lunes, 19 de febrero de 2007

Entrevista: Alberto Maneiro/ Buenas noches, Hamlet



ENTREVISTA: ALBERTO MANEIRO

POR ALEJANDRO CABRANES RUBIO

Alberto Maneiro llega puntual a la cita en el Teatro Lagrada, donde representa Buenas noches, Hamlet; una aproximación a la obra de Shakespeare articulada en torno a la relación entre el príncipe danés y su madre Gertrudis, incorporada por Silvia Espigado (Cuéntame). La entrevista tiene lugar en el interior del local.


¿Qué tiene qué ofrecer una sala como Lagrada frente al teatro oficial? ¿Deben convivir o competir?
Yo creo que es mejor que conviven porque no veo el teatro como una competición. Es una actividad artística que se puede hacer en un teatro comercial hasta en salas más pequeñas. El teatro se puede manifestar en muchísimos lugares. Lo que te aporta una sala independiente son proyectos de directores que tienen acceso a los circuitos comerciales, pero tienen propuestos igual o más interesantes que las que puede ofrecer el teatro oficial. Hay funciones comerciales estupendas. Hay funciones independientes estupendas también.

Te lo preguntaba porque la última obra que hiciste, La soga, llevaba otro tipo de público…
No tiene nada que ver porque como actor me gusta trabajar con la mayoría de los directores diferentes que tengan una manera de trabajar también diferente para que pueda aprender de ellos. Hay veces que te toca estar en una obra comercial en un teatro comercial. A veces te interesa un proyecto que no tenga tanto dinero, pero que sea interesante como es este caso (Buenas noches, Hamlet) que está subvencionado por la comunidad de Madrid. Ha sido una aventura que llevamos con ella seis meses desde que David (se refiere a David Amitin, director de la obra) me ofreció la obra. Hemos estado tres meses ensayando y conseguimos estrenar la función en diciembre que hicimos una representación. Me parece estupendo que haya más salas, proyectos, y directores…

Por lo que veo una actitud contraria a quienes quitan la protección a determinados teatros (estamos hablando del caso Albeniz).
La gente debe intentar apoyar al teatro. Hay que invertir tiempo, ganas y esfuerzo. Es imposible que esto desaparezca porque las funciones siguen. Con los años parece que el público desaparece. Antes te podías tirar ocho meses en Madrid y ahora no…

Como no te llames Josep María Pou…
(Ríe) Eso.

Hay una esperanza: el teatro no se puede descargar por internet.
Menos mal. Ahora que estamos en el ciberespacio a la larga produce un efecto contrario y la gente necesita tener a los actores delante contándoles historias. Internet me parece utilísimo, pero no tiene que ver. Las descargas terminan con cantantes, directores. La gente se va a quedar sin artistas…

Este año es la cuarta ocasión en meses en la que se escenifica la pieza de Shakespeare en Madrid. El Lliure te ofrece una metáfora de cómo vivir la vida para evitar la violencia. Para Lluis Pasqual el montaje encierra una propuesta que analizaba la forma en las que se pueden solucionar los conflictos. Y Odio a Hamlet habla de la defensa de la dignidad ¿Qué tenéis que ofrecer como sala alternativa considerando que la obra que representáis, Hamlet, tiene cierto carácter oficial?
Esta es una versión que está planteada en función de la escena entre Hamlet y Gertrudis. La propuesta nacía de la necesidad que tenía David de indagar sobre los personajes. A raíz de allí se elimina el resto de los actores: sólo somos siete protagonistas. La obra es a modo de flashback porque las escenas están fragmentadas y no van por orden cronológico. Se plantea como es esta relación y qué hay detrás…

Resulta muy coherente que la narración sea fragmentada teniendo en cuenta que Hamlet representada un mundo en descomposición. ¿Es intencionado?
Yo creo que sí. Está ambientada en el periodo de entreguerras y la escenografía es la decadencia más absoluta… Creo que viene bien la fragmentación a la propuesta de David.

