jueves, 6 de diciembre de 2007

Dirección gritadero

Susi Sánchez

DIRECCIÓN GRITADERO
Los gritos del silencio
Por Alejandro Cabranes Rubio

Hace exactamente un año Susi Sánchez (mejor dicho su personaje al que interpretaba con una fascinante propiedad) en De repente, el último verano fracasaba en su intento de callar una realidad que le disgustaba porque el público, el jurado, así lo decidía. En 2007 en el Teatro María Guerrero revive una situación diametralmente opuesta en Dirección gritadero de Guy Foissy (y dirección de Rosa Morales): un lugar donde ya se ha silenciado los trapos sucios y para desahogarse se acude al gritadero de la ciudad… Tanto en la primera ocasión como en esta segunda Susi Sánchez presta su físico a mujeres pragmáticas: una represora; otra harta, aburrida de las complicaciones y la gente pensativa… Hay más diferencias: De repente, el último verano es una obra muy hermética, alambicada; mientras Dirección gritadero tiene un rumbo menos marcado, muy libre: parte de una situación mínima a la que extrae todo su mordiente en el tiempo y justo, y necesario en el que la intérprete está muy bien acompañada por unas no menos inmensas Consuelo Trujillo y Paula Soldevila.

Ese gusto minimalista y esa falta aparente de pretensiones de un teatro que sólo aspira a construir un espectáculo inteligente y divertido, en cambio no está reñida con un retrato mucho más negro de lo que la premisa argumental apunta: la espera de las tres señoras para coger ese autobús -que les conduce al gritadero- propicia reflexiones francamente angustiosas sobre el mundo que nos rodea; sobre el paro, la sumisión de la mujer para con su familia hasta el punto de derrengarla; el hastío vital, la censura, la grisura de un día a día monótono en el que todo está determinado y estrictamente observado. Un mundo donde la parada del autobús acaba ejerciendo de limbo donde encarar el advenimiento del paraíso: el gritadero. Y hay un gesto revelador en estas tres mujeres que esperan un vehículo como quien espera a Goddot. Susi Sánchez se atreve a abandonar la parada y cruzar la acera para hablar con unos hombres que han llegado. Consuelo Trujillo y Paula Soldevila desde el escenario la observan: esa mirada fuera de campo define muy bien el sentimiento de incertidumbre que las rodea, incluso de angustia. La forma con la que ellas tres se van separando unas de otras en el mini espacio (buen apunte sobre la imposibilidad de comunicación); hacen chocar su abono transporte con una valla (expresando su nerviosismo), o se abalanzan las unas sobre las otras para reprimir su angustia dicen tanto de su situación como sus propios parlamentos. Ya no es que resulte imposible ocultar la verdad, sino por el contrario su propia verbalización queda reprimida mientras las horas pasan inútilmente y el tedio se apodera de los personajes. No así de unos espectadores que las acompañaría con gusto dirección gritadero.

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