UN FINAL MADE IN HOLLYWOOD
Annie Hall: 25 años después
Por Alejandro Cabranes Rubio
En el cine contemporáneo no hay otro director cuya obra quede tan bien identificada con su personalidad como es el caso de Woody Allen. Así pues para una buena parte del público Allen sigue siendo el cronista del fracaso generacional en las relaciones sentimentales, el mejor retratista de una ciudad mítica (Nueva York) o el judío hipocondríaco y débil en una sociedad WASP que adora a la gente fuerte.
Pues bien. Esos signos de identidad propios han quedado tan arraigados entre sus seguidores que éstos no dudan en afirmar que Allen, año tras año, rueda la misma película. Apreciación harto estúpida que se desprende de la actual confusión entre película y temática: ¿alguien se atrevería a decir lo mismo de Peter Weir, Lasse Hallström o Milos Forman sólo porque todas sus películas muestran la lucha del individuo contra la tiranía de las reglas sociales?
En efecto, los actuales análisis sobre la figura de Woody Allen pasan por alto la heterogeneidad genérica de su filmografía y el gran riesgo artístico que asume obra a obra: ya me dirán ustedes que tienen en común Broadway Danny Rose (1984), Desmontando a Harry (Desconstructing Harry, 1997), Misterioso asesinato en Manhattan (Manhattan Murder Mistery, 1993) y Zelig (1983), sólo por mencionar los ejemplos más evidentes.
En ese sentido Tomás Fernández Valentí en un estudio espléndido sobre la filmografía de Woody Allen anotaba que “en estos momentos no existe otra trayectoria profesional dentro del cine americano que haya adoptado tal diversidad de formas narrativas y visuales de una manera tan exhaustiva” (1). De esta manera tras el divertido homenaje a El apartamento (The Apartment, Billy Wilder, 1960) llevado a cabo en La maldición del escorpión de Jade (The Curse of Jade Scorpion, 2001), Allen hace del sistema de producción de Hollywood el blanco de su pluma venenosa en Un final made in Hollywood (Hollywood ending, 2002). Como anota Carlos F. Heredero, “la película viene a decirnos que en el mercantilizado y estúpido Hollywood actual es posible dirigir incluso siendo ciego, pero también que los europeos pueden convertir una película mal rodada y encuadrada en una obra de arte que los americanos no pueden apreciar” (2).
Ni qué decir tiene que este discurso se nutre con una de las más sarcásticas descripciones de individuos del cine de Allen: productores que nunca mantienen su palabra y que sólo miran por el destino comercial de su película, diseñadores de producción especialistas en inflar el presupuesto de un largometraje a consecuencia de la reconstrucción de localizaciones enteras a fin de “hacerse notar”; rapaces periodistas que no dudan en alabar a los responsables de la filmación para después despacharse a gusto con ellos tras la primera exhibición de la cinta; estrellas ansiosas de éxito que no sólo se revelan incapaces de interpretar sino que pretenden garantizarse su futuro profesional tirándose al realizador; directores de fotografía asiáticos que jamás se ponen al servicio del realizador causando problemas en el rodaje (me pregunto si el personaje del director de fotografía chino es un trasunto de Zhao Fei), insufribles actrices de encefalograma plano que fuerzan a sus compañeros en “darlas un papel destacado” en sus películas...
Pero hay más. En teoría Un final made in Hollywood no sólo es una de las más feroces y divertidas diatribas contra el mundo del cine y uno de los más afortunados intentos de recuperar la tradición del gag, sino uno de los menos disimulados exponentes de la temática de Allen: así pues la historia de Val, un director de cine que sufre una ceguera psicosomática en el rodaje de una película producida por su ex-mujer, Ellie, se puede interpretar fácilmente como el reverso de Annie Hall (1977).
Allá donde en ésta la historia de Alvin y Annie Hall era un fiel reflejo de una generación destinada a fracasar en las relaciones sentimentales, inmersa en la más completa insatisfacción personal e irremediablemente pesimista sobre la condición humana; Un final made in Hollywood supone el reencuentro de esa misma generación con su pasado, con su forma de concebir la vida, y haciéndolo con la perspectiva que dan los años. No dudo en que más de uno considere esta postura reconciliadora como un claro indicio de un creciente conformismo en el cine de Allen: el reencuentro emocional de Val con Ellie y con su hijo después de asumir su fracaso conyugal y el desentendimiento ínter-generacional no deja lugar a dudas. Sea como fuere, me parece más conveniente apreciar o poner en cuestión los méritos de la película más allá de la complacencia temática. Aunque Un final made in Hollywood podría ser una de las propuestas más corrosivas y ácidas de Allen desde Celebrity (1998), sus mayores atractivos están relacionados con la perfilada descripción del papel interpretado por el propio director en una de sus películas, y con una ocasional elegancia en sus resoluciones. Buen hacer tras las cámaras que queda patente, por ejemplo, en el breve plano-secuencia que abre la película, el cual viene a poner sobre aviso al espectador que va a asistir a una comedia sobre un mundo acelerado, en el que las decisiones se toman en medio de un amplio espectro de tensiones.