En esos fragmentos, Hamlet exhibe ante su madre partes de la función y se convierte en demiurgo de su propia obra. Se exacerba su propio individualismo. ¿Estás de acuerdo?
Es un personaje muy histriónico como lo es esta propuesta que trabaja mucho el teatro del absurdo, el inconsciente para explicar para saber si Hamlet está en la tierra o dentro de un imaginario, o en un mundo onírico. Somos una especie de espectros todos… Los personajes se reviven en su mente…

Al ser demiurgo de su propia obra, se opone a desaparecer, a dejarse “arrastrar por los dardos que lanza la insultante fortuna”…. La clave de la obra radica, a mi juicio, en la resistencia a un mundo que expulsa del mismo a las personas… De hecho Hamlet sale de la propia sala en la primera escena…
Por eso cuándo tu me has preguntado que debía ofrecer la obra he subrayado que debe ser representada en salas pequeñas. El público nos tiene a un metro y usamos las entradas y las salidas que emplea el público. Hamlet es un personaje que llega a Dinamarca como un hombre civilizado en un mundo incivilizado. Intenta desmoronar todo para limpiar la porquería.

En la obra se oyen latidos de corazón, metralletas… Da sensación de agobio al propio espectador.
Todos los personajes salvo él han perdido su individualidad, sus valores; y lo intenta poner en orden provocando una catarsis que rebota….

Este personaje llega después de otro que también termina matando a otro: Jerónimo de Amar en tiempos revueltos. Un ser totalmente sumiso y que en un momento dado estalla y no tiene tiempo de rectificar como lo hace Hamlet.
A mi me gustó mucho interpretar ese personaje. Me da mucha ternura porque aparentemente da imagen de hombre fuerte, bebedor, jugador de póquer, pero esconde una falta de seguridad absoluta… Es un hombre sin personalidad y que necesita tanto amor que es capaz de asesinar a un hombre para satisfacer las necesidades de una chica del alterne del tres al cuarto. Es muy divertido interpretar a un personaje ambientado en una serie de los años cuarenta.

Siendo un personaje de reparto, Jerónimo tenía (Alberto interrumpe la frase)…
Su trama, su desarrollo, con una final muy potente. Tenía mucha chicha. Y que termine asesinado, ya ves porque también en La soga también era psicópata. Me he acostumbrado a llevar pistola.

Otro personaje sumiso igual que el de los tiempos revueltos fue el que creo que te ha dado un pelín más de popularidad.
Abel de Aquí no hay quien viva.

Estaba algo en función de los personajes de Mariano Alameda y Luis Merlo. ¿Qué recuerdos traes de esa serie?
Me lo pasé bomba porque me recibieron muy bien. Estaba trabajando en La soga. Y pasé nervios porque estaba en Barcelona y por la mañana grababa la serie en Madrid. Era un locura pensar: “no llego, no llego”… Trabajar en esa serie fue una maravilla porque el personaje era divertido, los guiones eran estupendos. Luis Merlo es un actor estupendo y una persona muy simpática. Trabajamos muy bien juntos. Igual que con Mariano Alameda. La serie estaba en ese momento muy en boga. Grabé la serie y al día siguiente en Barcelona me llamaban Abel.

A mi me hace gracia que en Aquí no hay quien viva el novio de Merlo era Adrià Collado y en Hermanas Collado y tu estabais detrás de Mónica Molina.
¡Qué casualidad! ¿Verdad? Adriá y yo nos hemos peleado por el amor de Mónica Molina y de Luis Merlo… Bueno en Aquí no hay quien viva no coincidimos… Adrià no estaba cuando llegué. En la serie nos casaron a Mariano y a mí, y se terminó.

Por último, después del atentado de ETA, como vasco, ¿cómo ves el tema del proceso de paz?, ¿crees que se debería hablar con ella a pesar de lo ocurrido?
De política no puedo opinar mucho porque hay gente mucho más cualificada para opinar. Como vasco te diría que sí, que teníamos esperanzas. Desde que hay tregua lo hemos notado mucho en toda Euskadi porque ha subido el turismo y la gente está más tranquila. Había esperanza que no creo que se deba perder para nada. No sé cómo se puede arreglar. Yo estoy en contra de lo que pasó y fue muy triste.

Ha terminado la entrevista. Silvia Espigado entra por la puerta. Cuando termina la sesión, llega una invitada al teatro: Marta Belenguer (Cámara café, Aquí no hay quien viva), derrochando afecto hacia Alberto. Entusiasmada le comenta el proyecto de una serie valenciana para internet y que todavía no tiene adjudicado director… Alberto sale a la calle. El se dirige a una reunión con todo el equipo.

