miércoles, 26 de diciembre de 2007

Jordi Padrosa

ENTREVISTA: JORDI PADROSA
Por Alejandro Cabranes Rubio
Jordi Padrosa (1979) es un actor catalán cuyo rostro empezó a resultar familiar para el gran público a raíz de una intervención en Cuéntame cómo pasó, y en la que daba vida a Lluis Llach. Desde entonces ha rodado películas como Salvador (2005) y trabajado en series como Amar en tiempos revueltos, donde encarna a Jesús Menéndez, un estudiante de derecho que comparte confidencias con Alicia Peña (Sara Casasnovas). El actor evoca sus inicios para el blog...
Jordi Padrosa.: Yo me encontré con el teatro en una asignatura optativa de 3º de BUP. No tenía nada claro a qué dedicarme, o que estudiar después, y en esa clase montamos La boda de los pequeños burgueses, de Brecht. La sensación fue tan impresionante que decidí intentar convertir eso tan bonito que me había sucedido en mi modo de vida, y aquí estoy, intentándolo.
¿Hasta qué punto cree que las escuelas de formación “preparan” al actor?
J.P.: Yo creo que sólo hay dos formas de aprender, si alguien te enseña, o trabajando, que es cuando aprendes más, aún así, creo que la base que te puede proporcionar una buena escuela es indispensable.
¿Qué le pueden ofrecer al intérprete?
J.P.: Las herramientas necesarias para desempeñar bien su trabajo.
¿Dónde cree que se separa la línea entre la preparación y la necesidad de engordar el currículo?
J.P.:Bueno, no estoy seguro de que antes de llamarte para una prueba se fijen en dónde has estudiado. Deberían hacerlo, pero importan más los trabajos anteriores que los estudios. Yo, personalmente no conozco a ningún actor que “engorde” el apartado de cursos realizados, pero sí el de trabajos.
¿Considera abusivas las tarifas de las academias o por el contrario una buena inversión para obtener trabajo?
J.P.: Son abusivas, desde luego, pero al mismo tiempo son una buena inversión, se trata de elegir bien, porque es verdad que hay sitios muy poco recomendables, pero hay otros estupendos.
¿Qué recuerdos guarda de sus años de aprendizaje?
J.P.:Pues como en cualquier aprendizaje, son recuerdos llenos de ilusión, donde cada día descubría algo nuevo, y, para huir del tópico, algunas veces me emborrachaba.
¿Está de acuerdo con los planes de estudio que obligan al alumno a decantarse o bien “para hablar bien” o “moverse?
J.P.:En principio sí, porque la formación que necesita un actor de gesto es muy distinta a la de uno de texto, pero al final ambas disciplina suelen estar más cerca de lo que nos hacen creer en la escuela, y en las propias muestras hay actores de gestual en obras textuales y viceversa.
¿Cree que unos mayores vínculos entre las escuelas y el mercado laboral, o por el contrario esta opción borraría del mapa artístico a muchos actores con un poder adquisitivo precario para pagar las facturas de las matrículas?
J.P.:Creo que existen escuelas muy recomendables en centros cívicos e incluso en algunas casas ocupas cuyas tarifas son totalmente asequibles cuando no gratuitas. Hoy día es posible estudiar teatro sin necesitar grandes inversiones económicas. Y sí, estaría muy bien que las personas encargadas de contratar a actores, ya sean directores de casting o directores a secas, de vez en cuando hicieran batidas por las diferentes escuelas. Cuando yo estudiaba, a veces sucedía. Jamás te daban un papel importante, pero esa línea o dos que te tocaba decir sabían a gloria, y te permitían por un momento descubrir en qué consistía lo de ser actor profesional.
¿Cree que la profesión en líneas generales conoce la historia del teatro en las condiciones que debería? . En caso negativo, ¿considera que la mayoría de los actores están preparados para encarar papeles escritos en siglos anteriores?
J.P.: No, la verdad es que no, pero no sólo por la falta de conocimientos sobre la historia del teatro, también porque es un teatro muy difícil, lejos del naturalismo al que estamos acostumbrados, y muchas veces en verso, que para mí, es una de las disciplinas más complicadas.
¿Qué aspectos merecen destacarse positivamente del mercado teatral actual?
J.P.:Bueno, quizá lo más positivo sea lo referente a la parte artística del mercado. Es decir, hay mucha gente con talento, tanto en los elencos como en los apartados técnicos, con muchas inquietudes y muchas ganas. El problema es que la estructura en la que se debería sustentar ese talento es muy precaria.
