UNA VERDAD INCÓMODA
We Are the World
We Are the World
Por Alejandro Cabranes Rubio
Cuando Leonardo Di Caprio presentó a Al Gore en la entrega de los Oscar de hace unos meses quedó en evidencia un hecho incontestable: el cine es un sistema audiovisual de representación que realza la personalidad de aquellos escenificados en él; una tribuna excepcional para proyectar un legado empleada hasta por políticos de fama internacional. El documental que defendía Gore, Una verdad incómoda (2006), revalidaba la tesis de Marc Ferro de que el cine es un agente social. ¿Pero en qué medida? Una verdad incómoda conciencia sobre el cambio climático, el calentamiento global y sus efectos sobre el planeta Tierra, desde las consecuencias del deshielo a una mayor virulencia en los fenómenos atmosféricos que sacuden regularmente a varios países. Ahora que no sé sabe qué es más si risible si negar el calentamiento global como Rajoy o emplear una partida presupuestaria considerable a la difusión de este ¿documental? en los colegios públicos; La verdad incómoda se erige en la broma más pesada y seria que Hollywood haya producido en tiempo tomando a su público como un menor de edad. ¿Y cual conforma este grupo? Pues ni más ni menos que aquellos que mostraron su contrariedad ante la cuestionable llegada de Bush a la presidencia de Estados Unidos y sus posteriores actividades políticas, de sus guerras en Asia a su rechazo visceral de los acuerdos de Kioto. La verdad incómoda no se inscribe sólo en el cine de denuncia, tampoco en el de agitación política: es la crónica emocionada de una comunidad entera que despierta de un largo letargo para frenar otro desastre mundial como ya había hecho otras veces en el pasado. De ahí que Di Caprio diese paso a la requerida presencia de Gore en los Oscar, porque estaban haciendo “algo importante”, lanzando un mensaje subliminal.
En ese sentido, ese mensaje subliminal adopta las peores técnicas que uno pueda imaginarse: un punto de vista en el que no sólo no se cuestiona las tesis esgrimidas, sino que se enorgullecen de ellas; exponiéndolas a lo largo de una clase magistral tras la cual se ofrecen “soluciones concretas”, entre ellas decir a tus amigos que (sic) vean la película. La verdad incómoda no gusta de un tono didáctico, sino directamente de uno instructivo en el que se emplea imágenes a veces manipuladoras de fábricas emitiendo humo a otras totalmente descontextualizadas sobre diversos cataclismos existentes… No deja de resultar significativo al respecto que en un momento dado de la proyección Gore proyecte una diapositiva de una balanza en cuyos extremos respectivos cuelgan unos lingotes de oro (el dinero conseguido con la política económica actual) y un globo terráqueo. De esta manera se obliga, con un paternalismo lamentable, al público a responsabilizarse del mal que nos acecha so pena de ser unos inconscientes materialistas. ¿Es de extrañar que a lo largo del metraje veamos “cómo se salva” a una rana de quemarse en una olla; o a un oso ahogarse por la extensión del mar? ¿O qué se equipare, en un ejemplo de cómo establecer analogías sin criterio intelectual, objetivos prioritarios para la comunidad como la caída del Muro de Berlín con el apoyo incondicional al mensaje del filme? ¿O qué siendo un reportaje aspire a beneficiarse de las estrategias comerciales del cine documental arropado por una campaña mediática abrumadora?
