lunes, 19 de febrero de 2007

Entrevista: Josep Albert, Raúl Fernández, María Pastor, Ana Miranda, Ana Alonso/ Odio a Hamlet

Alex Tormo, Raúl Fernández, Josep Albert

ENTREVISTA A JOSEP ALBERT, RAÚL FERNÁNDEZ, ANA ALONSO, ANA MIRANDA, MARÍA PASTOR
POR ALEJANDRO CABRANES RUBIO

Sábado 18 de noviembre de 2006. Son las 18:30. Los actores de la función Odio a Hamlet empiezan a llegar. Comentan entre ellos el comportamiento de los alumnos de diversos colegios a los que quieren inculcar la pasión por el teatro. No en vano la obra que representan propone una reflexión sobre el sentido del oficio y la conveniencia de seguir escenificando a los clásicos, entendidos éstos no como textos sacro-santos, sino como una materia prima dinámica, capaz de hablar de los problemas que nos afectan a todos. Raúl Fernández (Fuera de control, Los 80) propone reunirnos en el camerino, ajenos a la llegada de los espectadores.

¿Me podéis hablar un poquito como se inició este proyecto?

Raúl Fernández: En principio empezamos con la programación nueva de la temporada en Guindalera y buscamos una obra que fuera diferente a la del año pasado, La gaviota. Una obra que pudiese conectar con el público joven y que sirviese para la campaña escolar. Escogimos esta comedia por contraste.

Pero con una cosa en común: hablar sobre la conveniencia o no de representar a los clásicos.

R.F.: Esa es una de las preguntas que hay en la obra… Seguramente esa era una de las inquietudes de Juan (Se refiere a Juan Pastor, director de la función). Nosotros empatizamos. Ese ere uno de los puntos de partes: plantearse si los clásicos interesan o no, la obra de Shakespeare, en concreto Hamlet… Pero también hay otras muchas preguntas…

¿Conocíais la obra de Paul Rudnick antes de encarar esta función?

Ana Alonso: Yo no la conocía…

Josep Albert: Yo había visto escenas de Odio a Hamlet y por supuesto In and Out la conocía… La familia Adams es un referente generacional… Atando cabos te das cuenta de que (Rudnick) está más presente de lo que piensas. Empiezas a releer cosas suyas y dices “ah esté artículo lo leí en El País”. Lo vas ubicando. No es un autor que puedas citar ante el gran público y que este lo reconozca enseguida.

María Pastor: Yo no lo conocía salvo Odio a Hamlet, que la había visto en muchas muestras de interpretación. También las cuatro películas más famosas de él.

Entre las características de la obra destaca la presencia de lo sobrenatural a través de la figura de John Barrymore. ¿Cómo os habéis enfrentado a la tentativa de hacer una representación naturalista y al mismo tiempo fantástica?

J.A.: Yo siempre me acuerdo de Gary Oldman cuando hizo Drácula. Todos los actores preguntaban al director cómo eran sus personajes. Oldman dijo “¿Y yo qué?”. Coppola le contestó: “tu simplemente llevas muerto cinco siglos”. No puedes recurrir a experiencias personales ni nada por el estilo. Además el autor inteligentemente no hace ninguna reflexión sobre el más allá. No se me mete en espiritismos… Juega con la idea de que un fantasma es tangible. Juega con un más allá en el que hay disfrute de la vida, vitalista. Entra en la convención. Procura que el público lo acepte desde el principio. Utiliza unos recursos muy manidos: la música sobrenatural, la niebla… Es una obra compartida por parte del público.

Tu personaje simboliza el pasado teatral…

J.A.: Barrymore es un actor formado en un escenario, gente con una gran técnica forjada a base de trabajar todos los días… Algo que ya no pueden hacer los actores de teatro. Gente que estaba los 365 días del año a pie de escenario… No tenían un sistema en la cabeza, pero sí una capacidad de resolución enorme. Eso se ha perdido.

