sábado, 22 de diciembre de 2007

Promesas del este

PROMESAS DEL ESTE
Otra historia de violencia
Por Alejandro Cabranes Rubio

Cuando David Cronemberg estrenó M.Butterfly (1993), se habló en su momento de cierta domesticación del estilo del director, bastante más accesible que en los tiempos de Videodrome o Inseparables. He aquí que el responsable de El almuerzo desnudo sorprendió a propios y extraños con Crash (no confundir con ese bluff que ganó el Oscar)… Desde entonces su cine ha vuelto a tener progresivamente una vocación comercial, sin perder un ápice de personalidad. La excelente Spider (2001), inquietante retrato de un esquizofrénico, y la no menos magnífica Una historia de violencia dan parte de su universo fílmico, poblado de violencia y sexo, conceptos que quedan intimimanete vinculados. En sus películas el impacto emocional que proporciona la visión una prostituta, o la manera de arrancar unas bragas son ante todo las expresiones materiales de una clase de estados mentales propios de sociedades donde el peso del pasado planea sobre el presente, tambaleándolo. Dicho de otra manera, aunque Una historia de violencia, se pueda emparentar fácilmente con las espléndidas Sin perdón (Clint Eastwood, 1992) o El ocaso del samurai (Yoyi Yamuda, 2002), además de realizar un implacable reflexión sobre las raíces de la violencia en el mundo post 11S, es ante todo un filme plenamente coherente con la personalidad de Cronemberg.

Promesas del este, su último filme estrenado, puede servir de compendio de su carrera por varios motivos y no sólo porque sus personajes se debaten entre sus deseos y la razón (tal como expresó acertadamente Antonio José Navarro en un artículo). De nuevo hay figuras siniestras como Semyon (un antológico Armin Muller Sthal), responsable de una violación y jefe de la mafia rusa en Londres. De nuevo hay seres débiles como el hijo de éste último, Kiril (un estupendo Vincent Cassel), marcado por la autoritaria figura paterna, y que se pasa el día borracho para reprimir su homosexualidad y su deseo carnal hacia su chofer, Nikolai (un Viggo Mortensen que lleva a cabo el mejor trabajo de su carrera). De nuevo hay testigos horrorizados como Anna (Naomi Watts, una de las mejores actrices de su generación), que no saben exactamente en qué creer cuando vela por una niña, cuya madre (Tatiana) murió en el parto tras ser sometida a un trato vejetario por Semyon. Todos fermentan sangre a su alrededor: Kirill ordena matar a un amigo de toda la vida por llamarle “maricón”; Nikolai se encarga de hacer desaparecer el cadáver… Todos luchan contra sus sentimientos: Semyon a pesar de ser un hombre terrible es capaz de hacer cualquier cosa por su hijo, quien le ha decepcionado una y otra vez; Kirill a las orillas del Támesis pugna contra su propia conciencia… Cronemberg junto a Mortensen en vez de repetir los logros de Una historia de violencia los rebasa, ya no tiñendo a las situaciones y personajes de esa ambigüedad, sino replanteando incluso sus conclusiones previas. Si en Una historia de violencia Mortensen encarnaba a un padre de familia “normal” que escondía un pasado terrorífico que envolvía a su familia en una oleada de terror, aquí aparentemente asume desde el primer momento la pose gangsteril para –al contrario- traer la paz a la comunidad….

No se me mal interprete, Promesas del este dista mucho de ser un producto amable y conciliador –al contrario la conflictividad de la urbe londinense engarza de pleno con la forma de pincelarla en Negocios ocultos, el anterior largometraje de su guionista, Steven Knight-, pese a su final relativamente feliz… Considerando la compleja red de relaciones que se establecen entre los personajes –y que repercuten las unas sobre las otras, y sobre las acciones que acometen los protagonistas-, o los inesperados matices con los que estos están descritos –y que no se limitan a ser meras acotaciones humanísticas, sino que devienen en factores determinantes en la resolución del relato-, no sería ninguna exageración considerar Promesas del este uno de los más densos retratos –y mejor trenzados- de la sociedad occidental actual.

David Cronemberg saca un óptimo partido a los materiales, no sólo por su manera frontal de filmar la violencia, sino por su talento para captar pequeños gestos (cf. Nikolai apaga un cigarrillo en su lengua; Kirill pone sus manos sobre las posaderas del chofer), generar tensión (cf. las conversaciones entre Anna y Semyon), y su sentido del detalle: el provecho del decorado en la secuencia en la que asesinan a un hombre frente a una tumba en la que estaba orinando; el travelling que conduce al coche donde se encuentra Nikolai espiando al tío de Anna; el otro travelling que se aleja del protagonista cuando está a punto de ser atacado en un baño turco; la resolución de la secuencia a la orilla del Támesis; la irrupción de Tatiana en un local donde se desploma; el plano en picado del diario de Tatiana calcinado; la brillante ejecución del bautismo de Nikolai dentro de la mafia rusa; o el travelling –tomado desde el punto de vista de Anne- que describe la casa de Semyon son algunos ejemplos destacados, que no los únicos. A falta de un segundo visionado –a ser posible sin un público que improvise “los comentarios sobre el filme” para la edición de DVD-, más sosegado, y que me permita un análisis más exhaustivo; Promesas del este se me antoja un filme excelente, en el que Cronemberg demuestra que la industria se ha amoldado a él y no al revés. Promesas del este es la obra de un lúcido analista sobre la pugna entre nuestros anhelos y nuestro sentido práctico; otro profundo relato sobre la naturaleza humana. Otra historia de violencia.

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