Por Alejandro Cabranes Rubio
Para Raúl Fernández
En Eduardo Manostijeras (Edward Scissorhands, Tim Burton, 1990), una criatura llamada Eduardo (Johny Depp) perdía su felicidad cuando su fabricante (memorable Vincent Price) fallecía inesperadamente, truncando así su posibilidad de ponerle unas manos corrientes y sustituir así las tijeras que formaban parte de su cuerpo. Diecisiete años después Tim Burton nos vuelve a presentar a otro ser (un barbero que se hace llamar Sweeney Todd: de nuevo Johnny Depp) cuya vida apacible se marchita, en esta ocasión por su encarcelamiento injusto a cargo de la acción de un hombre, el Juez Turpin (Alan Rickman), que deseaba a la mujer de Todd (incorporada por Laura Michelle Kelly) y su hija Johanna (la cual adquirirá en su juventud los rasgos de Jayne Wisener)… Tanto Eduardo Manostijeras como Sweeney Todd están protagonizadas por hombres marginados, tratados cruelmente por sus semejantes, y que cuando consuman su venganza sobre aquellos que ostentaban el poder no recuperan esa felicidad perdida, quedando o bien excluidos de la sociedad o torturados por sus propios errores… (Nota: en adelante destriparé detalles de la película para analizarla, por lo que invito al lector a esperar a leer estas líneas más tarde).
La soledad, las lacras morales de una sociedad que vive bajo el confort para disimular su putrefacción interior, han formado parte siempre del acervo temático del cine de Burton, trátese de su díptico sobre Batman (en el que figuras como Catwoman, Batman o El Pingüino no son más que enfermos de un mismo mal), el incomprendido Ed Wood… Ese mundo tan reconocible –a nivel argumental- tenía su equivalencia con una iconografía gótica que incluía una fotografía oscura (Big Fish y Charlie y la fábrica de chocolate son excepciones en ese sentido) y la presencia en pantalla de mansiones angulosas, protegidas por rejas puntiagudas…
Para Raúl Fernández
En Eduardo Manostijeras (Edward Scissorhands, Tim Burton, 1990), una criatura llamada Eduardo (Johny Depp) perdía su felicidad cuando su fabricante (memorable Vincent Price) fallecía inesperadamente, truncando así su posibilidad de ponerle unas manos corrientes y sustituir así las tijeras que formaban parte de su cuerpo. Diecisiete años después Tim Burton nos vuelve a presentar a otro ser (un barbero que se hace llamar Sweeney Todd: de nuevo Johnny Depp) cuya vida apacible se marchita, en esta ocasión por su encarcelamiento injusto a cargo de la acción de un hombre, el Juez Turpin (Alan Rickman), que deseaba a la mujer de Todd (incorporada por Laura Michelle Kelly) y su hija Johanna (la cual adquirirá en su juventud los rasgos de Jayne Wisener)… Tanto Eduardo Manostijeras como Sweeney Todd están protagonizadas por hombres marginados, tratados cruelmente por sus semejantes, y que cuando consuman su venganza sobre aquellos que ostentaban el poder no recuperan esa felicidad perdida, quedando o bien excluidos de la sociedad o torturados por sus propios errores… (Nota: en adelante destriparé detalles de la película para analizarla, por lo que invito al lector a esperar a leer estas líneas más tarde).
La soledad, las lacras morales de una sociedad que vive bajo el confort para disimular su putrefacción interior, han formado parte siempre del acervo temático del cine de Burton, trátese de su díptico sobre Batman (en el que figuras como Catwoman, Batman o El Pingüino no son más que enfermos de un mismo mal), el incomprendido Ed Wood… Ese mundo tan reconocible –a nivel argumental- tenía su equivalencia con una iconografía gótica que incluía una fotografía oscura (Big Fish y Charlie y la fábrica de chocolate son excepciones en ese sentido) y la presencia en pantalla de mansiones angulosas, protegidas por rejas puntiagudas…

Dejando al margen esas pequeñas flaquezas, Sweeney Todd se presenta como una propuesta más que digna, que gana enteros cuando se centra en Todd, un ser que en su ansia de venganza llega a rebanar el pescuezo a su mujer (a la que creía muerta), y la dueña de un restaurante, Miss Lovett (Helena Bonham Carter); una cuya aparente bondad y amor hacia Todd y Toby (Ed Sanders), el muchacho maltratado por un antiguo aprendiz de Todd, Adolfo Pirelli (Sacha Baron Cohen), esconde su desmedido egoísmo. Burton nos brinda el espléndido retrato de una mujer que quiere retener a Todd (ocultándole el hecho de que su mujer aún vive) por amor; y que usa los cadáveres que éste va coleccionando para poder rellenar sus empanadas… Sweeney Todd nos vuelve a hablar de la posibilidad de amar y querer en el marco de una comunidad viciada, a la que Burton describe –como bien apunta Antonio José Navarro en su ensayo sobre el filme- en el “gigante travelling en retroceso que va, desde la ventana del ático donde Todd afeita y mata, hasta los cielos de Londres, mostrando una ciudad oscura, sucia de hollín, de calles sinuosas y edificios que se apretujan unos contra otros” (Navarro, “Opera entre tinieblas”, p. 24-26, Dirigido por, Nº375, 2008)…

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