viernes, 7 de diciembre de 2007

La historiografía frente a la transición española: unas breves pinceladas

LA HISTORIOGRAFÍA FRENTE A LA TRANSICIÓN ESPAÑOLA: UNAS BREVES PINCELADAS
Por Ángel Luis Gonzalo y Alejandro Cabranes, 2003

Bibliografía.

-Del Campo, Salustiano. (1993), Tendencias sociales en España: 1975-1990.

-Morán, Gregorio (1991). El precio de la transición, Planeta.

-Moreno Juste, Antonio (2001). “España en el proceso de Integración Europea”, en Martín de la Guardia, R.M. y Guillermo Pérez Sánchez (cord), Historia de la integración Europea, Barcelona, Ariel, Estudios europeos.

-Powell, Charles (2000). “Cambio de Régimen y política exterior española (1975-1989)”; Tusell, Avilés y Pardo (eds), La política exterior de España en el siglo XX, Madrid, UNED, Biblioteca Nueva.

-Powell, Charles (1991). El piloto del cambio: el rey, la monarquía y la transición a la democracia, Planeta.

-Redero San Román, Manuel (1993). Transición a la democracia y poder político en la España Postfranquista 1975-1978.

Estado de la cuestión.

La transición española es un período histórico demasiado en el tiempo como para ofrecer una visión objetiva del mismo. Considerando que se logró evitar una Guerra Civil, no sorprende que la percepción sobre el proceso por parte de la historiografía haya sido eminentemente positiva.

Autores como Charles Powell (1991) indican que en España terminó por darse tres condiciones: la existencia de un Gobierno nombrado tras unas elecciones, la posibilidad de que ese Gobierna ejerza su poder soberano y que no tenga que compartir dicho poder con otros cuerpos.

Así mismo considera que el proceso en España se vio sometido a múltiples peligros como los posibles arrepentimientos de liberalizar el Régimen. De hecho las Fuerzas Armadas para Powell, la menos hasta el 23-F intentaron mantener intactas sus prerrogativas. Junto a ese factor Powell destaca la existencia de la presión social y política a favor del cambio por más que el proceso fuese iniciado y controlado por elementos surgidos del Régimen autoritario. Powell piensa que sólo la Monarquía era capaz de garantizar la continuidad de la democracia en tanto estaba facultada para controlar las instituciones del país. Considera que el Rey poseería un mayor margen de actuación a medida que se desprendiese de sus poderes. También destaca que ni las Cortes ni el Consejo del Reino tenían vida propia por lo que el Rey era el último resquicio del Régimen con autoridad efectiva. En efecto, para Powell, las posibilidades de que hubiera habido una ruptura democrática a la muerte de Franco, hubiese sido mayor si el dictador no hubiera designado a un sucesor. Como conclusión Powell observa que la consolidación de la democracia se debió en parte a la mayor flexibilidad del régimen parlamentario introducido por la Monarquía.

Todo lo hasta aquí expuesto tendrá su expresión durante el proceso en una política de consenso, que para Salustiano del Campo (1993) dio origen también a un mayor grado de tolerancia hacia comportamientos tradicionalmente censurables. Un consenso que tiene su expresión en acontecimientos como la firme de los Pactos de la Moncloa, Acuerdo Nacional de Empleo, el Acuerdo Económico y Social o la proliferación de convenios colectivos. Hay una sustitución de una participación obligatoria por una voluntaria. Pero sin ningún género de dudas la expresión máxima de dicho consenso es la Constitución que, a juicio de Manuel Redero San Román “cierra en cierto modo el fenómeno de la transición política en España” (p. 85).

Ello no obsta para que también se realizasen estudios, poco conocidos para la mayoría de la ciudadanía, que aportasen una visión más prosaica de ese momento. Como indica Gregorio Morán (1991), “han pasado más de quince años desde la muerte de Franco y la transición de la dictadura a la democracia ha sido rodeada de tabúes” (p. 11). Ítem más: “una especie de historia angélica sobrevuela este periodo: unos dirigentes abnegados, un Rey consecuente, unas instituciones preñadas de patriotismo, una ciudadanía responsable” (p. 11).

