ENTREVISTA: RAÚL FERNÁNDEZ, MARÍA PASTOR, ÁLEX TORMO, ANDRÉS RUS
POR ALEJANDRO CABRANES RUBIO
El encuentro tiene lugar el 23 de abril de 2007 en la entrada al Teatro Guindalera, donde hace unos meses se produjo la primera toma de contacto entre el equipo artístico y este cronista. Entre ambas charlas se estableció una mayor confianza entre las dos partes que a su vez ha marcado definitivamente la redacción de estas líneas. En aquella ocasión intérpretes como Ana Miranda, Ana Alonso y Josep Albert participaron en esa conversación como miembros de la anterior pieza que se analizaba: Odio a Hamlet. Ésta ofrecía un viaje hacia una dignidad relativa, no exenta de cierta amargura, sobre unas personas que deseaban recuperar su integridad. Traición, la obra de Harold Pinter que nos ocupa, por el contrario indaga sobre las raíces de la degradación de las relaciones afectivas y la forma de concebir la vida. Del reparto de la anterior se conserva Raúl Fernández, María Pastor y Alex Tormo, y se incorpora Andrés Rus en la doble calidad de ayudante de dirección de Juan Pastor y de intérprete. La conversación se inicia aludiendo a la coincidencia en cártel (por unos pocos días) con otras piezas de Pinter como Un ligero malestar y La última copa.
María Pastor: Esas dos yo no las he visto.
Alex Tormo: Yo tampoco porque cuando se han estrenado estábamos ensayando y el único día que libramos es el lunes, el día del descanso del teatro.
De todas maneras vuestra función se suma al “rescate” de piezas de Pinter, del que forman parte las dos aludidas como El portero en el Teatro de la Abadía. ¿A qué atribuís ese fenómeno?
M.P.: Evidentemente al Premio Nobel.
Pinter es famoso por escribir –tanto en la actualidad como en la Guerra Fría- sobre el miedo a lo desconocido; en sus obras la sensación de conformidad que rige nuestra vida resulta en realidad un espejismo. En sus piezas los personajes se responden así mismos cuando preguntan a los demás determinadas cosas. ¿En qué se diferencia Traición a otras propuestas?
M.P.: Creo que es una de las obras menos truculentas; es más diferente a otras de sus obras.
A.T.: Esta en concreto los diálogos tienen un esquema: pregunta/respuesta: frases muy cortas frente a largos parlamentos. Son respuestas cortas. Esa es una de las diferencias.
¿Cómo definirías a Emma?
M.P.: Creo que una de las diferencias con otros personajes que he interpretado es que no es de una sola pieza. Son personajes complejos, de los que el propio autor no da demasiadas características de ellos. Se sabe muy poco sobre Emma: lo que se intuye es que es un personaje de una época muy concreta; empieza a trabajar; a liberarse. Pertenece a una clase social acomodada, y con afición por la cultura, la literatura y el arte en general.
(Raúl Fernández acaba de llegar, disculpándose por el retraso).
¿Cómo es Jerry?
Raúl Fernández: Jerry de los tres es el más ingenuo. Es agente literario. No es que sea estúpido, ni muchísimo menos, pero sí a diferencia de Robert y Emma es más impulsivo, espontáneo.
Le toca a Robert…
A.T.: Robert es el padre de familia, el cabeza de familia: se considera el jefe de la camada, muy machista. Se corrompe a lo largo de la vida. Es un editor. Dirigía junto con Jerry revistas de poesía y al final los vemos que le interesa solo el dinero.
Hay un detalle llamativo de Robert: se conmueve cuando Jerry rechaza a Emma, y la abraza. Tiene un punto de dulzura que contrasta con sus rasgos principales.
A.T.: Efectivamente. Los personajes no son ni muy buenos; ni muy malos ni muy listos ni muy tontos. Tienen mucho de cada cosa. Uno puede ser un cabrón auténtico y en un momento dado tener un gesto de dulzura. Uno puede ser muy bueno y en un momento dado muy puñetero. Es una escena muy fuerte porque se hacen polvo los amigos, la mujer; y quien da el brazo a torcer es Robert porque entiende como está Emma después de lo que ha vivido.
La destrucción de su amistad está relacionada con la estructura de la obra en flash back. ¿Compartís esa apreciación?
