miércoles, 5 de diciembre de 2007

Zodiac


ZODIAC
El psicópata de San Francisco
Por Alejandro Cabranes Rubio

Después del varapalo crítico que experimentó con La habitación del pánico, David Fincher ha vuelto a ganarse el respeto de la prensa con su nueva propuesta, Zodiac (2007), basada en las investigaciones reales de Robert Graysmith en torno a la figura del asesino de Zodiaco que perpetró varios crímenes entre finales de los años sesenta y principios de los setenta. El resultado entronca con una tradición actual que mira hacia el thriller que se practicaba en Estados Unidos en la época que tuvieron lugar los acontecimientos que relata. Me refiero a títulos como la estupenda Plan oculto (2006) donde Spike Lee derriba las convenciones del género para, a la manera del Sidney Lumet de los setenta, retratar el racismo actual en la sociedad neoyorkina y certificar la sospecha de que en el poder económico todavía se encuentran elementos de un pasado dudoso. Anteriormente James Gray en la extraordinaria La otra cara del crimen (2000) proponía una reflexión sobre los modos gangsteriles actuales, recuperando en el reparto a intérpretes como James Caan, Faye Dunaway o Ellen Burstyn. Buena parte de las muestras del género, aunque no miren hacia ese pasado cinematográfico, tienen componentes críticos difíciles de encontrar en títulos de los noventa (Frankeheimer, Pollack, Lumet y Eastwood aparte) si bien eso no garantizaba la consecución de una buena película como ponen de manifiesto Captivity –en la que Roland Joffe intenta estudiar la obsesión por lo bello- o Verdades ocultas, en torno a las malas artes de las aseguradoras. Frente a esos intentos fallidos, películas como Retratos de una obsesión o Insomnio anuncian que el thriller estadounidense todavía puede ofrecernos cosas interesantes.

Zodiac es una muestra muy apreciable por lo que tiene de estudio crítico sobre el reverso de la imagen candorosa de la joven América. Y aunque el resultado es más amable que el conseguido por Richard Fleischer en la excepcional El estrangulador de Boston, los méritos de Fincher no deben minusvalorarse. De hecho el arranque resulta harto prometedor: un travelling tomado desde la ventanilla de un coche recorre las calles de una población californiana mientras se celebra el 4 de julio con fuegos artificiales y música de Donovan. Dos jóvenes se dirigen a un descampado para pegarse el lote hasta que irrumpe Zodiac y asesina a la chica. El mito de la pérdida de la inocencia –tan patente en el cine estadounidense, más ahora después del 11S.- ya queda bien revisado en apenas cinco minutos en los cuales Fincher imprime cierta tensión al crimen.

Ese prólogo, excelente, ya indica que Zodiac prefiere poner el acento en las consecuencias de los hechos sobre determinados personajes (y por ende de la sociedad en la que habitan) que “asustar” o “inquietar” sin que por ello los aspectos más identificables del género queden descuidados. Hay una secuencia que aúna ambos elementos: un plano en picado en el que vemos un taxi donde Zodiac elimina al conductor mientras la radio comenta que el psicópata sólo mata a parejas jóvenes, y unos niños se convierten en testigos del homicidio. La escena pone de relieve la crueldad de algunos radioyentes, que llegan a llamar para decir que la vida de esos muchachos les trae sin cuidado, a la vez que sume en una mayor indefensión a la población: cualquiera puede ser víctima de ese enfermo. El impacto emocional del suceso queda muy bien expresado en la secuencia en la que el detective David Toschi (estupendo Mark Ruffalo) interroga a las pobres criaturas, que quedan en fuera de campo: su miedo es tal que no puede ser representado en pantalla, por lo que Fincher prima la fuerte impresión que ejercen sus palabras sobre David. Zodiac no es tanto una película de miedo, sino sobre el terror, la frustración, y allí radica la importancia del estudio de personajes.