Fragmentos de un mundo descompuesto
Por ALEJANDRO CABRANES RUBIO

En apenas siete meses la capital madrileña ha acogido ya tres montajes relacionados con la emblemática figura del shakesperiano príncipe danés, la sala alternativa Lagrada con muy pocos medios propone otra revisión en torno a Hamlet. Sus dos primeras escenas remarcan las intenciones. En la primera, la familia real entierra al antiguo rey, cavando en definitiva la tumba de toda una época que augura el nacimiento de otra más sombría: Hamlet (Alberto Maneiro) no sólo sale del escenario, sino incluso de la propia sala para volver entrar aturdido al contemplar el beso apasionado entre su madre Gertrudis (Silvia Espigado) y su tío Claudio (Antonio del Olmo). El hombre expulsado de sus propias raíces, exiliado de los nuevos tiempos. ¿O tal vez no? En la siguiente escena aborda a su madre y mata al consejero Polonio (Julio César Acera): el montaje nos catapulta directamente al acto III del original, justo a la mitad de la obra, para vislumbrar desde ese lugar todo aquello que ha acontecido. Esa grieta narrativa que escoge deliberadamente los responsables de la obra viene a expresar el estado de ánimo de Hamlet, quien ha experimentado una fisura en su interior de la que difícilmente puede recuperarse. El divorcio entre el protagonista y el resto de un mundo cruel viene expresado mediante una idea de puesta en escena: Hamlet y Gertrudis se sientan simétricamente a ambos lados de un decorado, uno en un sillón desconchado, la otra en una cama decadente; conversan y los reproches afloran…momento en el que Hamlet se pone de pie, eliminando la simetría escénica. Como también ocurría en otra de las variantes de Hamlet de este año, European House, en la que esa quiebra se produce cuando cada personaje toma una dirección vital opuesta.

Pero hay más. Esa manipulación temporal encierra no pocos significados ocultos, ya no sólo por erigirse en la única respuesta posible a la desarticulación de un sistema que ya sólo puede ser representado fragmentariamente; sino por estar dotada de una coherencia aplastante… Hamlet selecciona para su madre unos episodios que evoca de acuerdo a su alterado estado mental y se convierte en el demiurgo de su propia ficción y recupera así el espacio escénico que había perdido en la primera escena. El individualismo del personaje en plena era de la globalización se materializa en su oposición a ser destruido, y no dejarse atrapar por los dardos que lanza la insultante fortuna, como en el interesante montaje de Juan Pastor Odio a Hamlet. De esa lucha entre los personajes y el cosmos palpitan, literalmente, corazones que laten a gran velocidad; el sonido de metralletas que acribillan los muros de la fortaleza que antes lo protegía; y una iluminación cuyo brillo cegador se cierne sobre él en los momentos en los que toma sus determinaciones, como cuando decide conservar la memoria de su padre. Esas luces y ruidos agitados vienen a ratificar que en el mundo en el que vivimos todo se desvanece súbitamente, tal como se encarga de subrayar la secuencia en la que el protagonista y su amigo Horacio hablan sobre el carácter efímero de la existencia…mientras un enterrador apaga una cerilla.

Así pues, Buenas noches, Hamlet se convierte en una larga jornada hacia una noche tumultuosa, en la que la luna observa a unos personajes que han de vivir bajo el peso de sus propias acciones y que invocan –tal como deseaba Lluis Pasqual en su díptico Hamlet/La tempestad- el perdón como única medida posible para forjar una supervivencia; la historia de unos seres que han de renunciar y vivir la vida y cuya decisión vital la obra asimila con sus propias dimisiones (ni el duelo a espada ni la aparición del fantasma ni el episodio de los cómicos están visualizados). Los intérpretes se encargan de darle fuerza. Alberto Maneiro compone un Hamlet poliédrico en sus reacciones, y que a veces desearía salir de su propio cuerpo, a ratos desencajado, a ratos firme. Silvia Espigado se alza en una voz herida por la experiencia y la soledad. Antonio del Olmo dota a Claudio de una elegancia que lo emparenta directamente con los trabajos previos de Helio Pedregal y Pere Arquillé. Julio César Acera interpreta a Polonio de manera llana y directa, sólida como una piedra. Maite Pastor expresa la dulzura y locura de Ofelia. Luis Arrasa y Carlos Silveira los acompaña en esta función que como Hamlet se resiste a cavar su propia tumba.

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