miércoles, 5 de diciembre de 2007

Ya van 30

YA VAN 30
Y que te vaya bonito
Por Alejandro Cabranes Rubio

Ecléctica la programación del Teatro Bellas Artes. En los últimos dos años el escenario ha acogido a los conmovedores Miguel Ángel Solá y Blanca Oteyza de El diario de Adán y Eva, la emotiva obra de Jeff Baron Visitando a Mr. Green, la inteligente propuesta de Josep Maria Flotats La cena, a las inconmensurables Asunción Balaguer y Amparo Soler Leal de Al menos no es navidad, al gran Héctor Alterio en la discutible –pese a todo con su interés- adaptación de El túnel… Y precisamente el viaje de la transición del desasosiego que transmite la pieza de Ernesto Sábato a la ligereza de la obra de Jordi Silva Ya van 30 produce cuánto menos desconcierto…incluso antes de iniciarse la representación. La visión de un escenario plagado de objetos y guiños a los años setenta y ochenta (cf. pósters de películas de Woody Allen, cuadros de Scoby Doo, muñecos de la Rana Gustavo, almohadones con el dibujo de Gonzo, la reproducción de R2D2, la presencia de el cohete de Tintin: Objetivo La Luna, los muebles con pegatinas de Astérix y Obélix) inclina a pensar que Ya van 30 pretende explorar el complejo de Peter Pan, identificando a una generación que creció viendo Barrio Sésamo y palpó un ambiente cultural en vías de extinción. Los presupuestos postmodernos de la obra incorpora un hilo musical previo a la subida del telón francamente significativo: Alaska, Mecano, Perales, la sintonía de la serie sobre los mosqueperros…

Todas las sospechas se confirman en el primer acto. La historia de Guille (Ángel Llacer), su ex novia Bea (Ana Cerderiña), su amigo Raúl (José Bustos), su amor platónico (Laura: Marta Hazas) y su madre Carmen (Paloma Paso Jardiel) pretende analizar el miedo al compromiso de una generación, su inmadurez ante los cambios que impone la vida, su profundo narcisismo, su incomunicación con el prójimo causada por su incapacidad para escuchar y sólo hablar de sí misma… Allá donde David Lorente en Desnudas (representada en el Teatro Alfil) destacaba de esa generación su individualismo y su arribismo, el actor y director Ángel Llacer pone el acento en su carácter indeciso y ególatra, de una fragilidad emocional aplastante… Para ello impone al resto de compañeros de elenco una composición histriónica y distendida (si bien Paloma Paso Jardiel, tras su delicioso papel de sirvienta en La soga, con su vitalista Carmen demuestra una falta de prejuicios digna de alabanza) y una realización sofisticada que incluye el montaje simultáneo de escenas –resuelto con cierta pericia-, un empleo de la iluminación que permite efectuar las transiciones entre los diálogos y las reflexiones que Guille ofrece al espectador, y un uso de la banda sonora que crea deliberadas dilataciones del tiempo escénico, realzando el estado anímico de los personajes. A lo largo de dos horas vemos a los protagonistas bailar a sones de The Sound of The Music, I Want To Break Free, la voz en off de Jor-El (Superman), las sintonías del 1, 2,3; Embrujada, Rocky y la serie Batman (1966), como si quisiese imitar al Woody Allen más flojo de los últimos años (Todos dicen I Love You)… Al fin y al cabo Ya van 30 se cierra con la cita directa a Annie Hall (1977)…porque sabe que la única manera de salir de la crisis de los treinta es mirar al pasado desde la vitalidad que otorga el presente y no desde la melancolía…

La sofisticación formal del producto contrasta con la estructura de la obra, proclive al sainete y la brocha gorda, y que gasta una mirada crítica no exenta de cariño hacia aquello que pretende denunciar, disculpándolo de alguna manera con cierta indulgencia, sin apenas virulencia. De ahí la gran paradoja de Ya van 30: la exploración del complejo de Peter Pan se realiza a través de métodos propios del héroe de James Barrie. Quizás porque nunca querremos desembarazarnos de esas músicas y de esos iconos de la infancia…

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