Cuando Leonardo Di Caprio presentó a Al Gore en la entrega de los Oscar de hace unos meses quedó en evidencia un hecho incontestable: el cine es un sistema audiovisual de representación que realza la personalidad de aquellos escenificados en él; una tribuna excepcional para proyectar un legado empleada hasta por políticos de fama internacional. El documental que defendía Gore, Una verdad incómoda (2006), revalidaba la tesis de Marc Ferro de que el cine es un agente social. ¿Pero en qué medida? Una verdad incómoda conciencia sobre el cambio climático, el calentamiento global y sus efectos sobre el planeta Tierra, desde las consecuencias del deshielo a una mayor virulencia en los fenómenos atmosféricos que sacuden regularmente a varios países. Ahora que no sé sabe qué es más si risible si negar el calentamiento global como Rajoy o emplear una partida presupuestaria considerable a la difusión de este ¿documental? en los colegios públicos; La verdad incómoda se erige en la broma más pesada y seria que Hollywood haya producido en tiempo tomando a su público como un menor de edad. ¿Y cual conforma este grupo? Pues ni más ni menos que aquellos que mostraron su contrariedad ante la cuestionable llegada de Bush a la presidencia de Estados Unidos y sus posteriores actividades políticas, de sus guerras en Asia a su rechazo visceral de los acuerdos de Kioto. La verdad incómoda no se inscribe sólo en el cine de denuncia, tampoco en el de agitación política: es la crónica emocionada de una comunidad entera que despierta de un largo letargo para frenar otro desastre mundial como ya había hecho otras veces en el pasado. De ahí que Di Caprio diese paso a la requerida presencia de Gore en los Oscar, porque estaban haciendo “algo importante”, lanzando un mensaje subliminal.
En ese sentido, ese mensaje subliminal adopta las peores técnicas que uno pueda imaginarse: un punto de vista en el que no sólo no se cuestiona las tesis esgrimidas, sino que se enorgullecen de ellas; exponiéndolas a lo largo de una clase magistral tras la cual se ofrecen “soluciones concretas”, entre ellas decir a tus amigos que (sic) vean la película. La verdad incómoda no gusta de un tono didáctico, sino directamente de uno instructivo en el que se emplea imágenes a veces manipuladoras de fábricas emitiendo humo a otras totalmente descontextualizadas sobre diversos cataclismos existentes… No deja de resultar significativo al respecto que en un momento dado de la proyección Gore proyecte una diapositiva de una balanza en cuyos extremos respectivos cuelgan unos lingotes de oro (el dinero conseguido con la política económica actual) y un globo terráqueo. De esta manera se obliga, con un paternalismo lamentable, al público a responsabilizarse del mal que nos acecha so pena de ser unos inconscientes materialistas. ¿Es de extrañar que a lo largo del metraje veamos “cómo se salva” a una rana de quemarse en una olla; o a un oso ahogarse por la extensión del mar? ¿O qué se equipare, en un ejemplo de cómo establecer analogías sin criterio intelectual, objetivos prioritarios para la comunidad como la caída del Muro de Berlín con el apoyo incondicional al mensaje del filme? ¿O qué siendo un reportaje aspire a beneficiarse de las estrategias comerciales del cine documental arropado por una campaña mediática abrumadora?
Si ya como documental sobre el calentamiento global resulta poco virtuoso al no ofrecer ni siquiera perspectivas contradictorias o procedimientos expositivos de carácter deductivo, y sí en cambio recetas de boticario; Una verdad incómoda como retrato de Al Gore es intachable no tanto por las enormes virtudes que despliega en esa clase magistral –donde se escucha así mismo encantado de la vida-, sino por esconder un catálogo completo sobre el arte del susodicho para escenificarse así mismo. Ya no importa que la rana se queme o que ese oso fallezca inúltimente: son sólo la excusa para acercarnos a la figura de un hombre al que le han quitado el poder de forma fraudulenta y que a pesar de ello aún alza su voz para traer esperanza donde reina el caos. Su director, Davis Guggenheim (responsable de un filme llamado Rumores que matan que sin ser una maravilla tenía una honestidad y corrección de la que aquí carece por completo) potencia ese retrato. Y nos muestra a un ser humano que tras estar a punto de perder a su hijo empezó a ver la vida de otra manera; y que al ver cómo se moría su hermana de cáncer de pulmón comprendió cuál había errado su familia al dedicarse a la plantación del tabaco. Con la lección aprendida, en Una verdad incómoda nos emociona y edifica con su experiencia; la cual nos inspira para cambiar el mundo. Toda una historia épica digna de representarse en los Oscar.
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