Efectivamente, Allen-director a veces se muestra tan refinado como Allen-guionista. Estoy pensando en la muy llamativa ausencia de insertos en diversos momentos, como en el que el decorador pregunta a Val sobre su opinión sobre el nuevo escenario o en los que algún personaje asiste al infame copión de la película rodada por Val. Se me viene a la cabeza la reunión entre Ellie y Val en un restaurante, en la que el director encuadra una buena parte del tiempo a ambos personajes en el mismo plano (en vez de optar por sucesivos planos-contra-planos). Allen enfoca mejor a Val que a Ellie: la violencia que se desprende de esta primera conversación íntima (Ellie se lió con su actual marido mientras todavía seguía conviviendo con Val), la mayor superioridad moral de Val en esa situación sale reforzada tanto por la composición del encuadre como por la muy adecuada iluminación...
Pero si por un lado estos buenos apuntes dan una medida exacta del conocimiento de Allen de su oficio, Allen-guionista muestra una acusada tendencia a alargar las situaciones cuando ya ha extraído de éstas todo su jugo: la en principio divertidísima escena entre Val y Ellie en el restaurante se resiente de su larga duración, por lo que su atractivo se termina diluyendo. Lo mismo ocurre con tantas otras, y que no vale la pena mencionar. Lamentablemente la concisión de la que hace gala habitualmente el director deja paso a la reiteración tanto verbal como visual: y por si fuera poco abundan chistes fáciles que terminan haciendo que la película esté por debajo de sus posibilidades. Ello no deja de ser una pena, porque, huelga decirlo, Un final made in Hollywood está repleta de réplicas sangrantes. Por eso uno particularmente echa de menos en la filmografía más reciente del director títulos del calibre de Delitos y faltas (Crimes and Misdemeanors, 1989), Sombras y niebla (Shadows and Fog, 1991), Maridos y mujeres (Husbands and Wives, 1992) o la ya mencionada Misterioso asesinato en Manhattan (3). Al acecho de otra película tan redonda como las anteriores, nos conformaremos con aperitivos como Un final made in Hollywood, obra quizás poco brillante en el conjunto de su filmografía, pero bastante más digna que el 80% del cine actual (lo cual estaría muy bien si ese nivel no fuese tan bajo). Esperémoslo.
En el cine contemporáneo no hay otro director cuya obra quede tan bien identificada con su personalidad como es el caso de Woody Allen. Así pues para una buena parte del público Allen sigue siendo el cronista del fracaso generacional en las relaciones sentimentales, el mejor retratista de una ciudad mítica (Nueva York) o el judío hipocondríaco y débil en una sociedad WASP que adora a la gente fuerte.
Pues bien. Esos signos de identidad propios han quedado tan arraigados entre sus seguidores que éstos no dudan en afirmar que Allen, año tras año, rueda la misma película. Apreciación harto estúpida que se desprende de la actual confusión entre película y temática: ¿alguien se atrevería a decir lo mismo de Peter Weir, Lasse Hallström o Milos Forman sólo porque todas sus películas muestran la lucha del individuo contra la tiranía de las reglas sociales?
En efecto, los actuales análisis sobre la figura de Woody Allen pasan por alto la heterogeneidad genérica de su filmografía y el gran riesgo artístico que asume obra a obra: ya me dirán ustedes que tienen en común Broadway Danny Rose (1984), Desmontando a Harry (Desconstructing Harry, 1997), Misterioso asesinato en Manhattan (Manhattan Murder Mistery, 1993) y Zelig (1983), sólo por mencionar los ejemplos más evidentes.
En ese sentido Tomás Fernández Valentí en un estudio espléndido sobre la filmografía de Woody Allen anotaba que “en estos momentos no existe otra trayectoria profesional dentro del cine americano que haya adoptado tal diversidad de formas narrativas y visuales de una manera tan exhaustiva” (1). De esta manera tras el divertido homenaje a El apartamento (The Apartment, Billy Wilder, 1960) llevado a cabo en La maldición del escorpión de Jade (The Curse of Jade Scorpion, 2001), Allen hace del sistema de producción de Hollywood el blanco de su pluma venenosa en Un final made in Hollywood (Hollywood ending, 2002). Como anota Carlos F. Heredero, “la película viene a decirnos que en el mercantilizado y estúpido Hollywood actual es posible dirigir incluso siendo ciego, pero también que los europeos pueden convertir una película mal rodada y encuadrada en una obra de arte que los americanos no pueden apreciar” (2).
Ni qué decir tiene que este discurso se nutre con una de las más sarcásticas descripciones de individuos del cine de Allen: productores que nunca mantienen su palabra y que sólo miran por el destino comercial de su película, diseñadores de producción especialistas en inflar el presupuesto de un largometraje a consecuencia de la reconstrucción de localizaciones enteras a fin de “hacerse notar”; rapaces periodistas que no dudan en alabar a los responsables de la filmación para después despacharse a gusto con ellos tras la primera exhibición de la cinta; estrellas ansiosas de éxito que no sólo se revelan incapaces de interpretar sino que pretenden garantizarse su futuro profesional tirándose al realizador; directores de fotografía asiáticos que jamás se ponen al servicio del realizador causando problemas en el rodaje (me pregunto si el personaje del director de fotografía chino es un trasunto de Zhao Fei), insufribles actrices de encefalograma plano que fuerzan a sus compañeros en “darlas un papel destacado” en sus películas...
Pero hay más. En teoría Un final made in Hollywood no sólo es una de las más feroces y divertidas diatribas contra el mundo del cine y uno de los más afortunados intentos de recuperar la tradición del gag, sino uno de los menos disimulados exponentes de la temática de Allen: así pues la historia de Val, un director de cine que sufre una ceguera psicosomática en el rodaje de una película producida por su ex-mujer, Ellie, se puede interpretar fácilmente como el reverso de Annie Hall (1977).
Allá donde en ésta la historia de Alvin y Annie Hall era un fiel reflejo de una generación destinada a fracasar en las relaciones sentimentales, inmersa en la más completa insatisfacción personal e irremediablemente pesimista sobre la condición humana; Un final made in Hollywood supone el reencuentro de esa misma generación con su pasado, con su forma de concebir la vida, y haciéndolo con la perspectiva que dan los años. No dudo en que más de uno considere esta postura reconciliadora como un claro indicio de un creciente conformismo en el cine de Allen: el reencuentro emocional de Val con Ellie y con su hijo después de asumir su fracaso conyugal y el desentendimiento ínter-generacional no deja lugar a dudas. Sea como fuere, me parece más conveniente apreciar o poner en cuestión los méritos de la película más allá de la complacencia temática. Aunque Un final made in Hollywood podría ser una de las propuestas más corrosivas y ácidas de Allen desde Celebrity (1998), sus mayores atractivos están relacionados con la perfilada descripción del papel interpretado por el propio director en una de sus películas, y con una ocasional elegancia en sus resoluciones. Buen hacer tras las cámaras que queda patente, por ejemplo, en el breve plano-secuencia que abre la película, el cual viene a poner sobre aviso al espectador que va a asistir a una comedia sobre un mundo acelerado, en el que las decisiones se toman en medio de un amplio espectro de tensiones.
Efectivamente, Allen-director a veces se muestra tan refinado como Allen-guionista. Estoy pensando en la muy llamativa ausencia de insertos en diversos momentos, como en el que el decorador pregunta a Val sobre su opinión sobre el nuevo escenario o en los que algún personaje asiste al infame copión de la película rodada por Val. Se me viene a la cabeza la reunión entre Ellie y Val en un restaurante, en la que el director encuadra una buena parte del tiempo a ambos personajes en el mismo plano (en vez de optar por sucesivos planos-contra-planos). Allen enfoca mejor a Val que a Ellie: la violencia que se desprende de esta primera conversación íntima (Ellie se lió con su actual marido mientras todavía seguía conviviendo con Val), la mayor superioridad moral de Val en esa situación sale reforzada tanto por la composición del encuadre como por la muy adecuada iluminación...
Pero si por un lado estos buenos apuntes dan una medida exacta del conocimiento de Allen de su oficio, Allen-guionista muestra una acusada tendencia a alargar las situaciones cuando ya ha extraído de éstas todo su jugo: la en principio divertidísima escena entre Val y Ellie en el restaurante se resiente de su larga duración, por lo que su atractivo se termina diluyendo. Lo mismo ocurre con tantas otras, y que no vale la pena mencionar. Lamentablemente la concisión de la que hace gala habitualmente el director deja paso a la reiteración tanto verbal como visual: y por si fuera poco abundan chistes fáciles que terminan haciendo que la película esté por debajo de sus posibilidades. Ello no deja de ser una pena, porque, huelga decirlo, Un final made in Hollywood está repleta de réplicas sangrantes. Por eso uno particularmente echa de menos en la filmografía más reciente del director títulos del calibre de Delitos y faltas (Crimes and Misdemeanors, 1989), Sombras y niebla (Shadows and Fog, 1991), Maridos y mujeres (Husbands and Wives, 1992) o la ya mencionada Misterioso asesinato en Manhattan (3). Al acecho de otra película tan redonda como las anteriores, nos conformaremos con aperitivos como Un final made in Hollywood, obra quizás poco brillante en el conjunto de su filmografía, pero bastante más digna que el 80% del cine actual (lo cual estaría muy bien si ese nivel no fuese tan bajo). Esperémoslo.
NOTAS
(1)Fdez Valentí, T. "Woody Allen: quince años después", Dirigido por, Nº276, p.55, 1999
(2)Heredero, Carlos F. "Cannes 2002", Dirigido por, Nº314, p.35, 2002
(1)Fdez Valentí, T. "Woody Allen: quince años después", Dirigido por, Nº276, p.55, 1999
(2)Heredero, Carlos F. "Cannes 2002", Dirigido por, Nº314, p.35, 2002
(3)Cinco años después de escribir estas líneas esa espera ha quedado satisfecha en parte por Cassandra Dreams (bastante más interesante y elaborada de los que muchos agoreros pregonan), y sobre todo la magnífica Match Point (2005).
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