A.T.: Estoy plenamente de acuerdo contigo. Lo interesante de la obra al dar marcha atrás es ver de dónde viene la destrucción; su germen. También vemos cómo nace ese amor. Pero lo más interesante es cómo nace la destrucción de ese amor en todos los sentidos: amor/pareja; amor/amantes…
M.P.: En realidad la estructura nos ayuda menos a preguntarnos qué es lo que sucede y más por qué sucede. En vez de preguntar qué, preguntas por qué. Esto es lo interesante.
R.F.: Yo no puedo añadir nada más…
Se detecta cierto sentimiento de falta de estabilidad en la propia puesta en escena de acuerdo a las emociones de los personajes. De hecho la acción en la primera escena se traslada del centro a la derecha; hay una composición triangular que define el carácter de las relaciones que se establecen; cuando Emma confiesa su aventura está a espaldas de Robert… ¿Qué puede aportar esa coreografía según vosotros a la definición de los personajes?
POR ALEJANDRO CABRANES RUBIO
El encuentro tiene lugar el 23 de abril de 2007 en la entrada al Teatro Guindalera, donde hace unos meses se produjo la primera toma de contacto entre el equipo artístico y este cronista. Entre ambas charlas se estableció una mayor confianza entre las dos partes que a su vez ha marcado definitivamente la redacción de estas líneas. En aquella ocasión intérpretes como Ana Miranda, Ana Alonso y Josep Albert participaron en esa conversación como miembros de la anterior pieza que se analizaba: Odio a Hamlet. Ésta ofrecía un viaje hacia una dignidad relativa, no exenta de cierta amargura, sobre unas personas que deseaban recuperar su integridad. Traición, la obra de Harold Pinter que nos ocupa, por el contrario indaga sobre las raíces de la degradación de las relaciones afectivas y la forma de concebir la vida. Del reparto de la anterior se conserva Raúl Fernández, María Pastor y Alex Tormo, y se incorpora Andrés Rus en la doble calidad de ayudante de dirección de Juan Pastor y de intérprete. La conversación se inicia aludiendo a la coincidencia en cártel (por unos pocos días) con otras piezas de Pinter como Un ligero malestar y La última copa.
María Pastor: Esas dos yo no las he visto.
Alex Tormo: Yo tampoco porque cuando se han estrenado estábamos ensayando y el único día que libramos es el lunes, el día del descanso del teatro.
De todas maneras vuestra función se suma al “rescate” de piezas de Pinter, del que forman parte las dos aludidas como El portero en el Teatro de la Abadía. ¿A qué atribuís ese fenómeno?
M.P.: Evidentemente al Premio Nobel.
Pinter es famoso por escribir –tanto en la actualidad como en la Guerra Fría- sobre el miedo a lo desconocido; en sus obras la sensación de conformidad que rige nuestra vida resulta en realidad un espejismo. En sus piezas los personajes se responden así mismos cuando preguntan a los demás determinadas cosas. ¿En qué se diferencia Traición a otras propuestas?
M.P.: Creo que es una de las obras menos truculentas; es más diferente a otras de sus obras.
A.T.: Esta en concreto los diálogos tienen un esquema: pregunta/respuesta: frases muy cortas frente a largos parlamentos. Son respuestas cortas. Esa es una de las diferencias.
¿Cómo definirías a Emma?
M.P.: Creo que una de las diferencias con otros personajes que he interpretado es que no es de una sola pieza. Son personajes complejos, de los que el propio autor no da demasiadas características de ellos. Se sabe muy poco sobre Emma: lo que se intuye es que es un personaje de una época muy concreta; empieza a trabajar; a liberarse. Pertenece a una clase social acomodada, y con afición por la cultura, la literatura y el arte en general.
(Raúl Fernández acaba de llegar, disculpándose por el retraso).
¿Cómo es Jerry?
Raúl Fernández: Jerry de los tres es el más ingenuo. Es agente literario. No es que sea estúpido, ni muchísimo menos, pero sí a diferencia de Robert y Emma es más impulsivo, espontáneo.
Le toca a Robert…
A.T.: Robert es el padre de familia, el cabeza de familia: se considera el jefe de la camada, muy machista. Se corrompe a lo largo de la vida. Es un editor. Dirigía junto con Jerry revistas de poesía y al final los vemos que le interesa solo el dinero.
Hay un detalle llamativo de Robert: se conmueve cuando Jerry rechaza a Emma, y la abraza. Tiene un punto de dulzura que contrasta con sus rasgos principales.
