viernes, 22 de febrero de 2008

Shakespeare enamorado

SHAKESPEARE ENAMORADO
Vamos a vender cultura
Por Alejandro Cabranes Rubio

Desde que el cine se convirtió en un entretenimiento popular para distraer a las masas, los productores empezaron a invertir capital para las adaptaciones de obras de culto. El teatro de William Shakespeare ha supuesto por estos motivos un filón y, por qué no admitirlo, fuente de inspiración para las mejores películas de Franco Zeffirelli (La mujer indomable, Romeo y Julieta, Hamlet: el honor de la venganza), Kenneth Branagh (Mucho ruido y pocas nueces, Hamlet, Enrique V, Trabajos de amor perdidos), Laurence Olivier (Ricardo III), Orson Welles (MacBeth, Otelo), y tantos otros que omito injustamente. Todos ellos llevaron las piezas teatrales a sus propios intereses, adaptándolas con su propio estilo, y potenciando los aspectos temáticos que más les inquietaba: ¿existen películas tan diferentes como el Hamlet de Zeffirelli y el de Branagh? Una misma obra y dos resultados equidistantes. Por un lado, el relato intimista sobre un ser profundamente deprimido, rodado con una austeridad y una curiosa mezcla de naturalismo y realismo (escenarios sucios, fotografía oscura, cortinas perfumadas de polvo...). Por el otro, un dibujo de un hombre resentido, cuyas acciones y gestos se ven acompoñados en coléricos steady cam y violentísimos travellings. Dos opciones, dos películas muy interesantes. Ninguno de ellos se propuso difundir el teatro clásico, no se supeditaron al texto: abominaron del teatro-filmado e hicieron caso omiso a modas y modismos.

Lamentablemente no podemos extender esta afirmación a toda la producción de origen shakespeariano: en Hollywood intentan acercar el espectáculo a las masas, frivolizándolo a placer. El público precisa sentirse culto y se puede cumplir esa demanda estrenando filmes con trajes de época y una minuciosa dirección artística. En ese contexto nace Shakespeare enamorado, todo un ejemplo de como vender “cultura popular” con artes publicitarias actuales, todo lo calculado que se quiera, pero de una llamativa vulgaridad a pesar de que la mayoría del equipo técnico y artístico son voces muy autorizadas en materia shakesperiana: Tom Stoppard, Judi Dench, David Parffit...

Ahora bien, si Shakespeare enamorado no me gusta como película ello no se debe a que ganase el Oscar de mejor película ni a que no responda a un presunto ideal “purista” -al contrario me irrita su sentido de lo ortodoxo-, sino a su ausencia de inventiva y su condición de pastiche puesto a punto para la ocasión. Lo que en principio cuenta Shakespere enamorado es una historia de amor entre el dramaturgo y una actriz (Viola) que se hace pasar por hombre: lo que en realidad interesa a sus responsables es una especulación sobre la incidencia de la vida del creador en la obra resultante. Como lo primero, Shakespeare enamorado adolece de una total ñoñería e increíble torpeza cinematográfica (el cruce de miradas entre Viola y Shakespeare en una fiesta inspira cierta vergüenza ajena). Lo segundo se reduce a una mera fachada: un discurso esbozado sin la menor densidad y con un humor tan evidente como ramplón. Shakespeare enamorado no es más que un aparato pirotécnico para que el público pueda reconocer referencias literarias como la calavera del bufón que divertía al príncipe Hamlet. El discurso sobre el acto de la creación deviene en gran guiñol, en un vodevil plagado de “situaciones graciosas” -cf. el aya de Viola mueve una mecedora para que un pretendiente de la actriz no detecte que ésta se encuentra haciendo el amor con Shakespeare-, donde importa más la anotación a pie de página y la analogía constante de la historia con una pieza de Shakespeare, “Romeo y Julieta” para más señas. En otras palabras, el director John Madden y los guionistas Marc Norman y el generalmente interesante Tom Stoppard ponen todas sus cartas en lo coyuntural, y proponen al público una puesta al día de West Side Story (Jerome Robbins y Robert Wise, 1962), sustituyendo el relato sobre los enfrentamientos raciales por los ropajes del cine de época: todos los personajes, incluyendo el dramaturgo Christopher Marlowe (Ruppert Everet), tienen su equivalente con los de “Romeo y Julieta”, y todos ellos cumplen idéntica función y actos en el devenir de la historia. Todo rodado sin demasiada brillántez -desaprovechando la insinuación sobre la bisexualidad de Shakespeare-, y apoyado con recursos tan nefastos como el empleo de planos ralentizados mal usados. Se salvan del conjunto tres factores: el aprovechamiento del espléndido diseño de producción (con especial mención para el vestuario de Sandy Powell y la fotografía de Richard Greatex), la aportación puntual de algún intérprete (Judi Dench, Geoffrey Rush, Tom Wilkinson, Simon Callow, Imelda Statuon, Ruppert Everet), y una algo blanda crítica al sistema de producción de Hollywood, al que por cierto Shakespeare enamorado ha fortalecido tras arrasar en los Oscar. Ahora bien, su caricaturesca burla sobre los productores arruinados que venden su alma para salvar sus finanzas; los escritores presumidos que al final copian a otros; los censores moralistas, los actores arrogantes que justifican la puesta en marcha de un proyecto, y los monarcas que promocionan determinadas obras no es suficiente para compensar este espectáculo circense que pasa por refinado. ¿De verdad que para emular a Shakespeare y su concepción del teatro como espectáculo popular hace falta caer en semejante vulgaridad?
El texto fue escrito en 2003

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