jueves, 6 de diciembre de 2007

Maret-Sade

MARET-SADE
Terror y miseria en la Revolución Francesa
Por Alejandro Cabranes Rubio

Aquella noche en la que Hamelin, la propuesta del director Andrés Lima, se alzaba con la mayoría de los Premios Max de hace un año anunciaba lo inevitable: la compañía teatral Animalario ya había quedado más que absorbida por la cultura oficial, quien llamaba a sus puertas. Sólo había un interrogante: saber si su espíritu seguía siendo libre, indomable… En otras palabras, ¿el traslado a salas más comerciales, unido a la cada vez mayor popularidad de sus componentes, se saldaría o no con una oferta más autocomplaciente? El texto escogido esta ocasión indica a primera instancia lo contrario: ni más ni menos que el Maret Sade escrito por Peter Weiss en 1969, un año después del mayo francés y del aplastamiento de la primavera de Praga. Ya lo creo que a priori la obra conectaba de pleno con el espíritu de Animalario: el cuestionamiento de la oficialidad del poder, la búsqueda de nuevas formas expresivas, la ruptura del teatro tradicional, texturas dramáticas que priman la emoción sobre la narratividad…. Los resultados, digámoslo ya, son bastantes satisfactorios, pero con un pequeño reparo: la representación exige una complicidad dada de antemano con el público que quizás proceda de una pequeña dosis de vanidad involuntaria.

A cambio de ese precio, Maret Sade se erige en el espectáculo más innovador, vanguardista y atrevido del año junto a la trilogía shakesperiana que ofreció el Teatre Lliure… Y miren por dónde se pueden sacar paralelismos entre las dos compañías a nivel temático y formal. Entre los primeros, una mirada despiadada hacia una autoridad que actúa guiada por equivocados intereses (y estados de ánimo volubles) y que acaban con el derramamiento de sangre. Tanto para el Lliure como para Animalario la única manera de encarar tales infortunios radica en emprender la acción frente a la actitud pasiva/melancólica que sólo puede acarrear más desgracias. Para ambos grupos teatrales la forma de poner en escena la tragedia de la vida es a través de la deliberada sublimación de ésta. Si para Álex Rigola la familia real británica estaba compuesta por gángsters y prostitutas que simulaban –como si fuesen los concursantes de un reality show- formar una comunidad feliz ante su enfermo cabeza de familia; para Andrés Lima los hombres de la Revolución ya quedan privados de tales opciones porque son otros los que les representan deformemente. Es allí donde radica la principal diferencia entre Ricardo III y Maret: el segundo además de una dramaturgia discontinúa –más alegórica-, queda escenografiado con unos procedimientos que suscitan contradictorios sentimientos de cercanía y lejanía (como si se tratase de una pieza de Buero Vallejo), pero pasados por el desenfreno y la sátira de Bertold Bretch.

El predominio de las tácticas del segundo sobre las del primero queda en evidencia según se abre el telón, cuando una doctora (una Lola Casamayor que aprovecha su reciente aparición en la pulcra Una visita inesperada para reforzar su papel de mujer perteneciente al orden tradicional) anuncia al público que los enfermos del sanatorio que regenta representarán para los presentes el asesinato de Juan Pablo Maret en los días previos a la Restauración… En apenas tres meses ha acogido la sala principal del María Guerrero dos montajes que en realidad esconden sendas digresiones metateatrales: Las visitas deberían estar prohibidas por el código penal y esta Maret-Sade cuestionan la dramaturgia por medios diferentes, la vulneran y optan por representar “trozos de vida” antes que ofrecer un conjunto compacto dado las limitaciones del arte, el cual sobre todo siempre habla de sí mismo. En Maret Sade hay un apunte de puesta en escena magnífico que refrenda sobre manera su discurso: Juan Pablo Maret (un extraordinario Pedro Casablanc) escribe a máquina…mientras en segundo término acontece diversas acciones que gracias al hallazgo visual parecen surgir de su mente, fruto de la alucinada experiencia que vive…

Su desesperación se traslada a un decorado realmente caótico, compuesto por camisetas blancas (que evocan la indumentaria de los enfermos del sanatorio) que se extienden de manera inclinada, formando una montaña artificial con sus propios caminos que sólo pueden ser atravesados con atuendos de fuertes colores. Al cubrir la tabla al completo y súperpoblarla con personajes, Andrés Lima se ve obligado a jugar con las jerarquías de términos visuales, que se disponen en consecuencia de manera anárquica, pero a su vez muy significativa. Resulta imposible dejar de evocar el momento en el que se asevera que las clases trabajadoras no se beneficiarán de la revolución mientras vemos a estas en segundo término sentadas, expectantes de encontrar su propia oportunidad. ¿Y cómo encontrarla? Simplemente a través de su propia liberación del texto que representa…ya sea cantando a coro de forma irónica y jocosa; ya fuesen emprendiendo medidas… En ese sentido cuando Juan Pablo plantea al Marqués de Sade (Alberto San Juan) la necesidad de acción como vía de escape, el personaje va ascendiendo por la colina que compone el decorado…. Y de esa manera se logra expulsar literalmente del escenario a la Doctora, disconforme con la representación…

Los espejismos de libertad revisten unos modos escénicos no menos caóticos, desordenados. Y es allí donde se encuentra el interés de la adaptación de Weiss a día de hoy: ¿no será la retirada de las tropas de Irak en realidad el preludio a una era destructora amenazada por unos representantes de una restauración que en pleno siglo XXI siguen invocando sentimientos viscerales como “la defensa de la nación”? Esa amenaza se materializa en la bajada por el escenario de Carlota (notable Nathalie Poza), la asesina de Maret…simbolizando el descenso moral de una sociedad que, como bien sabe Flotats, tratarían de “recomponer” hombres como los Fouché y Talleyrand durante La cena… Todos ellos, como certeramente señaló el malogrado Denise Richert, marginados primeros por la monarquía y después por los avatares de la Revolución… El sentimiento de represión cobra gran fuerza en dos instantes de la representación. En el primero, en su delirio Juan Pablo no puede dejar de recordar a sus padres burlones, su pesadilla moral. En el segundo, el Marqués de Sadre relata su angustiosa experiencia como jurado en los juicios revolucionarios…mientras de manera figurativa Carlota le castiga con dolorosos latigazos…

En fin. Una función recomendable que partiendo de presupuestos ideológicos y estilísticos antitéticos a los de la espléndida La inglesa y el duque (Eric Rohmer, 2001) logra sumergirnos en el terror y la miseria de estar vivos en tiempos caóticos… Y ahí el doble mérito de Animalario el haber efectuado su estreno en la oficialidad sin traicionarse así mismos…

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