A.T.: Efectivamente. Los personajes no son ni muy buenos; ni muy malos ni muy listos ni muy tontos. Tienen mucho de cada cosa. Uno puede ser un cabrón auténtico y en un momento dado tener un gesto de dulzura. Uno puede ser muy bueno y en un momento dado muy puñetero. Es una escena muy fuerte porque se hacen polvo los amigos, la mujer; y quien da el brazo a torcer es Robert porque entiende como está Emma después de lo que ha vivido.
La destrucción de su amistad está relacionada con la estructura de la obra en flash back. ¿Compartís esa apreciación?
A.T.: Estoy plenamente de acuerdo contigo. Lo interesante de la obra al dar marcha atrás es ver de dónde viene la destrucción; su germen. También vemos cómo nace ese amor. Pero lo más interesante es cómo nace la destrucción de ese amor en todos los sentidos: amor/pareja; amor/amantes…
M.P.: En realidad la estructura nos ayuda menos a preguntarnos qué es lo que sucede y más por qué sucede. En vez de preguntar qué, preguntas por qué. Esto es lo interesante.
R.F.: Yo no puedo añadir nada más…
Se detecta cierto sentimiento de falta de estabilidad en la propia puesta en escena de acuerdo a las emociones de los personajes. De hecho la acción en la primera escena se traslada del centro a la derecha; hay una composición triangular que define el carácter de las relaciones que se establecen; cuando Emma confiesa su aventura está a espaldas de Robert… ¿Qué puede aportar esa coreografía según vosotros a la definición de los personajes?
M.P.: Yo no creo que tenga que ver la definición de los personajes con eso. No podría contestar. En esta sala hay que trabajar con limitaciones de la sala; creo que a veces los movimientos nacen de la casualidad; de diferenciar y acotar el espacio… Lo que sí es interesante es que la iluminación está en función de la historia, pero eso es una característica en guindalera
De alguna manera la puesta en escena los deja un poco afligidos, descompuestos; los ahoga en el espacio escénico.
Andrés Rus: Eso no sé si es deliberado. De alguna forma teníamos que hacer que el espectador viese la obra desde arriba, con cierta distancia para que tu pudieses apreciar la forma en la que se relacionan, a veces en forma triangular. Los ves incomunicados desde un punto de vista distanciado, juzgándoles.
El vestuario empieza siendo muy oscuro (de acuerdo con la negritud inicial) y concluye con tonos más luminosos.
R.F.: Es cierto que seguramente atiende a ver la parte más colorida y viva en los personajes.
M.P.: Empiezan siendo muy corrompidos; y acaban más inocentes. (María se retira a prepararse para la función).
A.R.: (El vestuario sirve) para que tú veas el viaje al pasado. Los constantes flash back no se manifiestan solamente en la psicología de los personajes; sino también en la música; en la agilidad en la que se desarrollan las escenas hasta la última en 1968, en la que se produce el nacimiento de la pasión.
En ese mismo sentido opera la banda sonora. ¿Qué criterios seguisteis para seleccionarla?
A.R.: Buscamos música que remitiera a esa época, que hiciera un comentario sobre la escena; ofreciendo un contrapunto irónico; que transmita al espectador cierta nostalgia.
While My Guitar Gently Weeps (George Harrison) expresa el lamento generacional.
A.R.: Potenciaba bien el momento en el que Emma y Robert tiene un pequeño encuentro emotivo; entra muy bien; permitía cierta intimidad.
Otra canción empleada es You´re my best friend (Queen).
A.R.: Es un tema del año 75 archi conocido; que el espectador reconoce y da un punto de vista sobre Jerry y Robert… “You´re my best friend”… “¡unos cojones!”. Muy irónico.
¿Qué proyectos tenéis?
R.F.: Estoy en una serie que se titula El internado: la fecha de emisión es para el 14 de mayo. Es una serie que combina el culebrón con lo misterioso. Todos los personajes son misteriosos, un poco como Pinter, y el mío es el cocinero con un secreto muy oculto que no se desvela en los primeros capítulos.
A.T.: En el Teatro Universitario, dentro del grupo Triaca, hemos hecho Nuestra ciudad de Thornton Wilder.
Autor qué ya habías representado en Guindalera…
A.T.: De hecho fui en búsqueda y captura de lectura de sus obras a raíz de representarlo aquí. Ahora estamos prestos y dispuestos para hacer La visita de la vieja dama para estrenar un mayo.
¿Habéis preparado ya la programación de Guindalera?