También se ha perdido el hábito de ir al teatro… Y precisamente uno de los grandes temas de la obra es la importancia del teatro en la sociedad contemporánea, la dignidad frente al todo vale. Viendo la función se pueden establecer paralelismos entre Odio a Hamlet y En lo más crudo del crudo invierno.

J.A.: Tratan el mismo tema, pero son diferentes. Kenneth Branagh en ese aspecto es una persona que está implicada en el teatro en todas sus facetas; trata de hacer un retrato más amable. Rudnick mantiene un contencioso con el teatro y es más crítico: es un enamorado de las artes escénicas, pero lo critica desde fuera. Y se agradece porque hacemos teatro para el público de a píe y no para los compañeros de profesión… El 80% de los espectadores que viene a la sala son los propios compañeros. Está bien que no seamos tan endogámicos y empecemos a pensar en el público. Cualquier persona que vaya al teatro un par de veces al oír las frases de Barrymore entiende perfectamente de qué se está hablando.

Ambas piezas tienen una reflexión sobre las consecuencias de madurar. En ese sentido, ¿Cómo definirías a tu personaje, Andrew?

R.F.: Andrew es un joven actor que intenta definirse así mismo y lo que sucede es que tiene que debatirse si seguir fiel a lo que le dicta su cabeza o su corazón. Lo que le dicta la cabeza es la televisión y su corazón es el teatro. Está en el camino de seguir el camino de lo que lleva dentro o la vida fácil. Es un joven con miedo a enfrentarse a la vida, con miedo al fracaso.

La obra ridiculiza algunos ideales WASP… Alguna se canalizan a través de la novia de Andrew. Háblame un poco de Deidre.

M.P.: Ella llega virgen al matrimonio no por creencias religiosas ni nada del otro mundo: es una romántica empedernida. Quiere que todo sea especial y perfecto.

J.A.: Hay una frase en la que Andrew le dice a Barrymore: “Pero yo no quiero hacer daño a Deidre”… Un poco lo que también le sucede a Hamlet con Ofelia. Barrymore le contesta: “¿Qué necesitas, una terapia, una conversación interninable?”… Sobra palabrería vacía y falta pasión.

Andrew es un joven que se enfrenta con una colectividad muy mediocre, que aplasta la dignidad de las personas. Andrew decide defender su propio terreno y con esa intención interpreta el monólogo de Hamlet. ¿Crees que es fácil alzarse contra un mar de agitaciones?

R.F.: Depende de cómo se mire. Creo que es fácil en la sociedad en la que vivimos cerrar los ojos. Es el conflicto que tiene Andrew. El acto valiente es abrirlos. Intentarte definirte a ti mismo y ser consecuente con tu deseos y principios. Me da la impresión que es más fácil vivir en esa mentira.

Integrarse en la sociedad actual equivale a llevar una vida estándar en la que sólo importan las cuentas bancarias y pocas cosas son personales… Una idea que realza la propia puesta en escena. Vuestra relación con los objetos del decorado es muy dinámica, sobre todo al compararla con las que presentan muchas obras de hoy en día. ¿Qué tal os desenvolvéis con los cuadros, mesas, floretes?

R.F.: Con trabajo. Josep estuvimos trabajando en verano la coreografía de espadas… Situarse en el espacio. No es especialmente difícil.

De todos los objetos hay uno que me llama la atención como bien sabe Josep… El espejo. Barrymore se proyecta en él en el momento clave en el que Andrew toma una postura vital. ¿Qué metáfora encubre el espejo?

J.A.: Aquí hay una coincidencia. Varias veces en el texto se hace referencia a poner un espejo a la realidad. Aparece por casualidad. Nos fuimos dando cuenta, sin que Juan tuviera que hacer nada, que tenía una eficacia escénica. En un segundo plano una eficacia simbólica que la capta mejor el espectador que nosotros. El actor está más pegado al suelo. Soy consciente de que una parte del público si me coloco en un determinado sitio me ve también en el espejo. Soy consciente de que Barrymore es el inconsciente artístico de Andrew. Yo creo que una parte del público no se da cuenta de esto. Es un nivel de lectura para gente con más manejo de los símbolos, más formada.