Morán inicia de esta forma una auto-crítica hacia el periodo de la Transición, denunciando a una clase política que consideró a la sociedad como un posible elemento desestabilizador de la democracia, y a la que había que construirle un mundo político paradisíaco: todo para la sociedad, pero sin ella. A su juicio se forjaron lugares comunes para la ciudadanía –cf. el rey presentado como un compendio de voluntad y coherencia democracia, la izquierda considerada como una fuerza política abnegada dispuesta a anteponer el bien común a los intereses partidistas- al mismo tiempo que se borraba del recuerdo el periodo republicano para construir “un nuevo y beatífico edificio de la transición y el consenso” (p.16). Síntomas, para Morán, que señalan directamente a grupos políticos que monopolizaron el debate de la transición.

Por ello el autor indica que el proceso debe ser explicado en nuevos términos. “Habría que precisar que o bien al viejo régimen debían quedarle muchos y suculentos pedazos para que tratara de reducir el proceso de deterioro sin esperar al estrepitoso final, o bien las fuerzas democráticas carecían de capacidad política para arruinar las maniobras de supervivencia de ese viejo régimen. Lo cierto es que el franquismo no se desmoronó, ni fue derribado, y que los planteamientos políticos del conjunto de las fuerzas democráticas hubieron de ser rápidamente adaptados para afrontar el año 1977 y las primeras elecciones” (p. 21).

De igual manera Morán se pregunta si la coincidencia de intereses entre todos los grupos políticos exigió de cada una de las partes unas renuncias, unas traiciones o tan sólo unas aportaciones (p.24). Abundando en esa crítica considera que “la fragilidad del sistema durante aquellos años podría ser la prueba de que las cosas no iban tan bien” (p.24) y que la transición fue premonitoria de acontecimientos que luego impresionarían la vida europea como la frivolización de la vida cultural presionado por los medias y el enquistamiento de una clase política.

Como conclusión Morán considera que la muerte política de Adolfo Suárez, Fernández Miranda y Santiago Carrillo “dejó el camino expedito a la consideración de que el Rey Juan Carlos era el único y excelso protagonista” del proceso (p.28). En definitiva, para Morán, la democracia en España ha sido históricamente un bien tan escaso que, por muy mediocre que haya sido el procedimiento para su fabricación, la ciudadanía no puede menos que interpretarlo como un lujo (p.31).

Junto con los estudios socio-políticos escritos sobre el proceso, la historiografía empieza a dar parte de la ligazón que une el proceso de la transición española con una nueva clase de política exterior. En ese sentido, hay que decir que Europa es uno de los puntos básicos a lo largo y ancho del proceso de transición política a la democracia. Aun así no hay que olvidar que la política exterior durante la transición no deja de ser, en muchos aspectos, una continuación de la realizada por el Régimen recientemente extinto, aunque también se hiciese necesaria una política de liberación de la herencia adquirida. Powell ve en la presencia de los representantes de las democracias occidentales en la Coronación del Rey Juan Carlos un signo de la nueva etapa que se abría y que se vería complementada por la voluntad española de adherirse a las Comunidades Europeas. Se creía firmemente que CEE y democracia iban íntimamente unidas, siendo esta la conceptualización culminante de un sentimiento de europeización presente a lo largo de todo el siglo XX. Una europeización que viene también a favorecer la política económica y comercial española, así como la existencia de un nuevo posicionamiento en la esfera internacional.

Un sentimiento que está relacionado con la tradición liberal española, apoyado sin duda en el discurso orteguiano de “España como problema, Europa como solución”, que daría lugar a unanimismo europeista que no podemos dejar de enmarcar en la política de de consenso que, según la mayor parte de la historiografía, caracterizó el proceso de la transición.

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