R.F.: Se habla de reponer las funciones. Es la primera idea, pero no está claro. Volveremos con En torno a la gaviota, Odio a Hamlet y Pinter. Hay gente que se ha quedado con ganas de verlas.
Desde la temporada pasada se ha producido un “retorno” del público al teatro. ¿Compartís esa apreciación o habéis estado un poco aislados aquí?
R.F.: Eso te iba a decir. Hemos tenido una actividad frenética, muy centrados aquí en Guindalera. No hemos estado muy pendientes de la cartelera y estamos desinformados en torno al resto de las obras. Pero tengo la intuición, y coincido contigo, que la gente se está animando…. Nadie va a robar el carácter inmediato del teatro. Ver una obra de teatro grabada puede ser interesante para ciertos aspectos, pero la esencia del teatro es verlo en directo.
A.T.: Hay textos dramáticos llevados al cine, lo qué es distinto. Por ejemplo La huella (1972), de Mankiewicz, es un texto reescrito para el cine y es una obra maestra. Bueno, nos vamos metiendo para adentro para calentar: necesitamos un rato para concentrarnos, sobre todo haciendo una obra de estas características donde técnicamente tiene la complicación de ir al revés; y eso implica que debes despojarte de cosas…
La charla finaliza antes de abrirse el telón. Un domingo más Guindalera recupera la esencia del teatro, su emoción; su lado más primitivo y puro con propuestas tan modestas en sus presupuestos económicos como medidas en los teóricos. El aire familiar reforzado por el encuentro entre Raúl, Álex, María y Andrés con su público a término de la función hace evocar el espíritu de otras compañías independientes y cuyos montajes poco a poco les dieron prestigio. Un teatro para reflexionar sobre el paso del tiempo; sobre las heridas que infligimos a los demás y las que sangran en nuestro propio cuerpo; sobre cómo el ser humano se debate entre la dignidad y la corrupción de su alma. Un teatro íntimo, que establece su propia relación con los clásicos y con los textos contemporáneos, que se abre paso en la cartelera por su capacidad para interrogarnos a nosotros mismos. Un teatro que festeja su propia existencia y que lleva el contacto inmediato con sus asistentes hasta sus últimas consecuencias. Un teatro en cierto sentido cómplice con sus espectadores, entendidos estos como amigos que comparten con ellos un momento de creatividad, y no como extraños a los cuales hay que convencer de la valía de sus planteamientos. Y de allí nace su viveza: la sencillez no está reñida en él en ningún momento con la falta de complejidad. Las funciones aparte de tener lecturas morales (no moralistas) contienen otras de tipo ideológico y que permanecen soterradas: el rechazo hacia lo zafio, el éxito fácil; el cuestionamiento de la conformidad. Allí evocan el recuerdo de Animalario, sin contar con su cobertura mediática ni obras de teatro más llamativas pero a su vez menos sutiles, con independencia de su valía. ¿Guindalera seguirá sus pasos y terminará absorbida –dicho sin tono peyorativo- por la “cultura oficial”? De momento su supervivencia se fragua en cada función, en cada gota de sudor derramada en los ensayos. Como diría Bob Dylan, la respuesta está flotando en el aire…
Andrés Rus: Eso no sé si es deliberado. De alguna forma teníamos que hacer que el espectador viese la obra desde arriba, con cierta distancia para que tu pudieses apreciar la forma en la que se relacionan, a veces en forma triangular. Los ves incomunicados desde un punto de vista distanciado, juzgándoles.
El vestuario empieza siendo muy oscuro (de acuerdo con la negritud inicial) y concluye con tonos más luminosos.
R.F.: Es cierto que seguramente atiende a ver la parte más colorida y viva en los personajes.
M.P.: Empiezan siendo muy corrompidos; y acaban más inocentes. (María se retira a prepararse para la función).
A.R.: (El vestuario sirve) para que tú veas el viaje al pasado. Los constantes flash back no se manifiestan solamente en la psicología de los personajes; sino también en la música; en la agilidad en la que se desarrollan las escenas hasta la última en 1968, en la que se produce el nacimiento de la pasión.
En ese mismo sentido opera la banda sonora. ¿Qué criterios seguisteis para seleccionarla?
A.R.: Buscamos música que remitiera a esa época, que hiciera un comentario sobre la escena; ofreciendo un contrapunto irónico; que transmita al espectador cierta nostalgia.