María Pastor y Josep Albert


Está obra tiene un valor sociológico importante porque reivindica el teatro en los tiempos que corren… Cada vez faltan más espacios para representar…

R.F.: El Albeniz está en el escaparate social de todo el mundo, pero también se están abriendo salas alternativas. La gente que ama el teatro siempre encuentra un hueco en el que hacerlo. Lo que no se abre son grandes teatros, pero sí salas alternativas. Las salas privadas proliferan. En ese sentido yo si le veo salida a pequeños espacios.

J.A.: No paran de crearse espacios nuevos en casas de cultura, ayuntamientos, juntas municipales… Para mi el problema no es ese. El problema es que estamos llenando el país de edificios vacíos. Lo que les interesa es meterse como sea en construcción. Hacen muchos teatros vacíos sin programación, sin compañías estables como hay en otros sitios, que tengan productos que hacen que esos teatros funcionen… Si el dinero que se está gastando en crear teatros alejadísimos de centros urbanos y zonas residenciales, lo gastasen en dotar a compañías y hacer que los teatros existentes fuesen funcionales; y sobre todo en subvencionar un poco las entradas para que a le gente le resultase muy rentable ir a ver obras, tendríamos una vida teatral cuatro veces mejor de lo que hay ahora mismo. El problema es que si un ayuntamiento subvenciona a una compañía, eso no da dividendos a nadie. Pero si se construye uno (teatro) nuevo hay comisiones. El teatro en vez de ser una cuestión cultural se ha convertido en una manera en que mucha gente se llene el bolsillo y no la gente que supuestamente deberíamos aspirar a vivir dignamente. Eso me cabrea mucho. Que se pierda un teatro, malo es. Pero el problema es que no hagan funcionar los que ya existen, que no se les provea… Se va a llenar España de teatros sin programación, con gestores, con cargos designados a dedo, pero sin una serie de compañías que rueden por ellos. El modelo francés y alemán están basados en eso: en cada ciudad de 5000 habitantes tiene un teatro con su propia compañía, y estas son las que van conformando los circuitos.

(Ana Miranda ha dejado de maquillar a Ana Alonso y ya puede incorporarse a la conversación).

La cultura se ha convertido la cultura en un negocio frívolo, en el que se mueven intereses que no son puramente artísticos, y los que se especula demasiado. Hay un caso en esta ciudad muy llamativo: el Albéniz. ¿Quieres pronunciarte sobre la retirada de la ley que protegía al teatro?


Ana Miranda: Yo no conozco muy directamente el caso del Albéniz. Soy una actriz vasca, vengo de San Sebastián. Respecto a que la cultura se ha prostituido ahora no estoy de acuerdo. La cultura se ha prostituido siempre. Lo que pasa es que ahora nos enteramos más de las cosas. Desde que se hace cine y teatro, los productores han impuesto sus criterios por encima del criterio artístico de los directores y actores buscando un fin comercial. Eso ha ocurrido siempre. Ahora sigue ocurriendo. Ahora estamos más concienciados y luchamos más contra eso.

(La entrevista está concluyendo porque la hora de la función se aproxima y se debe interrumpir el hilo de la conversación para irnos despidiendo).

¿Podéis adelantarnos algo sobre la obra de Harold Pinter?

R.F.: Lo que puedo adelantar es que se va a estrenar a finales de febrero. Es una obra de cámara, de tres personajes. Tiene una peculiaridad muy interesante: en vez de transcurrir de principio a fin, transcurre de fin a principio. Es una relación de un matrimonio y uno de los amantes. No te puedo decir más.

Todos los actores –incluido Alex Tormo que no ha llegado a tiempo a la entrevista- posan para la cámara e incluso me invitan a volver a ver la obra. Por razones de trabajo rechazo tan generosa propuesta, propia de quienes defienden la dignidad de un arte (y de la vida), abriendo nuevos puntos de encuentro.