Cómo catalán, ¿podría explicarme porque los circuitos comerciales están diseñados de tal forma que las compañías de carácter autonómico llegan raramente a Madrid, si es que llegan?
J.P.:La verdad es que no creo que pueda contestar a esa pregunta de un modo satisfactorio. Quizá eso sea una pregunta para un programador o un político de área cultural. Supongo que se deberá, como casi todo, a criterios políticos y económicos.
¿Qué consecuencias acarrean esta realidad?
J.P.: La más inmediata es la privación de disfrutar de espectáculos muy recomendables por el simple hecho de no pertenecer a la misma comunidad autónoma donde uno vive, y es una pena.
¿Cree que existe cierto debate cultural en torno al teatro?
J.P.: Sí, pero en ámbitos minoritarios. A veces parte de ese debate aparece en algún telediario y consigue trascender hasta llegar a la calle, como en el caso del teatro Albéniz de Madrid, pero no es lo habitual.
¿Deberían coexistir un teatro a la clásica y otro más moderno, superponerse uno sobre el otro o contagiarse sus virtudes para acabar con sus propias insuficiencias de uno y de otro?
J.P.: Yo creo que una coexistencia bien entendida permitiría la retroalimentación de la que hablas. Lo de superponerse uno a otro no lo veo tan claro, porque creo que es necesaria una política medianamente purista con el teatro clásico, sobretodo con los textos, dotados de tanta variedad y tanta riqueza que las modificaciones en pos de una modernidad mal entendida es muchas veces una equivocación. Es como si a un buen solomillo lo embarras cocinándolo con salsa de tomate.
¿Qué opinión le merece la política cultural de la comunidad de Madrid en relación al de la generalitat?
J.P.: Menuda pregunta. Quizá en Catalunya priman criterios más conservaduristas, que, pese a que algunas veces tienen connotaciones negativas, sí permiten que se trate al legado cultural y al patrimonio de una forma mucho más respetuosa de lo que lo está haciendo el gobierno de Esperanza Aguirre. Lo del teatro Albéniz es un esperpento deleznable, que reafirma una vez más que para este gobierno autonómico es mucho más importante el dinero que la riqueza cultural.
¿El panorama televisión adolece de los mismos problemas que el teatral, o se quedan agudizados?
J.P.: No creo que se pueda establecer una comparación entre los dos medios en ningún campo, ni en el artístico ni en el económico. Creo que los dos persiguen finalidades distintas, y la precariedad económica del ámbito teatral, principalmente provocada por las pocas ayudas institucionales, no tiene nada que ver con la televisión, donde el problema no es en absoluto económico. Para mí, el gran problema de la televisión en España es que muchas veces las decisiones finales de ámbito artístico recaen en personas muy poco dotadas para el arte.
¿Los modelos de ficción son los más adecuados para reflejar la realidad, con independencia de que haya muy buenos profesionales de diversas ramas trabajando en series?
J.P.: Sí, es obvio que la ficción se nutre de la realidad, desde la más naturalista a la más fantástica. De hecho, creo que cuando algo nos emociona dentro de la ficción, es porque reconocemos en ella a alguno de los millones de mecanismos con los que nos topamos día a día en nuestra realidad.
¿Las cadenas mantienen una buena política de producción? ¿Qué opinión le merecen el trato que dispensan a productos –sean buenos o no- que no han tenido buena audiencia? ¿Cree que falta sentido del riesgo en la profesión?
J.P.: Indudablemente. Estoy convencido de que, por poner un ejemplo, una serie tan tremendamente buena como Six Feet Under, de la HBO americana, en España jamás se habría rodado. Luego resulta que en E.E.U.U. es un gran éxito, y una cadena española la compra. Pero cuando dicha cadena descubre que la serie trata sobre una familia de enterradores se acojona, y la relega a la madrugada de los fines de semana. No se puede entender.
¿Hasta qué punto la invención del director de casting han podido, como aventuraba Eric Rohmer en una entrevista, ha generado un cierto tapón, contribuyendo a que determinados rostros aparezcan en todas las series?
J.P.: Bueno, es un poco un círculo vicioso. Cuando una cara vende todo el mundo la quiere en sus producciones porque el público la pide y esa tendencia hace que las cadenas pequen de conservadoras – una vez más – y haya rostros que se perpetúen en nuestras pantallas, pero no es un problema exclusivo de los directores de casting.
¿Qué aspectos positivos destacaría de la gestión de los directores de casting?
