
DREAMGIRLS
Ladies sing the Blues
Ladies sing the Blues
Por Alejandro Cabranes Rubio
A finales de 2006 el mundo de la canción despedía a uno de los grandes, James Brown, al que Barry Levinson había homenajeado en su espléndida Liberty Heights (1999). La película narraba la historia de un mundo en descomposición que preludiaba el ascenso de una clase media afroamericana de Estados Unidos y el fin de un periodo histórico de un país a punto, como diría Carlos Losilla, de adentrarse en el reverso de su propio sueño. El concierto que Levinson filmase en su filme anunciaba una nueva forma de sentir la música, el nacimiento de soul: la luz de Brown se ha apagado y con el, apropiándome de una frase de Luis Lapuente, "el sonido de la joven América". Ese pasado histórico en la actulidad es objeto de revisión en pleno siglo XXI, centura quese ha iniciado con demasiadas debacles simultáneas; cuyos orígenes se remontan al XX. Impone, pues, dejar de mirar atrás con una visión consoladora para efectuar un examen de conciencia. En tales circunstancias tras la aproximación hipercrítica que llevase a cabo Todd Haynes del melodrama en Lejos del cielo, no sorprende que Bill Condon se atreva a realizar su propia tentativa hacia el musical desde una apariencia suave, pero más amarga de lo que aparenta, con la excusa de especular sobre la trayectoria de The Supremes.
Para Condon los rostros del ayer no dejan de ser precedentes reconocibles de los de hoy y allí donde Dreamgirls proyecta en su casting sus significados perversos e hirientes. ¿Quién mejor que Beyonce para representar a Deena, una trepadora de voz despersonalizada y domesticada cuyo éxito se debe exclusivamente a su sofisticada imagen? ¿Hay alguien más adecuado que Eddie Murphy para dar vida a Jimmy, el cantante cuya popularidad se derrumba a ritmo de swing y que ha quedado instalado en la mediocridad? ¿O qué el siempre magnífico Danny Glover para encarnar la conciencia crítica del país, considerando que es conocido por su adhesión a causas idealistas? ¿O qué una maravillosa Jennifer Hudson, procedente de American Idol, para interpretar a Effie, quinta esencia de una generación ególatra y talentosa de efímera popularidad, y que es usada y tirada por conveniencias comerciales?
Pues bien. Esas intenciones de convertir el casting de actores (todos ajustadísimos y valientes) en un catálogo de los horrores revelan el hecho de que Dreamgirls habla sobre hombres y mujeres de apariencia brillante, pero que en el fondo deben enfrentarse a su grandeza y oscuridad; a sus propios dioses y monstruos; seres envanecidos de sus respectivos pasados. Todos ellos a la espera, como el Arthur Kinsey de la película homónima, de seguir buscando su propio camino entre las copas de ese bosque cuyo final resulta imposible vislumbrar. Bill Condon, en su mejor largometraje como director después de dos buenas películas, compone una melodía sobre una sociedad que se desplomaría moralmente; llevando a cabo un estudio exhaustivo tanto de personajes como de situaciones. Y lo hace filmando imágenes que se contravienen las unas a las otras sin cargar las tintas.
Pienso en la secuencia en la que el grupo inocente de cantantes que componen Effie, Deena y otras dos amigas esperan ilusionadas el veredicto de un concurso amateaur que pierden…mientras la cámara sólo encuadra sus espaldas derrotadas... O en el fundido en negro que cierra la escena en la que contemplan cómo una banda de blancos aprovechados se ha apropiado de un tema que ellas popularizaron… O en la manera de Deeena de sujetar firmemente una taza de café asegurando que ella no se dejará dominar por su marido en su carrera cinematográfica… O en la steady camp que arropa a Effie anunciando que quiere abandonar, y que obedece tanto al estado mental del personaje en proceso de pensar sus acciones como al hecho de que se ve en apariencia arropada…mientras un travelling de retroceso se aleja del lugar, indicando que esa reconciliación sólo resultará eventual… Los ejemplos abundan y dan una medida exacta del pulso cinematográfico de Condon, con momentos realmente extraordinarios como cuando Effie canta a su novio y manager "Love You I Do" mientras este inicia su romance con Deena; o en el que desesperada grita "And I am telling You I´m not going" mientras su imagen tambaleante se duplica en los espejos, y la cámara con un simple encuadre en plano general sugiere que no se materializarán sus intenciones.