Josep Albert lucha contra Raúl Fernández


De Elsinor a Central Park
POR ALEJANDRO CABRANES RUBIO

Apenas han transcurrido cinco meses desde que Lluis Pascual estrenase en el teatro español de Madrid el díptico Hamlet/La tempestad. En palabras del director la doble oferta se debía a su ánimo de hacer un análisis exhaustivo sobre la forma de solucionar los conflictos, ya que según él en ambas obras habitan "metáforas de la violencia". Con el recuerdo reciente de ambas representaciones, llega a la capital Odio a Hamlet en una pequeña sala alternativa (Guindalera) donde la misma compañía que el año pasado estrenó En torno a la gaviota ha proseguido en su investigación acerca de la conveniencia de representar a los clásicos.

En esta ocasión el director Juan Pastor ha recurrido a una obra de Paul Rudnick que argumentalmente algunos podrían comparar con el largometraje de Kenneth Branagh En lo más crudo del crudo invierno (1995). En efecto, en ambos textos a un actor se le presenta la disyuntiva de interpretar la pieza de Shakespeare o aceptar trabajos televisivos. Hay una diferencia notable: allá donde Branagh –en uno de sus trabajos menos interesantes- idealizaba esa función teatral y adoptaba cierta autocomplaciencia, Rudnick y Pastor cuestionan incluso el oficio del protagonista (Andrew: Raúl Fernández). De esta manera Odio a Hamlet guarda un vínculo con la bibliografía y filmografía de Rudnick. La mirada despiadada a una sociedad donde todo vale se completa con apuntes malévolos sobre el mundo en el que vivimos: la superficialidad vende en detrimento de la cultura, el mal gusto navega a sus anchas por las grandes ciudades y los ideales puritanos WASP condicionan los actos de las personas. De esta manera Odio a Hamlet precipita a su personaje central al vacío existencial y como Hamlet debe decidir si tirar la toalla o enfrentarse directamente a la vida defendiendo su propia dignidad…aunque sea en una mediocre función en Central Park. Andrew termina prefiriendo "alzarse en armas contra un mar de agitaciones" que "sufrir en el ánimo los tiros y flechazos de la insultante fortuna".

La defensa de la identidad comporta para Juan Pastor la conservación de la individualidad en un sistema cultural organizado por una agenda global que ha masificado los comportamientos; exportando avances técnicos, desigualdades y pobreza moral. La aparente ligereza del texto no impide a Odio a Hamlet situar al espectador frente una encrucijada, adentrándose en su conciencia. No deja de ser significativo al respecto que el “Pepito Grillo” que no se separa de Andrew (ni más ni menos que el fallecido John Barrymore) quede reflejado en un espejo en el momento en el cual el protagonista debe adoptar una postura vital: la imagen duplicada en el escenario sacude por partida doble los remordimientos del personaje y los espectadores, todos ellos dispuestos a levantar su voz donde impera el silencio. En ese sentido las profundas interacciones de los actores con los objetos distribuidos en el decorado ahondan más en esa defensa del individuo en un mundo donde las cosas han dejado de tener valor afectivo. El desprendimiento de las telas que ocultan las sillas y mesas que forman parte del escenario profundiza el discurso al desnudar progresivamente la posición en el mundo que ocupan los personajes. La efectividad del elenco redondea los resultados. Raúl Fernández rompe con la imagen candorosa del Antón de Fuera de control para expresar las vacilaciones de Andrew con notable propiedad. Josep Albert con sus miradas de desaprobación y entusiasmo logra una composición dinámica capaz de transmitir un permanente cuestionamiento al estado de cosas. Alex Tormo, María Pastor y Ana Alonso parodian con más ferocidad que amabilidad la vulgaridad sumergida en Nueva York, aquí el símbolo de lo que conocemos como mundo civilizado. Ana Miranda transmite el profundo descreimiento sobre todo aquello que nos rodea. Los seis soportan un espectáculo divertido y bien hecho que vuelve a reafirmar la necesidad de restablecer desde nuevas perspectivas vínculos con nuestra herencia cultural.

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