de negocios”: un plano amplio sólo puede traer como consecuencia una mayor anchura en la forma de pensar. La segunda, aunque menos original en tanto supone una recuperación de los modos expresivos de su anterior Desayuno con diamantes, por el contrario nos devuelve a la realidad del personaje, que se esconde en un armario para espiar a su objeto de deseo: Edwards le quita aire, lo encierra en un mar de dudas…
Estos dos apuntes tienen su correspondencia con otros no menos eficaces: el beso entre Victoria y King cuando esté último todavía desconoce la verdad; el gesto en principio feliz y luego contrariado de King cuando Victoria le arroja una flor durante una actuación, el sentimiento de incomodidad que transmite el plano que oprime a los amantes cuando bailan en una sala gay… Entre ellos destacan con luz propia la asistencia –y que trae a la memoria Mi desconfiada esposa- de Victoria y King a un combate de boxeo (con el genial detalle de las páginas de un periódico salpicadas con la sangre de los luchadores); o a una representación de “M. Butterfly” que provoca el llanto emocionado de ella…
La descripción de Victoria, la mujer que con su voz es capaz de romper cualquier objeto de cristal, y del resto de los protagonistas también está teñida de ambigüedades: dudan en prostituirse para saldar deudas, comen gratis en los restaurantes al introducir en ellos cucarachas que aparecen casualmente en los platos… Hasta Norma y Squas (Alex Karral), el guardaespaldas de King, revisten más matices de lo imaginado: la primera al suponer que Victoria le está ofreciendo tener relaciones consiente su manera de proceder; y el segundo emocionado confiesa a su jefe que lleva años ocultando su condición de homosexual… Y Edwards filma tales revelaciones con una absoluta naturalidad, como ocurre en el plano general que informa del inicio de la relación entre Todd y Squash y que confiere a ese instante una lograda sensación de cotidianidad. A veces incluso se permite detalles malévolos como sucede en el momento en el que Squash hastiado se libra de Norma en un tren: un travelling nos muestra paralelamente cómo el recorre de nuevo el andén mientras ella atraviesa el vagón sin parar de hablar hasta salir del mismo y mostrar sus encantos a todos los presentes…provocando un accidente.
De acuerdo con la idea de ocultamiento que rige la vida de los personajes, un número musical ahonda en el discurso principal de la película: “The Shady Dame From Seville” que resume la dualidad de los caracteres y ahonda en el tono de farsa burda. Este queda contemplado con la filmación del espectáculo al que asiste Todd y Victoria en el que los bailarines además de enseñar sus rostros portan en la otra mitad de su cabeza unas caretas de mujeres… Incluso la principal figura de estilo de la película (la elipsis) afianzan dicha idea de ocultamiento. Hay ejemplos memorables: el plano general que muestra a Todd y Victoria saliendo del restaurante mientras en el mismo se ha iniciado una batalla campal a causa de la cucaracha; el otro plano general que encuadra a un equilibrista que se cae al suelo al romperse la botella sobre la que se apoyaba mientras en fuera de campo Victoria lleva a cabo una demostración de sus cualidades al representante artístico André (John Ryes Davies); o cuando King coge una pastilla de jabón para asfixiar a Norma; o el impagable momento en el que Victoria se dispone a mostrar sus pechos a su rival. A veces el recurso pierde parte de su eficacia como cuando Victoria se desmaya, al inicio de la película, al ver cómo se atiborran los ricos en el restaurante; secuencia que los primerísimos planos de un hombre ingiriendo un buñuelo están a punto de estropear.
Ahí el mayor handicap de una función que a veces peca de obvia: ya no sólo en la segunda representación de “The Shady Dame From Seville” (sin prejuicio de la vis cómica de Robert Preston), sino en torpezas puntuales como el encadenado sonoro que relaciona a Todd sonándose la nariz con el claxon del coche del que se baja su antiguo novio. A pesar de ello hay detalles dignos de considerarse como la panorámica que relaciona las calles nevadas de París con el dormitorio de Todd y que expresan el tono más o menos melancólico de la narración; incluso una feliz recuperación del detalle físico filmado sin cargar las tintas: la apertura de una botella de champagne producida por el impacto de la voz de Victoria; el momento eficaz –aunque poco original- en el que ella cierra la puerta de un armario pillando los dedos de un detective; o la secuencia en la que Squash retira de las manos de Norma un jarrón; o aquella en la que este en vez de cobrar la recompensa por los servicios prestados recibe un martillazo en su escayola… Por no hablar de su ejemplar dosificación de los números musicales como “Cherry Ripe” (que ejerce de contrapunto irónico de la pobreza que atraviesa Victoria cuando se inicia la trama) o “You and Me” (definitoria de la relación entre Todd y Victoria). Víctor o Víctoria tal vez no sea la obra maestra que se predica desde varios frentes, pero ante la escasez de buenas comedias (y no sólo en el cine estadounidense) despierta tal simpatía que justifica su revisión. Sí: cuando Edwards se “estrelló” en los Oscar dejo bien claro que la comedia es algo vivo, un espejo perverso de nuestras miserias. Y Víctor o Victoria da buena parte de ellas
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