A finales de 2006 el mundo de la canción despedía a uno de los grandes, James Brown, al que Barry Levinson había homenajeado en su espléndida Liberty Heights (1999). La película narraba la historia de un mundo en descomposición que preludiaba el ascenso de una clase media afroamericana de Estados Unidos y el fin de un periodo histórico de un país a punto, como diría Carlos Losilla, de adentrarse en el reverso de su propio sueño. El concierto que Levinson filmase en su filme anunciaba una nueva forma de sentir la música, el nacimiento de soul: la luz de Brown se ha apagado y con el, apropiándome de una frase de Luis Lapuente, "el sonido de la joven América". Ese pasado histórico en la actulidad es objeto de revisión en pleno siglo XXI, centura quese ha iniciado con demasiadas debacles simultáneas; cuyos orígenes se remontan al XX. Impone, pues, dejar de mirar atrás con una visión consoladora para efectuar un examen de conciencia. En tales circunstancias tras la aproximación hipercrítica que llevase a cabo Todd Haynes del melodrama en Lejos del cielo, no sorprende que Bill Condon se atreva a realizar su propia tentativa hacia el musical desde una apariencia suave, pero más amarga de lo que aparenta, con la excusa de especular sobre la trayectoria de The Supremes.
Para Condon los rostros del ayer no dejan de ser precedentes reconocibles de los de hoy y allí donde Dreamgirls proyecta en su casting sus significados perversos e hirientes. ¿Quién mejor que Beyonce para representar a Deena, una trepadora de voz despersonalizada y domesticada cuyo éxito se debe exclusivamente a su sofisticada imagen? ¿Hay alguien más adecuado que Eddie Murphy para dar vida a Jimmy, el cantante cuya popularidad se derrumba a ritmo de swing y que ha quedado instalado en la mediocridad? ¿O qué el siempre magnífico Danny Glover para encarnar la conciencia crítica del país, considerando que es conocido por su adhesión a causas idealistas? ¿O qué una maravillosa Jennifer Hudson, procedente de American Idol, para interpretar a Effie, quinta esencia de una generación ególatra y talentosa de efímera popularidad, y que es usada y tirada por conveniencias comerciales?
Pues bien. Esas intenciones de convertir el casting de actores (todos ajustadísimos y valientes) en un catálogo de los horrores revelan el hecho de que Dreamgirls habla sobre hombres y mujeres de apariencia brillante, pero que en el fondo deben enfrentarse a su grandeza y oscuridad; a sus propios dioses y monstruos; seres envanecidos de sus respectivos pasados. Todos ellos a la espera, como el Arthur Kinsey de la película homónima, de seguir buscando su propio camino entre las copas de ese bosque cuyo final resulta imposible vislumbrar. Bill Condon, en su mejor largometraje como director después de dos buenas películas, compone una melodía sobre una sociedad que se desplomaría moralmente; llevando a cabo un estudio exhaustivo tanto de personajes como de situaciones. Y lo hace filmando imágenes que se contravienen las unas a las otras sin cargar las tintas.
Pienso en la secuencia en la que el grupo inocente de cantantes que componen Effie, Deena y otras dos amigas esperan ilusionadas el veredicto de un concurso amateaur que pierden…mientras la cámara sólo encuadra sus espaldas derrotadas... O en el fundido en negro que cierra la escena en la que contemplan cómo una banda de blancos aprovechados se ha apropiado de un tema que ellas popularizaron… O en la manera de Deeena de sujetar firmemente una taza de café asegurando que ella no se dejará dominar por su marido en su carrera cinematográfica… O en la steady camp que arropa a Effie anunciando que quiere abandonar, y que obedece tanto al estado mental del personaje en proceso de pensar sus acciones como al hecho de que se ve en apariencia arropada…mientras un travelling de retroceso se aleja del lugar, indicando que esa reconciliación sólo resultará eventual… Los ejemplos abundan y dan una medida exacta del pulso cinematográfico de Condon, con momentos realmente extraordinarios como cuando Effie canta a su novio y manager "Love You I Do" mientras este inicia su romance con Deena; o en el que desesperada grita "And I am telling You I´m not going" mientras su imagen tambaleante se duplica en los espejos, y la cámara con un simple encuadre en plano general sugiere que no se materializarán sus intenciones.

Con semejante caudal de ideas cinematográficas, Dreamgirls afina con voz firme una pieza sobre esa sociedad en apariencia ideal, pero que daría pronto con el reverso de su propio sueño. El asesinato de Sam Cocke; el tumor que acabó con la vida de Tamryn Terril; el accidente mortal que sufrió Ottis Reading marcaron el final de esa época dorada para la música. Bill Condon asesta una certera mirada sobre unas criaturas traicioneras, capaces de usar las mismas artimañas que ellas mismas padecieron; un colectivo destinado a la escisión. Dreamgirls nos habla de una juventud que enterró sus aspiraciones en sepulcros ostentosos tras los cuales no quedaba un átomo de lo que fueron sus auténticos sueños. Que el final dulcifique bastante sus propósitos en función de la evocación de una época brillante con voces como las de Marvin Gaye, Aretha Franklin o Smockey Robinson, provoca cierta ruptura con un planteamiento hasta ese momento valiente. También se le pueden reprochar a la película el abuso de algunas convenciones y su rígida estructura. No obstante, por encima de todo Dreamgirls nos reserva una última danza a nosotros mientras figuras como James Brown fenecen y la gran pantalla los recrea; alimentándonos de una peligrosa falsa nostalgia, propia de chicas de ensueño que en el fondo fueron producto de una espantosa pesadilla.
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