Raúl Fernández, María Pastor y Álex Tormo
TRAICIÓN
While My Guitar Gently Weeps
El día 17 de marzo de 2007 mientras los miembros del Teatro Guindalera se disponían a representar la segunda función de la obra Traición (Harold Pinter), los madrileños se sumaban a las manifestaciones mundiales contra una de las realidades que denunció su autor en su mensaje de agradecimiento el Premio Nobel: la barbarie de la guerra, la máxima expresión de la destrucción y descomposición, del miedo y el desconcierto… En ese sentido, más que en cualquier día, podríamos ver reflejados en Traición un lamento generacional por las heridas del pasado. No resulta casual en ese sentido que en un momento dado de la función se escuchen los compases de la preciosa canción de George Harrison “While My Guitar Gently Weeps”, cuyas estrofas hacen referencia a las lágrimas vertidas y al control que ejercemos los unos sobre los otros, dejando atrás días felices…
La premisa argumental es mínima: Emma (Marìa Pastor) anuncia a su ex amante Jerry (Raúl Fernández) que se va a divorciar a Robert (Alex Tormo), a su vez el mejor amigo del segundo. Desde esa escena, Traición invierte la estructura lineal a través del empleo del flash back que de manera gradual hace retroceder al espectador de 1977 a 1967: un mundo descompuesto sólo puede ser escenificado a través de su desarticulación. En ese sentido el sentimiento de falta de estabilidad viene expresado con una sencilla idea de puesta en escena: el reencuentro de Emma y Jerry tiene lugar en el centro del escenario, y la posterior reunión entre el segundo y Robert en el otro extremo de la sala: la traslación de la acción se convierte en el reflejo de la pérdida de seguridad de quien se sabe descubierto y de quien ha traicionado tanto a su familia como a su mejor amigo. El irónico empleo de la canción “You´re My Best Friend” (Queen) deviene en tales circunstancias en un apunte cruel, no exento de amargura. Si en las dos obras de Pinter (Un ligero malestar, La última copa) representadas en la actualidad en el Teatro Español ofrecían sendas digresiones sobre el miedo a lo desconocido, a aquello que nos perturba (y que en consecuencia se escenifica en buena parte del montaje en fuera de campo); Traición por el contrario está protagonizada por seres atrevidos, que pagan el precio por derribar determinadas fronteras, degradando sus relaciones. Y a la vez guarda ciertas similitudes con aquellas (sobre todo con Un ligero malestar): parlamentos que surgen de la capacidad inquisitiva de los personajes, unos subtextos poderosos que evidencian cierta incomodidad, un certero retrato sobre cómo el ideal de conformidad no es más que una fachada que oculta los sin sabores y temores de la humanidad… Y cómo aquellas hablan del profundo dolor que dispensamos y a su vez recibimos…
La dirección de Juan Pastor reserva no pocos sustanciosos apuntes al respecto: la ruptura entre Jerry y Emma queda visualizada a través del abandono del centro del escenario por parte de la segunda; la primera reunión de los tres personajes queda resuelta con una composición triangular que define la clase de relación que mantienen; una luz ámbar ilumina el inicio del distanciamiento afectivo entre Jerry y Emma; la confesión de Emma a Robert tiene lugar cuando este se sitúa a las espaldas de su mujer resaltando el carácter de la relación que mantuvieron oculta Emma y Jerry… Incluso el uso del vestuario no es nada baladí: los trajes oscuros de 1977 dan paso a los pantalones, jerseys y chaquetas más claros de la década de los sesenta. Traición es una obra muy bien medida, en la que Juan Pastor sabe sacar el máximo partido a la gestualidad de los actores con momentos realmente brillantes como el almuerzo de Jerry y Robert en el que la manera de beber y servirse vino tanto nos sugieren sobre su nerviosismo; o aquel en el que Emma arroja un peluche al suelo, frustrada por un fracaso vital, y Robert la abraza (Pinter puede ser cálido)… En ese sentido resulta impagable el trabajo de sus tres intérpretes principales que saben expresar las contradicciones de los tres personajes y hacerlos profundamente humanos, marcando a través de su trabajo corporal, vocal y facial su propia relación con el tiempo que les ha tocado vivir. Mientras sus propias guitarras siguen llorando. Alejandro Cabranes Rubio.