J.P.: Yo me he encontrado con directores de casting de todo tipo. Es verdad que los hay que parecen aborrecer la profesión y les da lo mismo ocho que ochenta, pero también los hay que adoran su trabajo y cuando haces una prueba con ellos disfrutas y te sientes valorado independientemente de que al final consigas el trabajo.
¿Debería establecerse un sistema de rotación de trabajo como en Francia?
J.P.: No sé si conozco suficientemente el sistema francés como para opinar de él, pero no estoy del todo seguro de que sea justo. Por una parte se aligeraría un poco el embotellamiento del que hablábamos antes y el paro no sería algo tan dramático, pero por otra, creo que sería difícil garantizar que trabajara el que más lo se lo merece. Aunque eso también pasa actualmente, no sé, es un tema muy peliagudo.
¿Echa de menos sentido del riesgo a la hora de apostar por caras nuevas?
J.P.: Por supuesto.
Se comenta que en determinadas series no han contratado actores por no haber tenido una experiencia profesional en televisión previa. ¿a qué atribuye esos comportamientos?
J.P.: Al conservadurismo de las cadenas una vez más. Es cierto que hay que entender que aparecer en una serie conlleva una responsabilidad hacia las personas que te han contratado y que sin experiencia previa es muy difícil demostrar que se tiene la capacidad necesaria, pero las pruebas deberían servir exactamente para eso.
¿Qué se podría aprender de las series estadounidenses?
J.P.: La verdad es que actualmente sigo varias series estadounidenses, y lo que más me gusta de ellas es precisamente el riesgo a la hora de escoger las temáticas tratadas. También creo que podríamos aprender algo sobre el planteamiento de su industria.
¿Cree que la televisión nacional a través de la ficción reivindica lo suficientemente la memoria histórica?
J.P.: No, y además, creo que se da una visión excesivamente edulcorada de lo que sucedió en aquellos años, como si no se quisiera molestar a nadie.
Lo preguntaba porque una de sus apariciones más recordadas en una serie fue en una serie de época, Cuéntame, en la qué interpretaba a Lluis Llach. ¿qué supuso para usted esa experiencia? ¿qué recuerdo guarda?
J.P.: Guardo un recuerdo muy grato, fue la primera vez que interpretaba alguien real, y además vivo, con lo que había una carga extra de responsabilidad. Me pasé tardes enteras aprendiéndome de memoria sus movimientos del concierto en el Olimpia de París, y intentando modular la voz al hablar como lo hace él.
Precisamente Lluis Llach se encargó de componer la banda sonora de la película más conocida en la que ha intervenido, Salvador. ¿Qué es lo qué más le atrajo del proyecto?
J.P.: Sinceramente, todo. Conocía la historia porque en Catalunya es un tema que siempre ha estado muy presente, me encanta Antártida (la película anterior de Manuel Huerga). Estar al lado de actorazos como Tristán Ulloa, Ingrid Rubio o el propio Daniel Brühl también era un agran aliciente. Además, les di un alegrón a mis padres, ellos vivieron muy de cerca todo lo sucedido, y les encantó la película.
¿Considera demasiado agudo el contraste establecido en la primera hora de proyección y la segunda?
J.P.: No, no creo que haya demasiada diferencia. Lo que sí te puedo decir es que de seis o siete horas rodadas, el metraje final se redujo a menos de dos, y un montaje así es muy difícil de llevar a cabo, de todas formas creo que el resultado final es excelente.
¿Qué le diría a aquellos que protestan ante la reivindicación de la familia de Puig Antich sobre el caso?
J.P.: Que se informaran, que se interesaran un poco más por lo que pasó en ese portal de Barcelona y por cómo se desarrolló todo el proceso judicial. La reivindicación de la familia Puig es perfectamente legítima y deseo con todas mis fuerzas que algún día consigan su propósito. Durante el rodaje tuvimos la suerte de conocer a las hermanas, y fue una de las experiencias más intensas de mi vida. Había días en el set que era difícil rodar por la emoción.
En la actualidad se emite otro papel suyo en otra ficción ambientada en el franquismo, Amar en tiempos revueltos. Descríbame a Jesús Menéndez.
J.P.: Jesús es un estudiante de provincias, un poco ingenuo, pero con las ideas muy claras, que esconde algún que otro secreto. Perdóname si no me extiendo más, pero hay cosas que el espectador tiene que descubrir capítulo a capítulo.
¿Qué condicionantes impulsan a Jesús a delatar al compañero?
J.P.: Bueno, digamos que no es un simple chivatazo, es una acción estudiada y premeditada que está muy lejos de ser algo puntual
¿Cómo preparó un personaje caracterizado por la ambigüedad, por la diferencia entre lo qué parece que piensa y hace con lo que realmente piensa y actúa?
