lunes, 21 de enero de 2008

Hay que purgar a Totó

HAY QUE PURGAR A TOTÓ
El lanzamiento del orinal
Por Alejandro Cabranes Rubio

Dedicado a Agustín Galiana

El señor Rebollo (divertido Jordi Bosch), protagonista de Hay que purgar a Totó, cree haber hecho su agosto. Planea con quedarse con el monopolio de la venta de orinales para el ejército tras firmar un acuerdo con el Señor Chitín (un eficaz Gonzalo de Castro) y el Señor Troca (Manuel Millán). Pero no cuenta con que su invento no es irrompible tal y como presume: al lanzarlo hacia el suelo, se fragmenta en múltiples trozos. Aquí la comedia de Georges Feydeu, con dirección de George Lavaudant, ofrece su más evidente metáfora: Hay que purgar a Totó es una sátira sobre una sociedad que se las prometía felices, y cuyo oropel más temprano que tarde acabaría estallando en mil pedazos en su propio hogar… En este punto es imposible dejar de evocar la feroz (y extraordinaria) sátira de Alexandre McKendrick, El hombre del traje blanco (The Man in the White Suit, 1951), en la que un pobre desgraciado idea un traje fabricado con una tela que “atrapa” la suciedad, y que al final verá malogrado su invento.

Sin embargo no hay que olvidar que Hay que purgar a Totó es una obra escrita a principios del siglo XX y la de McKendrick a la mitad de la centuria: distintos tiempos e intenciones. Allá donde El hombre del traje blanco aprovecha su entramado argumental para emprenderla contra patrones y obreros, Hay que purgar a Totó “desatasca” a una sociedad tupida, estreñida por atiborrarse de hipocresía e intereses, y a la que el director le aplica su aceite de ricino. La “enfermedad” del hijo del señor Rebollo, Totó (Tomás Pozzi capta a la perfección el lado caprichoso del niño pequeño), actúa de espejo ante los mayores: la criada de la casa, Rosa (Ana Frau expresa muy bien la sabiduría popular del personaje) no limpia la casa sino su señora, Julia Rebollo (Nuria Espert); el señor Troca se acuesta con la señora Chitín (Carmen Arévalo, candidata a los premios de la Unión de Actores por su papel)… Hay que purgar a Totó se burla a placer de una clase alta “torcida”.

La deformidad de ese grupo social se traspasa a la propia puesta en escena, empezando por el propio decorado: un despacho con el suelo y las paredes del todo inclinadas donde impera un cierto desorden a pesar de los esfuerzos de sus habitantes para “mantenerlo limpio”. Y ese desorden se hace patente en la disposición de los actores en la tabla: el Señor y la Señora Rebollo son incapaces de permanecer quietos un solo instante, siempre lo más lejos posible el uno del otro; la Señora Rebollo con su desastroso atuendo (rulos incluidos) destaca frente al atuendo impoluto de los demás (salvo la Señora Chitín vestida con un traje rococó); la ruptura del orinal se produce en off visual para el espectador (de acuerdo a la idea de que esos personajes no aciertan a ver el fin del status quo que rige sus vidas); la entrada de las visitas viene precedida por la apertura de una puerta que deja traspasar un halo resplandor rosado (cruel comentario sobre el falso brillo tras el que se esconde la gente como Chitín, un hombre presuntamente culto que ignora que el lago Michigan además de Indiana pasa por Illinois, Wisconsin y Michigan); y la negativa de Totó a ser purgado acentúa ese “caos” escénico. Así pues, la Señora Rebollo tras intentar aproximarse a su hijo termina sentada en el sillón con su marido y con Chitín, que habían desistido previamente, y con los que la protagonista a su pesar acaba identificándose. Como el señor Chitín que, como Totó, se niega a que lo purguen y como él corre despavorido por todo el escenario; mientras su amigo Rebollo en el extremo de una cuerda virtual trata de impedir que su mujer se haga con la suya. Son sólo unos ejemplos, pero lo suficientemente esclarecedores, que dan la medida exacta de la eficacia de un montaje en el que un texto divertido, unos actores que asumen el tono paródico de éste y una escenografía flexible se alían para burlarse de una sociedad que se empeñaba en jugar con sus intimidades en público para acabarlas estampando contra el suelo.

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