martes, 5 de febrero de 2008

Sweeney Todd: el barbero diabólico de la calle Fleet

SWEENEY TODD: EL BARBERO DIABÓLICO DE LA CALLE FLEET
Lágrimas ensangrentadas
Por Alejandro Cabranes Rubio
Para Raúl Fernández

En Eduardo Manostijeras (Edward Scissorhands, Tim Burton, 1990), una criatura llamada Eduardo (Johny Depp) perdía su felicidad cuando su fabricante (memorable Vincent Price) fallecía inesperadamente, truncando así su posibilidad de ponerle unas manos corrientes y sustituir así las tijeras que formaban parte de su cuerpo. Diecisiete años después Tim Burton nos vuelve a presentar a otro ser (un barbero que se hace llamar Sweeney Todd: de nuevo Johnny Depp) cuya vida apacible se marchita, en esta ocasión por su encarcelamiento injusto a cargo de la acción de un hombre, el Juez Turpin (Alan Rickman), que deseaba a la mujer de Todd (incorporada por Laura Michelle Kelly) y su hija Johanna (la cual adquirirá en su juventud los rasgos de Jayne Wisener)… Tanto Eduardo Manostijeras como Sweeney Todd están protagonizadas por hombres marginados, tratados cruelmente por sus semejantes, y que cuando consuman su venganza sobre aquellos que ostentaban el poder no recuperan esa felicidad perdida, quedando o bien excluidos de la sociedad o torturados por sus propios errores… (Nota: en adelante destriparé detalles de la película para analizarla, por lo que invito al lector a esperar a leer estas líneas más tarde).

La soledad, las lacras morales de una sociedad que vive bajo el confort para disimular su putrefacción interior, han formado parte siempre del acervo temático del cine de Burton, trátese de su díptico sobre Batman (en el que figuras como Catwoman, Batman o El Pingüino no son más que enfermos de un mismo mal), el incomprendido Ed Wood… Ese mundo tan reconocible –a nivel argumental- tenía su equivalencia con una iconografía gótica que incluía una fotografía oscura (Big Fish y Charlie y la fábrica de chocolate son excepciones en ese sentido) y la presencia en pantalla de mansiones angulosas, protegidas por rejas puntiagudas…

Ese reconocimiento inmediato del cine de Tim Burton ha producido algunos desperfectos: el director ha tomado un poco conciencia de su propio estilo de tal modo que hay en él una mayor rigidez en su fondo. Aunque notables, Sleepy Hollow (1999), Big Fish (2003) y Charlie y la fabrica de chocolate (Charlie and the Chocolat Factory, 2005) se resentian de una estructura dramática en exceso episódica y esquemática. La rica mezcla genérica de Eduardo Manostijeras ha dado paso a una rigidez que también afecta a Sweeney Todd: el guionista, el temible John Logan (El aviador, Gladiator), no logra matizar el dibujo del Juez Turpin, cuyas carencias afectivas –el personaje no es más que una víctima de sí mismo- sabe expresar tan certeramente Alan Rickman.

Dejando al margen esas pequeñas flaquezas, Sweeney Todd se presenta como una propuesta más que digna, que gana enteros cuando se centra en Todd, un ser que en su ansia de venganza llega a rebanar el pescuezo a su mujer (a la que creía muerta), y la dueña de un restaurante, Miss Lovett (Helena Bonham Carter); una cuya aparente bondad y amor hacia Todd y Toby (Ed Sanders), el muchacho maltratado por un antiguo aprendiz de Todd, Adolfo Pirelli (Sacha Baron Cohen), esconde su desmedido egoísmo. Burton nos brinda el espléndido retrato de una mujer que quiere retener a Todd (ocultándole el hecho de que su mujer aún vive) por amor; y que usa los cadáveres que éste va coleccionando para poder rellenar sus empanadas… Sweeney Todd nos vuelve a hablar de la posibilidad de amar y querer en el marco de una comunidad viciada, a la que Burton describe –como bien apunta Antonio José Navarro en su ensayo sobre el filme- en el “gigante travelling en retroceso que va, desde la ventana del ático donde Todd afeita y mata, hasta los cielos de Londres, mostrando una ciudad oscura, sucia de hollín, de calles sinuosas y edificios que se apretujan unos contra otros” (Navarro, “Opera entre tinieblas”, p. 24-26, Dirigido por, Nº375, 2008)…

En ese asfalto en el que unas personas sólo aspiran a un poco de cariño, los más horrendos actos pueden ser cometidos por cada habitante. De ahí que Tim Burton los hermane a todos a través de una serie de desenfoques que además de sugerir esa “turbación emocional” logra –gracias a su correcta dosificación- dotar a sus criaturas de un vínculo fraternal mediante un tropo visual usado en contadas ocasiones: cuando Todd contempla su cuchilla de afeitar; cuando su mujer entra horrorizada como “invitada” forzada en casa de Turpin; cuando Johanna vislumbra desde la ventana a Anthony Hope (Jaime Campbell Bower), el marinero que salvó la vida a Todd… Anhelos de venganza y libertad que se funden en un único recurso visual. La cámara de Burton desciende directamente sobre a los adentros de unos personajes torturados por sus recuerdos, o que sueñan despiertos. Pienso en el travelling de aproximación hacia la cabeza de Todd (y que lo embarga en el doloroso recuerdo de días mejores que brotan en su mente); en el otro travelling que acompaña a Anthony cantando a su amada Johana mientras unas rejas lo aprisionan en el encuadre (indicando que su relación todavía no es posible); en las recíprocas panorámicas que muestran a Todd y Johanna viendo una antigua fotografía (una manera de reforzar su vínculo de manera cinematográfica, y que ya usó el propio Burton en Eduardo Manostijeras); y sobre todo esa extraordinaria fuga mental en la que la señora Lovett imagina su boda con Todd y la cámara viaja literalmente a una playa… Sweeney Todd vuelve a fascinar como siempre en Burton por el peso de determinados detalles (cf. el descubrimiento, por parte de Toby, de un dedo humano en el relleno de una empanada; la forma abrupta con la que concluye la secuencia en la que el niño cierra las puertas del local a la que fuera la mujer de Todd; el empleo del fuera de campo en la escena en la que Todd hace una demostración de cómo puede afeitar una barba con un solo corte; la inquietud que se genera en ese momento en el que Todd parece que va a degollar a un cliente más y un contraplano de la familia de éste esperando dentro de la barbería provoca el alivio del espectador; la descripción del local de Mrs. Lovett mientras la protagonista mata cucarachas y cocina al mismo tiempo); por la fuerza con la que se retrata unos instantes de felicidad (el pasado de Todd está filmado con la misma pureza con la que Burton evocaba al inventor mientras compartía sus conocimientos con Eduardo); por su sentido de la observación (cf. admirable cómo el director retiene el primer plano de Turpin dictando una durísima sentencia contra un malhechor reincidente de tal manera que “esa condena parezca aún más firme”…a pesar de que en el plano siguiente se descubra que este no es más que un niño atemorizado por el juez); por su energía narrativa… Sweeney Todd es la obra de un director que imprime una notable fuerza a su película (sobre todo en el patético y trágico final como en el justamente célebre número musical “Johanna” que logra vincular a Todd, su mujer y el pretendiente de su hija común en apenas unos minutos), en la que esa felicidad truncada para muchos al menos en esta ocasión será recuperable para dos jóvenes que puedan –al revés de lo que le ocurría a Eduardo Manostijeras y su amada- construir un futuro lejos de tanta escoria humana…

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