While My Guitar Gently Weeps
El día 17 de marzo de 2007 mientras los miembros del Teatro Guindalera se disponían a representar la segunda función de la obra Traición (Harold Pinter), los madrileños se sumaban a las manifestaciones mundiales contra una de las realidades que denunció su autor en su mensaje de agradecimiento el Premio Nobel: la barbarie de la guerra, la máxima expresión de la destrucción y descomposición, del miedo y el desconcierto… En ese sentido, más que en cualquier día, podríamos ver reflejados en Traición un lamento generacional por las heridas del pasado. No resulta casual en ese sentido que en un momento dado de la función se escuchen los compases de la preciosa canción de George Harrison “While My Guitar Gently Weeps”, cuyas estrofas hacen referencia a las lágrimas vertidas y al control que ejercemos los unos sobre los otros, dejando atrás días felices…
La premisa argumental es mínima: Emma (Marìa Pastor) anuncia a su ex amante Jerry (Raúl Fernández) que se va a divorciar a Robert (Alex Tormo), a su vez el mejor amigo del segundo. Desde esa escena, Traición invierte la estructura lineal a través del empleo del flash back que de manera gradual hace retroceder al espectador de 1977 a 1967: un mundo descompuesto sólo puede ser escenificado a través de su desarticulación. En ese sentido el sentimiento de falta de estabilidad viene expresado con una sencilla idea de puesta en escena: el reencuentro de Emma y Jerry tiene lugar en el centro del escenario, y la posterior reunión entre el segundo y Robert en el otro extremo de la sala: la traslación de la acción se convierte en el reflejo de la pérdida de seguridad de quien se sabe descubierto y de quien ha traicionado tanto a su familia como a su mejor amigo. El irónico empleo de la canción “You´re My Best Friend” (Queen) deviene en tales circunstancias en un apunte cruel, no exento de amargura. Si en las dos obras de Pinter (Un ligero malestar, La última copa) representadas en la actualidad en el Teatro Español ofrecían sendas digresiones sobre el miedo a lo desconocido, a aquello que nos perturba (y que en consecuencia se escenifica en buena parte del montaje en fuera de campo); Traición por el contrario está protagonizada por seres atrevidos, que pagan el precio por derribar determinadas fronteras, degradando sus relaciones. Y a la vez guarda ciertas similitudes con aquellas (sobre todo con Un ligero malestar): parlamentos que surgen de la capacidad inquisitiva de los personajes, unos subtextos poderosos que evidencian cierta incomodidad, un certero retrato sobre cómo el ideal de conformidad no es más que una fachada que oculta los sin sabores y temores de la humanidad… Y cómo aquellas hablan del profundo dolor que dispensamos y a su vez recibimos…
La dirección de Juan Pastor reserva no pocos sustanciosos apuntes al respecto: la ruptura entre Jerry y Emma queda visualizada a través del abandono del centro del escenario por parte de la segunda; la primera reunión de los tres personajes queda resuelta con una composición triangular que define la clase de relación que mantienen; una luz ámbar ilumina el inicio del distanciamiento afectivo entre Jerry y Emma; la confesión de Emma a Robert tiene lugar cuando este se sitúa a las espaldas de su mujer resaltando el carácter de la relación que mantuvieron oculta Emma y Jerry… Incluso el uso del vestuario no es nada baladí: los trajes oscuros de 1977 dan paso a los pantalones, jerseys y chaquetas más claros de la década de los sesenta. Traición es una obra muy bien medida, en la que Juan Pastor sabe sacar el máximo partido a la gestualidad de los actores con momentos realmente brillantes como el almuerzo de Jerry y Robert en el que la manera de beber y servirse vino tanto nos sugieren sobre su nerviosismo; o aquel en el que Emma arroja un peluche al suelo, frustrada por un fracaso vital, y Robert la abraza (Pinter puede ser cálido)… En ese sentido resulta impagable el trabajo de sus tres intérpretes principales que saben expresar las contradicciones de los tres personajes y hacerlos profundamente humanos, marcando a través de su trabajo corporal, vocal y facial su propia relación con el tiempo que les ha tocado vivir. Mientras sus propias guitarras siguen llorando. Alejandro Cabranes Rubio.
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