jueves, 6 de diciembre de 2007

Soldados de Salamina

SOLDADOS DE SALAMINA
Suspiros de España
Por Alejandro Cabranes Rubio

Me acuerdo perfectamente de un verano en el que mi hermana me prestó el libro de Javier Cercas de Soldados de Salamina, que devoré en apenas dos días. Quedé particularmente impactado por el monólogo de un miliciano que presuntamente salvó la vida a Sánchez Mazas, ideólogo de Falange. Los discursos sobre la relatividad del término héroe o el olvido histórico de aquellos que dieron la vida -y que los libros no han incluido en sus páginas- me emocionaron profundamente. El libro no era una reconstrucción histórica. Tampoco una novela. Era otra cosa. El diario de una búsqueda. Falseado por la presencia en él de personajes imaginarios como Conchi, una supuesta novia de Cercas. Pero un diario; eso sí interrumpido en su segundo bloque por la evocación de la trayectoria vital de Mazas en el contexto de la guerra civil y franquismo.

Las sombras de ese olvido planeaban sobre nuestra historia reciente. E. H. Carr decía que la historia consistía en la relación entre sociedades (la pasada, la actual y la futura). El diálogo entre ellas se estableció durante mucho tiempo en términos no democráticos. Las valiosas aportaciones de Braudel sobre las permanencias de la historia, desdeñadas casi siempre al estudiar la dinámica de las estructuras sociales y económicas, habían eclipsado al individuo. Y emergía, como hubiese señalado Pierre Vilar, una historia en construcción. Así cuando en 1973 salió a la luz el libro de Carlo Ginzburg El queso y los gusanos se democratizó la historia. Ésta rescató tiempo después el acontecimiento, entendido como manifestación de unas estructuras. Y ya en 1991 Giovanni Levi -en su texto para el libro Formas de hacer historia, editado por Peter Burke- acertaba a definir la microhistoria como un género que reducía la escala de observación, que analizaba las relaciones de la persona y el contexto, asistiendo de esta manera al momento de las tomas de decisiones; fotografiando las redes de relaciones, las incomprensiones entre grupos sociales y la capacidad del individuo frente a la realidad normativa. En fin por fin se podían examinar "el carácter cotidiano de la vida de un grupo de personas complicadas en acontecimientos locales, pero relacionadas con hechos políticos y económicos que escapan a su control directo"…

Por eso Soldados de Salamina ilustra perfectamente estas cuestiones y arroja luces sobre la España que Stanley G.Payne pincelase en su tesis doctoral sobre la falange española (1965); el retrato de un país sacudido por la crisis económica de los años treinta en el que las medidas del Frente Popular supieron a poco a la clase obrera, alcanzaron a determinados componentes de la clase media e irritaron a los que antes ostentaban privilegios de Antiguo Régimen. Un lugar en el que la insatisfacción y la añoranza por el pasado permitió extender las semillas de cultivo del fascismo, y que germinaron en la creación de un grupo político que posteriormente el franquismo empleó para atar a las clases trabajadoras; una vez que se desprendió de los atributos originales del mismo (1) y tuvieron lugar asesinatos en pro de la conquista del poder. El libro es itinerante y emprende una búsqueda de su propio estilo no exenta de mérito, por más que sus constantes virajes narrativos no le proporcionen un tono uniforme. En él hay mucha acción física y también grandes dosis de introspección. Más que escribir un libro, Cercas entabla diálogos constantes con el lector.

Por todos esos motivos representar en un teatro sus páginas es una empresa casi suicida. ¿Cómo atrapar la dinámica, la emoción que emana de cada página, sobre todo cuando todas ellas exigen un tratamiento en primer plano que unas tablas imposibilita? Hay que atribuir al director Joan Ollé un notable sentido del riesgo que de por sí ya merece el mayor de los respetos. Y también el haber asumido que es irrepresentable lo que quiere escenificar. Solados de Salamina (2007) no es teatro: es otra cosa y que deja indefenso al público en su apreciación, ya que no se puede valorar sus contenidos bajo parámetros convencionales puesto que examinada como obra de teatro le falta nervio (es pelín plana), pero en ella brota la emoción hacia el final y como espectáculo posee cierta personalidad propia. Es ante todo una evocación llevada a cabo en tres bloques, como en el original, todos ellos con unos modos de representación distintos: ¿se podría interpretar eso como un guiño al concepto de la España invertebrada?

En el primer bloque una serie de personajes se dirigen al espectador a través de unos micrófonos y recrean el proceso creativo que sufre Cercas. Resuenan así los ecos de una historia reciente del país. Y sus misterios: ¿Qué le pasó por la cabeza a Miralles en el momento en qué salvó la vida a Sánchez Mazas? ¿De qué hablaron los hermanos Machado tras el fallecimiento de Antonio; acaecido casi simultáneamente al no fusilamiento de Mazas? ¿Cómo combatir el olvido? ¿Es cierto que los héroes son los que perdonan la vida o se dejan matar, y no los que matan; un poco como el Charles Laughton de Esta tierra es mía, por poner el ejemplo de una de las más hermosas películas que se han rodado sobre la heroicidad? Los actores repiten las frases. Forman parte de un coro griego. No reproducen ni siquiera diálogos. Sólo invocan ciertos fantasmas, creando sensaciones…. Hay una Historia que rescatar….

¿Hay que perfilar la figura de Mazas? Por supuesto si se persigue la ecuanimidad. Lluis Marco presta su cuerpo al escritor y comparte su experiencia vital mientras una bandera española lo ilumina. Relata la historia de su fracaso vital. Ganó la guerra, pero perdió su lugar en la historia de la literatura. Un hombre que colaboró en el derramamiento de sangre a través de textos encendidos y que el propio Régimen sepultó. Un admirador de la Italia de Mussolini deseoso de recuperar un tiempo que ya pasó y en el que se escondía su particular paraíso en la tierra. Los espectadores pueden escuchar con curiosidad o rechazar el fragmento: para quien haya leído el libro puede resultar insatisfactorio oír a un actor recitar frases que ya han quedado grabadas en el recuerdo del público (la evocación diacrónica de unos años difícilmente puede tener el mismo dinamismo que la lectura interiorizada del original, sobre todo porque el lector ya ejerce una función más pasiva). ¿Es una buena idea escenográfica reducir a un monólogo? Yo no lo sé. Cada uno puede forjar su opinión. Pero como mínimo comprender la figura patética y terrible de Mazas tiene su interés, porque también ilumina zonas oscuras de una historia.

El tercer bloque contrasta con el estatismo del segundo. También desconozco si ello encierra una declaración de principios por parte de Ollé: frente a la grisura de Mazas, la humanidad que desprende Miralles (un excepcional Carlos Álvarez-Nóvoa) exige otro tipo de tratamiento. Gracias al trabajo corporal, vocal y gestual del actor esa íntima emoción que flotaba en las postrimerías de Soldados de Salamina sale a luz. Y la recupera de la manera más respetuosa posible, haciendo gala de una importante desnudez escenográfica, contagiando anímicamente a quien escuche las palabras de Miralles. Porque el olvido de aquellos hombres que la historia enterró no pueden menos que sacudir nuestra conciencia.

NOTAS
(1)Ya a finales de los años treinta quedaron abortadas las proposiciones de Dionisio Ridruejo en torno al Fuero del trabajo.

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