lunes, 26 de noviembre de 2007

Las tetitas de la vecinita

LAS TETITAS DE LA VECINITA
POR ALEJANDRO CABRANES RUBIO

La lucha contra la destrucción del patrimonio histórico cultural entró en una nueva fase el jueves 22 de noviembre de 2007. Mientras el presidente de la fundación de Amigos de Vicente Aleixandre, Alejandro Sanz, leía por tercera vez su manifiesto –esta vez en Sol-, acompañado de simpatizantes de esta asociación y de otras que defienden causas similares (Caso Albeniz); la prensa prestaba más atención a la defensa del nuevo patrimonio histórico: una modelo, que había ganado el concurso de “las vecinitas de Madrid” en Milano, y que nos saludaba –como si se creyese la Sugar Kane de Con faldas y a lo loco- en bikini desde el escaparate. No llamaba la atención no sólo el hecho en sí, ni siquiera la presencia de periodistas que se veían obligados a cubrir ambos eventos (el de la presentación de la muchacha y la lectura del manifiesto), por cuestiones de proximidad física. Lo más curioso de aquel día consistió en la construcción de un marco escénico memorable para el desarrollo de esos acontecimientos simultáneos en el espacio y en el tiempo. A un extremo de Milano y de los manifestantes se veía un quiosco decorado por la imagen de “la vecinita de Espe” (la tienda de ropa se halla en frente del edificio de la Comunidad de Madrid), muy simbólica por cierto: la chavala nos obsequiaba con su glamour y para ello posaba desnuda (o casi desnuda: no me acuerdo), eso sí cubriéndose sus abultados pezones con dos puntas de su larga melena.

De manera improvisada, aquel 22 de noviembre se constituyó un triángulo significativo en el que dos de sus vértices acorralaban al tercero, cortando la baraja mediática a su favor. Los babosos estampando su lengua en el cristal para ver de cerca la viva imagen de la estupidez, la superficialidad de quien creía evocar cierta sensación de sofisticación; el desprecio a una ciudad en la que el nuevo turismo no vendría atraído por las excelencias de los edificios y las obras de teatro representadas, sino por la silicona esponjosa de la vecinita. El vacío del patrimonio histórico destruido por el Grupo Monteverde y diversas autoridades competentes había sido cubierto. Dos pomelos embutidos en la última línea de moda nos saludaban, dándonos la bienvenida a una era donde la coexistencia había dado paso a la imposición de un único canon cultural. Dos limones a puntos de ser exprimidos por propios y extraños pronto nos harían olvidar el recuerdo dejado en el Albéniz por Xabier Olza, Lidia Otón, Ernesto Arias, Bruno Ciordia, Javier Godino, Asier Etxeandia, Eduardo Mayo, Beatriz Arguello, Jacobo Dicenta, Chema León, Álex García, Víctor Ullate, y tantos otros. El sabor azucarado del zumo extraído de dos enormes naranjas sería un elemento básico de nuestro desayuno matutino. Nuestro paladar ya no estaba para bebidas más sofisticadas. Teníamos por fin lo que queríamos: que un patrimonio histórico cultural perdurase en el tiempo y en el espacio: el patrimonio de la cursilería, la imbecilidad supina, el mal gusto y lo antiestético. Habían podido –nunca mejor dicho- más dos tetas que dos carretas. Y nosotros en el próximo acto estaremos de nuevo allí, en gallumbos si hace falta… ¿No será tal vez que para defender la antigua noción de patrimonio habrá que usar las estrategias de la nueva? Sin duda, quiera o no, daremos compañía a la vecinita, incluso si se precisa pisándole el terreno de la misma forma que ella lo hizo en el nuestro.

No hay comentarios: