lunes, 24 de diciembre de 2007

Cartas desde Iwo Jima

CARTAS DESDE IWO JIMA
Letras desde el infierno
Por Alejandro Cabranes Rubio

En las primeras imágenes de Cartas desde Iwo Jima, unos arqueólogos se sumergen en una cueva donde se guarecían los soldados japoneses durante la batalla de Iwo Jima. Desde esta manera, Clint Eastwood recrea el mito de la caverna para, como uno de los hombres evocados por Platón, vislumbrar esas vidas sesgadas a través de las sombras proyectadas en el interior. Se sirve para ello de las cartas de los fallecidos en combate, deconstruyendo su experiencia. El realizador desembarca en un pasado ominoso y hurga en la herida de un conjunto de individuos destinados en una misión suicida, conscientes de servir en una guerra absurda. Con su pluma cargada de tinta, Cartas desde Iwo Jima fecha la hora precisa del fin de un mundo en destrucción, tan enloquecido como el actual. Un lugar en el que el enemigo puede mostrarse tan cruel y sufrir tanto como ellos mismos, aguardando una solución rápida del conflicto que viven con escepticismo. Una lucha en la que los soldados se entregan como prisioneros con una bandera blanca para poder salvarse. Clint Eastwood escribe la historia de la derrota de aquellos que no se podían permitir un rasgo de humanidad y que actuaban guiados por un discutible sentido del honor. Y de esa forma nos entrega un documento que surca las trincheras del odio y sin la razón; una carta que denuncia a los gobiernos que obligan al alistamiento de unos hombres despojados de sus familias. Los protagonistas del filme, como el Henry de la novela de Stephen Crane El rojo emblema del valor, desertan de un mañana sin solución en el que sólo se pueden encontrar más cuerpos apilados tras la batalla. Como los personajes de Sin perdón, construyen su historia en hogares sin techos. Y cómo todos los de Clint Eastwood ven cómo los mundos perfectos concluyen en una infancia marcada por un sentimiento de orfandad.

Con una caligrafía visual inmaculada, la cámara del realizador traslada ese sentimiento de desesperanza a imágenes muy precisas y sencillas. Pienso en el travelling que se cierra en un fundido en negro, marcando el fin de la era; o en el salto de eje que deja al Soldado Saigo (Kazuniri Ninomiya) desplazado de su propio lugar en la historia. Con esos recursos la puesta es escena adquiere un talante tan amenazador como la figura recortada del soldado yanqui que empuña su fusil. Así sucede, por ejemplo, en las limpias panorámicas que muestran el avance de las naves aliadas, removiendo un mar en cuya orilla también termina la vida de los combatientes. O en el asesinato, en fuera de campo, de un pobre perro. Así pues podríamos decir que Cartas desde Iwo Jima, cinta crepuscular como pocas, priva de protección a sus protagonistas; tal como ocurre en el momento en el que los últimos supervivientes quedan envueltos por unos árboles sin hojas, sacudidos por el mismo viento que los azota, dejándolos tan indefensos como sus copas.

Pero hay más. Esa puesta en escena inquietante poco a poco adquiere tintes terroríficos, recreando el horror, simbolizado en el plano en picado que muestra los restos de un caballo que un oficial compró tiempo atrás y que no pudo resistir la metralla… Resulta imposible dejar de evocar secuencias tan espeluznantes cómo en la que un batallón procede a un suicidio colectivo…mientras una panorámica relaciona sus muertes con sus fotografías ensangrentadas. O la que recrea el suicidio del General Tadamichi (un Ken Watanabe bastante mejor que en Memorias de una geisha), cuya determinación queda resaltada con un escueto plano de su pistola: un regalo que le ofrecieron en América. Para Eastwood, parte del dolor padecido se encuentra en los anhelos hacia una vida que se dejó atrás, acentuando las contradicciones de sus personajes. Una bonita idea de puesta en escena remarca la idea: el General dibuja parajes de su estancia en Estados Unidos mientras Eastwood encadena sus trazos con la filmación directa de sus recuerdos, como los de aquella noche en el que una pareja amiga le preguntó qué haría si Japón entraba en guerra con su país…. Con tal nimios elementos narrativos, Eastwood expresa la voluntad de revivir el pasado. En la preservación de esa memoria, nos susurra Eastwood, se encuentra el único camino para tomar conciencia de nuestra identidad, mientras su película se convierte en una terrible misiva sobre una colectividad empeñada en automutilarse y que vuelve sobre sus propios pasos. Si para el Paul Verhoeven de la espléndida El libro negro los conflictos y los odios no finalizan en el día de la liberación, para Eastwood la única salida al callejón consiste en aprender a fingir… Shohei Imamura en la no menos magnífica Doctor Akagi convertía a la hepatitis en una metáfora de la terrible enfermedad que padece el mundo actual. Y Clint Eastwood lo observa desde sus propias raíces, regresando a las cavernas, desde donde halla los orígenes de la crueldad. Y nos regala una obra maestra.

No hay comentarios: