miércoles, 5 de diciembre de 2007

Como abejas atrapadas en la miel

COMO ABEJAS ATRAPADAS EN LA MIEL
Panales de arribismo
Por Alejandro Cabranes Rubio

Hace apenas unos meses la actriz Inge Martín interpretaba en la RESAD a la víctima de un arribista en El arrogante español (Guillermo de las Heras, 2006). A principios de 2007 vuelve a sufrir el mismo destino en otra función Como abejas atrapadas en la miel, adaptación de Douglas Carter Beane a cargo de Esteve Ferrer. El hecho puede interpretarse como una casualidad, pero a poco que se estudie con el debido detenimiento se llega a la conclusión de que es producto de un estado de cosas. Tanto Como abejas atrapadas en la miel como El arrogante español denuncian no sólo la escalada hacia el éxito con viles estrategias utilitaristas, sino que ambas consideran la simulación como un arma que permite sólo una eventual supervivencia. Las dos funciones así mismo inciden en la venganza del pueblo sobre aquellos que se aprovecharon de él. Y por si fuera poco tanto la una como la otra basan parte de su eficacia escenográfica en un buen aprovechamiento de las miradas de seres que se espían entre sí y perciben la realidad distorsionada, de manera –salvando las distancias- tal acentuada como le ocurría a los protagonistas de Así es (si así os parece), la función que Miguel Narros ha construido a partir del texto de Luigi Pirandello.

Pero hay diferencias lógicas. La primera es que Guillermo de las Heras optaba por el naturalismo expresivo, dejaba las cosas bien desnudas al espectador. Narros se mostraba, por el contrario, demasiado inalcanzable, primando las asimetrías escénicas y las proyecciones deformadas en la construcción de su discurso. Esteve Ferrer no se decide ni por lo uno ni por lo otro: a pesar de que el texto que ilustra tiene una resolución muy fácil de adivinar (y que produce un efecto de mecanicidad que le resta algún mérito a su, digámoslo ya, interesante propuesta) y no engaña a nadie; la coreografía del espectáculo está diseñada en función de las sensaciones de los personajes. El continuado cabalgamiento de las escenas subrayan el hecho de que los protagonistas, el escritor Ivan Wyler (Félix Gómez: muy ajustado) y Alexa (Luisa Martín, a ratos sublime), parecen no haber vivir su vida… y sólo pueden sentir algo a través de un artificio teatral que les transporta a esas mieles de éxito donde quisiesen estar atrapados para siempre. Y es ahí donde el empleo de la iluminación y la banda sonora cobran una importancia capital en la comprensión de la representación. Así por ejemplo la llegada de Ivan al mundo de la fama viene puntuada con la introducción de música disco y con unos focos que le va a cegar buena parte de la función. Por el contrario la primera aparición de Alexa tiene lugar sobre un escenario bañado en una aureola azulada, a sones de unas canciones francesas, subrayando el artificio que la envuelve… Y así Esteve Ferrer recrea una existencia que se basa en la ilusión: la salsa se convierte en la metáfora de unos personajes que bailan enganchados unos a otros; se escenifican en distintos panales los edificios alumbrados de la gran ciudad, y desde el interior de la sala se proyecta una luz que los atrapa en su carácter ensoñador cuando navegan en el Ferry…

Ese artificio escénico que preside la primera de la mitad de la obra –bastante menos brillante que la segunda, pero que afortunadamente encuentra su propia razón de ser: ese inicio mecánico y plano es coherente con el retrato de Alexa que actúa de forma calculada, automática, “mecánica”:- indica que Como abejas atrapadas en la miel es ante todo una función que empieza a recrearse así misma para acabar, ya despojada del engaño, por inventarse. En otras palabras, resume el acto de la creación artística, siempre dominada en una primera instancia por la impostura, de la cual se desembaraza para actuar ya en libertad. Dos escenas marcan muy bien la pauta. En la primera Luisa Martin domina el espacio escénico mientras el resto del elenco la mira a espaldas del público: la escenografía no sólo afianza su posición y su dominio, sino que lo hace sugiriendo que esa aparente brillantez no es más que un espejismo teatral. En la segunda ya ningún personaje se convierte en actor de sí mismo: en ella Ivan repasa sus notas de escritor mientras que las otras víctimas de una farsa pululan a su alrededor en círculos que se erigen en el símbolo de su propio proceso mental. Y ese poder evocador del pensamiento tiene su expresión material en un insólito empleo del flash back; o cuando todos los personajes engañados reviven sus experiencias por sus teléfonos móviles; o cuando un pintor llamado Martín (eficaz José Luis Martínez) reproduce para todos los orígenes del mal…

Y así esa diatriba contra los zumbidos que ensordecen los oídos de unos apicultores desprotegidos mientras introducen sus manos en una tentadora colmena, se transforma en una metáfora sobre la mascarada que define a cualquier manifestación artística. Una charada que provoca que simultáneamente en las tablas los personajes se angustien mientras llegan otros que van a ser la próxima víctima, y que por tanto el círculo nunca se cierra, sino que se expande hasta el estallido de la verdad. Y de esa manera los trepadores, los impostados, ascienden hasta caer humillados…como si fuesen otro arrogante español.

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