While My Guitar Gently Weeps (George Harrison) expresa el lamento generacional.
A.R.: Potenciaba bien el momento en el que Emma y Robert tiene un pequeño encuentro emotivo; entra muy bien; permitía cierta intimidad.
Otra canción empleada es You´re my best friend (Queen).
A.R.: Es un tema del año 75 archi conocido; que el espectador reconoce y da un punto de vista sobre Jerry y Robert… “You´re my best friend”… “¡unos cojones!”. Muy irónico.
¿Qué proyectos tenéis?
R.F.: Estoy en una serie que se titula El internado: la fecha de emisión es para el 14 de mayo. Es una serie que combina el culebrón con lo misterioso. Todos los personajes son misteriosos, un poco como Pinter, y el mío es el cocinero con un secreto muy oculto que no se desvela en los primeros capítulos.
A.T.: En el Teatro Universitario, dentro del grupo Triaca, hemos hecho Nuestra ciudad de Thornton Wilder.
Autor qué ya habías representado en Guindalera…
A.T.: De hecho fui en búsqueda y captura de lectura de sus obras a raíz de representarlo aquí. Ahora estamos prestos y dispuestos para hacer La visita de la vieja dama para estrenar un mayo.
¿Habéis preparado ya la programación de Guindalera?
R.F.: Se habla de reponer las funciones. Es la primera idea, pero no está claro. Volveremos con En torno a la gaviota, Odio a Hamlet y Pinter. Hay gente que se ha quedado con ganas de verlas.
Desde la temporada pasada se ha producido un “retorno” del público al teatro. ¿Compartís esa apreciación o habéis estado un poco aislados aquí?
R.F.: Eso te iba a decir. Hemos tenido una actividad frenética, muy centrados aquí en Guindalera. No hemos estado muy pendientes de la cartelera y estamos desinformados en torno al resto de las obras. Pero tengo la intuición, y coincido contigo, que la gente se está animando…. Nadie va a robar el carácter inmediato del teatro. Ver una obra de teatro grabada puede ser interesante para ciertos aspectos, pero la esencia del teatro es verlo en directo.
A.T.: Hay textos dramáticos llevados al cine, lo qué es distinto. Por ejemplo La huella (1972), de Mankiewicz, es un texto reescrito para el cine y es una obra maestra. Bueno, nos vamos metiendo para adentro para calentar: necesitamos un rato para concentrarnos, sobre todo haciendo una obra de estas características donde técnicamente tiene la complicación de ir al revés; y eso implica que debes despojarte de cosas…
La charla finaliza antes de abrirse el telón. Un domingo más Guindalera recupera la esencia del teatro, su emoción; su lado más primitivo y puro con propuestas tan modestas en sus presupuestos económicos como medidas en los teóricos. El aire familiar reforzado por el encuentro entre Raúl, Álex, María y Andrés con su público a término de la función hace evocar el espíritu de otras compañías independientes y cuyos montajes poco a poco les dieron prestigio. Un teatro para reflexionar sobre el paso del tiempo; sobre las heridas que infligimos a los demás y las que sangran en nuestro propio cuerpo; sobre cómo el ser humano se debate entre la dignidad y la corrupción de su alma. Un teatro íntimo, que establece su propia relación con los clásicos y con los textos contemporáneos, que se abre paso en la cartelera por su capacidad para interrogarnos a nosotros mismos. Un teatro que festeja su propia existencia y que lleva el contacto inmediato con sus asistentes hasta sus últimas consecuencias. Un teatro en cierto sentido cómplice con sus espectadores, entendidos estos como amigos que comparten con ellos un momento de creatividad, y no como extraños a los cuales hay que convencer de la valía de sus planteamientos. Y de allí nace su viveza: la sencillez no está reñida en él en ningún momento con la falta de complejidad. Las funciones aparte de tener lecturas morales (no moralistas) contienen otras de tipo ideológico y que permanecen soterradas: el rechazo hacia lo zafio, el éxito fácil; el cuestionamiento de la conformidad. Allí evocan el recuerdo de Animalario, sin contar con su cobertura mediática ni obras de teatro más llamativas pero a su vez menos sutiles, con independencia de su valía. ¿Guindalera seguirá sus pasos y terminará absorbida –dicho sin tono peyorativo- por la “cultura oficial”? De momento su supervivencia se fragua en cada función, en cada gota de sudor derramada en los ensayos. Como diría Bob Dylan, la respuesta está flotando en el aire…
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