Destaca particularmente destacable entre estos el perfil del periodista Paul Avery (Robert Downey Jr., perfecto), alguien amenazado por Zodiac quien se la tiene jurada por haber escrito que el criminal “esconde una homosexualidad latente”. Por mucho que Paul sea una víctima, no es menos cierto que deja en ridículo a la policía, se comporta de manera paranoica (estupendo plano tomado desde un panel del tiro al blanco que lo muestra ensayando de forma nerviosa con una pistola: tan descentrado como el propio personaje), y que se entrega al alcohol y los fármacos para expulsar sus miedos, que se recrudecen cuando recibe en plena redacción un trozo de la camisa ensangrentada del taxista asesinado.

Si Paul se convierte en un símbolo de esa sociedad horrorizada, David se revela cómo el rostro de una frustración que se deriva de su imposibilidad de atrapar al criminal, del cuestionamiento de su eficacia y de la acusación de darse publicidad… Su ocasional chulería, su glotonería (está todo el día pidiendo galletitas) forman parte su humanidad. A pesar de su enemistad con Paul Avery (por fisgar en terrenos de su competencia) no duda en ayudar a un amigo de aquel, el mismísimo Robert Graysmith (resulta notable la manera en la que Fincher aprovecha la mirada candorosa de Jake Gyllenhaal) saltándose varias normas. Esa sensación de fracaso vital queda de manifiesto en el fundido en negro que corrobora que su principal sospechoso se va a librar….

El retrato de Robert Graysmith me parece no menos efectivo: un boy scout divorciado, cuya obsesión por desenmascarar a Zodiac es tan enfermiza como el comportamiento de éste hasta el punto de que logra apartar de su vida a su segunda mujer (Melanie: Chloe Sevigny). Ello no impide que en determinados momentos sienta auténtico pánico (cf. el inserto de unos rollos de películas que le hacen pensar que quizás esté en un sótano con el propio Zodiac) e incluso proteja a sus hijos, llevándole personalmente al colegio. Su primera aparición en pantalla ya revela su carácter, cuando despierta a su hijo pequeño.

Y por último nos encontramos con Sherwood Morrill (el siempre magnífico Philip Baker Hall), el especialista en identificar los rasgos de las letras de los criminales, cuya fiabilidad queda siempre en duda también por un alcoholismo que puede ser el causante de que Zodiac quede impune…. Como se puede apreciar, el filme contiene un discurso nihilista de una sociedad aterrorizada (genial la idea de que David y Robert se encuentren en un cine donde proyectan una película sobre un psicópata que impone ciertas condiciones a las autoridades), obsesiva, enferma y viciosa; una oda acerca la perversión de esa joven America. En ese sentido, David Fincher demuestra una mala uva notable en determinados detalles como la chapa que Paul lleva en su camisa y que pone “I am not Avery” con la intención de que Zodiac no lo asesine…

Lo mejor de tan espléndido dibujo reside en la labor tras las cámaras del director. Pienso por ejemplo en el intento de asesinato no consumado de una mujer y su bebé (que Fincher resuelve elípticamente para subrayar el fracaso de Zodiac), la conversación en un banco entre David y Paul que transmite una lograda sensación de clandestinidad; su dirección de actores (que brilla en momentos muy logrados como el encuentro entre Robert y el presunto Zodiac en una ferretería); el peso de determinados detalles (cf. el plano de la carta que Zodiac ha escrito a un periódico; la habilidad con el que éste aparece y desaparece entre unos trigales antes de asaltar a otra pareja), y sobre todo su notable aprovechamiento de los decorados: la redacción, los restaurantes, el barco donde vive Paul, la casa de Robert se convierten en lugares con vida propia.

Sin embargo, Zodiac no es perfecta: su larga duración (casi tres horas) le hace caer en ciertas reiteraciones y realza cierto carácter formulario. A pesar de ello, su visión resulta recomendable, placentera por proponer una aproximación al género con su propia personalidad y en la que Fincher prescinde de los elementos más llamativos de su cine como su tonalidad fotográfica sombría para sustituirla por otra más luminosa, y quizás por ello mismo más perturbadora…

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