Ya han salido la lista de candidatas al globo de oro a la mejor película dramática. Entre las afortunadas: Jóvenes prodigiosos (The Wonder Boys, Curtis Hanson), la floja Gladiator (Ridley Scoth), la interesante Sunshine (Itsvan Stazbo), las horribles Traffic (Steven Soderbegh) y Billy Elliot (Stephen Daldry), y la película que ahora nos ocupa, Erin Brockovich (Steven Soderbegh). Y no me sorprende su inclusión en la terna: no en vano el filme relata epopeya sobre la heroica investigadora Erin Brockovich (Julia Roberts) que revaloriza a una mujer ruda, divorciada dos veces y con tres hijos a cuestas. Hollywood rinde homenaje –una vez más- una luchadora nata que, tras conseguir empleo en un bufete de abogados, representa a una serie de personas que han sido víctimas de la contaminación de toda una zona a cargo de una empresa poderosa.
Excelente oportunidad, pues, para Julia Roberts para demostrar que puede interpretar prototipos valerosos y que debieran inspirarnos para cambiar la mediocre sociedad que nos rodea. Erin Brockovich sabe oír a las personas; lucha tenazmente para recompensar a sus clientes; pone calor humano allá donde otros sólo buscan sacar tajada económica de unos hechos; renuncia a aquello que más quiere; logra modificar la conducta de su jefe (estupendo Albert Finney, quien contribuye sobremanera a aguantar un poco la película); siempre lleva en brazos a su hija pequeña; conciencia a su primogénito acerca de lo que realmente importa, y acompaña a la gente que sufre en los momentos críticos. Allá donde sólo queda falsedad, Erin aporta autenticidad y cariño: con su sonrisa lo consigue todo.
¿Y las estampitas que le han hecho ganarse a Erin Brockovich el apelativo idiota de película dramática? A lo mejor se refieren al conflicto de los clientes de la protagonista, pero que tal como están desarrollados parece que sólo existen en la medida que puedan suscitar cierta solidaridad en el espectador. Los problemas planteados se trivializan y sólo afectan al espectador en la medida que se corresponde con las reacciones de Erin: una película tan irregular como Una acción civil (A Civil Action, Steven Zallian, 1998) me merece más respeto que este bodrio edificante por no frivolizar de semejante manera acontecimientos como los que ambas cintas exponen; hechos que sirven de excusa para potenciar las cualidades del personaje interpretado por la estrella de la película.
Con ese propósito, en la película abundan ideas de puesta en escena que redundan en un solo concepto: Erin es maravillosa. Si Soderbergh encuadra a los demandantes a continuación remata la secuencia con los correspondientes contraplanos de Erin escuchándoles. Si quiere acentuar la superioridad moral del personaje, no hay nada como un primer plano de la protagonista para lograr el objetivo. De esta manera cada acción queda supeditada en función de esta frívola pauta narrativa: cada plano corresponde a la mirada de Julia Roberts, a quien en numerosas ocasiones se le dedica un primer plano mientras presencia algún suceso, para sólo después ponerlo en escena, como cuando se incorpora al bufete otro abogado cuyo modo un modo de vida es antitético al de Erin. Estos niveles de narcisismo llegan a su más extremo punto cuando Steven Soderbegh resuelve la escena amorosa de Erin mediante elipsis que se encargan de mostrar en todo momento el rostro de Julia Roberts. Idéntico comentario merece la panorámica que enseñaba el traje ensuciado de Erin tras obtener pruebas para el caso; un plano que, a la larga, sirve para comparar a la natural Erin con la rígida y fina Teresa, otra abogada de la causa de los demandantes. El único atisbo de desmitificación sobre Erin recae en su vocabulario precoz, y en una serie de montajes de efecto irónico, indignos de la gran Anne.V.Coats (Lawrence de Arabia).
De esta manera, Erin Brockovich se convierte en uno de los exponentes de una clase de películas cuyos planteamientos han forjado la idea de un cine oscarizable en el que las concepciones consoladoras de la realidad retratada lleva pareja la falta total de inventiva. Un cine edificante en el peor sentido del término, discursivo, y cuyas supuestas virtudes sociales no son más que coartadas culturales para que una industria se lave la cara. Con una formulación expresiva plana y con Finney como exclusivo atractivo, Erin Brockovich junto con el no menos ramplón Traffic nos muestra a un Steven Soderbergh muy lejos de sus mejores logros (Kafka), ofreciendo la imagen de un director que en su nuevo homenaje a los filmes de los años setenta busca integrarse en el mundo del Hit Parede sin renunciar a su personalidad; disyuntiva que le hace navegar a la deriva, ahogándole (en esta ocasión) en la marea de la más absoluta mediocridad.
El artículo data de diciembre 2000.
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