Por Alejandro Cabranes Rubio
Durante el segundo acto de Un enemigo del pueblo el Doctor Thomas Stockmann (Francesc Orella) expresa su deseo de denunciar que el balneario que el dirige –y proporciona el sustento económico a la ciudad- es dañino para la salud porque sus aguas están contaminadas. Su hermano Peter (extraordinario Enric Benavent), que ostenta el cargo de alcalde, intenta disuadirle de lo contrario. En un momento dado de la discusión Thomas empieza a andar y tapa en el escenario a Peter, como intentase ocultar el mal. Esa idea de puesta deviene en un apunte francamente cruel considerando no sólo el fracaso del protagonista, sino de toda una colectividad: Un enemigo del pueblo critica a una masa de ciudadanos que sólo se mueven para preservar propio interés. Incluso define el espíritu de una función dominada por la idea del ocultamiento de una realidad cuya superficie pulida contribuye a afianzar cierto sentimiento de conformidad, incluso de holgura. No en vano en la primera escena una luz solar ilumina a Thomas, el último representante de esa pureza ya perdida, y cuyo futuro es tan escurridizo como la cometa con la cual su hijo jugaba en el parque…
Frente a su honestidad, el director Gerardo Vera nos describe, sirviéndose del texto de Ibsen, una sociedad hipócrita, cobarde, dominada por la ideología que impone una prensa que presume de una falsa independencia; que ha perdido su capacidad para pensar por sí misma, y que en nombre del interés general elimina las voces discrepantes que enturbian su presunta idílica existencia… Las aguas putrefactas son en verdad una metáfora del espíritu de ese pueblo que manda callar -en nombre del bien común- aquellas realidades de probada veracidad; porque al fin y al cabo no quieren oír, limitándose a ordenar, a proteger sus propios intereses. Incluso arrojando piedras sobre aquellos que difieren de la opinión mayoritaria. De ahí que la puesta en escena se base en el agrupamiento de personajes en bloques que se desperdigan en el escenario, irreconciliables entre sí. De ahí que en un momento dado Thomas se situé en el borde de la tabla, buscando gente en el exterior que sí quiera escuchar, sin soberbia y cobardía; como si quisiese salir de la escena y buscar otra mejor… Y de esa manera el público se convierte a su vez en un jurado que sabe apreciar cómo el decorado progresivamente se va desnudando para poder distinguir lo que realmente importa: la defensa del individualismo frente a un corporativismo intolerante (1).
Los brillantes parlamentos están defendidos por un elenco estupendo de actores, en el que destaca -además del mencionado Enric Benavent- Israel Elejalde, Elisabeth Gelabert, Walter Vidarte, Olivia Molina y la masa de ciudadanos anónimos (entre los cuales se encuentran habituales de Vera: Daniel Holguin). Por encima de ellos resulta imposible no dejar de constar la fuerza del gran Francesc Orella, cuyo Thomas ya no puede perdonar como lo hiciera el Próspero al que diera vida el año pasado en La tempestad… Thomas, como Nora (el papel femenino más famoso de Ibsen), no cede ante ningún chantaje y descubre las paredes de suciedad ocultas en esa casa de muñecas, el símbolo de un falso progreso… Pero al revés que ella, decide quedarse y reconstruirla desde sus cimientos. A pesar del carácter redundante de algunos vídeos proyectados durante la obra, Un enemigo del pueblo se convierte en una valiente parábola de nuestra sociedad actual, cuyos dioses ya la han abandonado como aquellos que otorgaron el poder a La buena persona de Sezuan, y que prefieren tapar las miserias de la civilización.
NOTAS
Durante el segundo acto de Un enemigo del pueblo el Doctor Thomas Stockmann (Francesc Orella) expresa su deseo de denunciar que el balneario que el dirige –y proporciona el sustento económico a la ciudad- es dañino para la salud porque sus aguas están contaminadas. Su hermano Peter (extraordinario Enric Benavent), que ostenta el cargo de alcalde, intenta disuadirle de lo contrario. En un momento dado de la discusión Thomas empieza a andar y tapa en el escenario a Peter, como intentase ocultar el mal. Esa idea de puesta deviene en un apunte francamente cruel considerando no sólo el fracaso del protagonista, sino de toda una colectividad: Un enemigo del pueblo critica a una masa de ciudadanos que sólo se mueven para preservar propio interés. Incluso define el espíritu de una función dominada por la idea del ocultamiento de una realidad cuya superficie pulida contribuye a afianzar cierto sentimiento de conformidad, incluso de holgura. No en vano en la primera escena una luz solar ilumina a Thomas, el último representante de esa pureza ya perdida, y cuyo futuro es tan escurridizo como la cometa con la cual su hijo jugaba en el parque…
Frente a su honestidad, el director Gerardo Vera nos describe, sirviéndose del texto de Ibsen, una sociedad hipócrita, cobarde, dominada por la ideología que impone una prensa que presume de una falsa independencia; que ha perdido su capacidad para pensar por sí misma, y que en nombre del interés general elimina las voces discrepantes que enturbian su presunta idílica existencia… Las aguas putrefactas son en verdad una metáfora del espíritu de ese pueblo que manda callar -en nombre del bien común- aquellas realidades de probada veracidad; porque al fin y al cabo no quieren oír, limitándose a ordenar, a proteger sus propios intereses. Incluso arrojando piedras sobre aquellos que difieren de la opinión mayoritaria. De ahí que la puesta en escena se base en el agrupamiento de personajes en bloques que se desperdigan en el escenario, irreconciliables entre sí. De ahí que en un momento dado Thomas se situé en el borde de la tabla, buscando gente en el exterior que sí quiera escuchar, sin soberbia y cobardía; como si quisiese salir de la escena y buscar otra mejor… Y de esa manera el público se convierte a su vez en un jurado que sabe apreciar cómo el decorado progresivamente se va desnudando para poder distinguir lo que realmente importa: la defensa del individualismo frente a un corporativismo intolerante (1).
Los brillantes parlamentos están defendidos por un elenco estupendo de actores, en el que destaca -además del mencionado Enric Benavent- Israel Elejalde, Elisabeth Gelabert, Walter Vidarte, Olivia Molina y la masa de ciudadanos anónimos (entre los cuales se encuentran habituales de Vera: Daniel Holguin). Por encima de ellos resulta imposible no dejar de constar la fuerza del gran Francesc Orella, cuyo Thomas ya no puede perdonar como lo hiciera el Próspero al que diera vida el año pasado en La tempestad… Thomas, como Nora (el papel femenino más famoso de Ibsen), no cede ante ningún chantaje y descubre las paredes de suciedad ocultas en esa casa de muñecas, el símbolo de un falso progreso… Pero al revés que ella, decide quedarse y reconstruirla desde sus cimientos. A pesar del carácter redundante de algunos vídeos proyectados durante la obra, Un enemigo del pueblo se convierte en una valiente parábola de nuestra sociedad actual, cuyos dioses ya la han abandonado como aquellos que otorgaron el poder a La buena persona de Sezuan, y que prefieren tapar las miserias de la civilización.
NOTAS
(1)Ello es lo que impide caer a Un enemigo del pueblo por la pendiente del fascismo
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