J.P.: Pues como si se tratara de dos personas distintas, la verdad. Primero llevados los dos al extremo y después acercándolos poco a poco. Jesús es el personaje más complejo que he interpretado hasta la fecha, y estoy disfrutando mucho con él.
¿Su contacto con Alicia le hará replantearse ideas?
J.P.: No quiero avanzar demasiado, pero sí te diré que es un personaje que va cambiando con el paso de los días y los acontecimientos.
¿Cree que en la universidad actual los estudiantes son más comprometidos que en 1947, o más individualistas?
J.P.: Muchísimo más individualistas. De hecho, creo que hoy día los estudiantes universitarios organizados en sindicatos u organizaciones son una minoría frente a una masa que va por libre, y en esos años, aunque de forma clandestina, casi todos los estudiantes de izquierdas pertenecían a alguna organización.
¿Por qué una película como Las 13 rosas puede resultar a día de hoy molesta?
J.P.: Supongo que porque setenta años después todavía hay conciencias intranquilas al respecto de esa época.
¿Qué hay detrás de las acusaciones de remover la mierda?
J.P.: Esas mismas conciencias intranquilas, y sus mecanismos de defensa.
¿Son necesarias más propuestas de este tipo?
J.P.: Sí. Hay gente que dice que ya hay demasiadas películas sobre la Guerra Civil y la post -guerra, pero yo creo que todavía quedan muchas heridas por cerrar, y que seguir hablando de ello, a modo de terapia, ayudaría mucho.
¿Qué opinión le merece la cinematografía del país?
J.P.: El cine aquí es algo así como un hijo yonqui que quiere dejar la droga. Toda la familia intenta ayudar y el chico se esfuerza mucho, y a veces lo consigue de forma momentánea y entonces todo es perfecto, pero siempre hay recaídas.
¿Sabía que la academia intentó suprimir el Goya a los de los cortometrajes?
J.P.: Sí, por supuesto, de hecho firmé en contra de la medida en una recogida de firmas que puso en marcha la plataforma indignados.org. La verdad es que me parece un error terrible, la academia pone como excusa que busca que la ceremonia se desarrolle con más agilidad, pero no creo que sea esa la manera de conseguirlo.
¿Sabe que quieren quitar el Goya a la Película Europea? ¿Es un error o no?
J.P.: Sí. Por supuesto, creo que la única forma de hacer frente a la industria norteamericana es que la industria europea esté cada vez más unida, mediante coproducciones y este tipo de premios, que también existen en Francia o Inglaterra, y al suprimirlos lo único que fomentamos es desunión.
¿Algún proyecto a la vista?
J.P.: De momento estoy centrado en la serie, aunque estoy intentando mover un espectáculo teatral y otro musical de pequeño formato con algunos compañeros.

CUESTIONARIO
Una obra de teatro que haya visto este año, y le haya gustado
: Me encantó Mujeres soñaron caballos, de Daniel Veronese.
Películas extranjeras que le ha gustado este año: La vida de los otros me impresionó mucho, también disfruté con Breaking and entering, de Minghella, y Promesas del este, de Cronenberg.
Directores de cine (muertos y vivos): Uf. Tantos y tan distintos… Truffaut, Berlanga, Ettore Scola, Scorsese, Haneke, Kubrick, Lynch, Mike Leigh, Sam Mendes, Carlos Sorín, Paul Thomas Anderson, Ioseliani, Buñuel, David Fincher, Fellini, Kim ki duk, Kusturica, Kar Wai Wong...
Clase de música: Disfruto lo mismo un disco de Miles Davis que la electrónica de Richard D. James, pasando por grupos como TV on the Radio y Headphones o solistas como Beirut o Elliott Smith. Supongo que en cuestión de música también soy bastante ecléctico.
Libros: cualquier cosa de Roberto Bolaño, Haruki Murakami o Cormac MacCarthy.
Actores y actrices españoles favoritos: por decir sólo algunos… Eduard Fernández, Ernesto Alterio, Javier Bardem, y Tristán Ulloa por un lado, y Victoria Abril, Adriana Ozores y Elvira Mínguez por el otro.
Actores y actrices españoles a reivindicar (jóvenes y mayores, y que sean menos conocidos para el gran público). De los de mi edad me gustan mucho Raúl Arévalo y Ana Villa, que está conmigo en la serie, y de los mayores siempre me han alucinado José Luis Gómez y Montserrat Carulla.

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