miércoles, 2 de enero de 2008

Apocalypto

APOCALYPTO
Los árboles de la muerte
Por Alejandro Cabranes Rubio

En 2006 Mel Gibson protagonizó un episodio lamentable que de forma no menos asquerosa tuvo una difusión desmedida. En el transcurso de éste, el actor dejaba translucir sin tapujos una personalidad abiertamente reaccionaria, misógina, homófoba, antisemita. Por si fuera poco en toda su filmografía como realizador había demostrado, con una coherencia interna consigo mismo evidente, un cierto interés en regresar al pasado histórico y reivindicarlo como la manera más genuina de una vida que los representantes de la modernidad han corrompido. La obsesión por transmitir esa herencia clásica, ajena a las veleidades de Juan XXIII en el Concilio Vaticano, se ha manifestado en cada uno de los fotogramas filmados por él, incluso con una aguerrida defensa del ojo por ojo que más vale no incidir demasiado en ella. Qué fácil sería vilipendiar a Apocalypto en tales circunstancias, pues se ajusta al patrón con todas las de la ley. Pero, mal que cueste reconocerlo, cada título de Mel Gibson como director ha supuesto una mejoría en relación al anterior de tal modo que su contenido ideológico se ha ido superponiendo menos a la estructura de cada largometraje en cuestión, favorecido por una incipiente capacidad de contarnos historias… a través del poder de las imágenes. Así pues a la desfigurada narrativa de El hombre sin rostro (1993) ha sucedido un Braveheart (1995) con momentos criticables, pero poseedora de un aliento trágico nada desdeñable, y de ahí a su confirmación como un director tan megalómano como brillante…

Apocalypto, digámoslo ya claramente, no es una obra maestra…pero por muy poco: sólo le sobra el pegote de una pesadilla filmada. Su prólogo roza lo magistral: un travelling se adentra entre la jungla donde los aldeanos –que serán víctimas de la civilización maya- Jaguar y Obtuso buscan carne con la que alimentarse, y se acciona una trampa para después proceder al reparto del animal…generando una discusión. Su prólogo, además de ejercer de reflejo premonitorio de la resolución de la trama, compendia el auténtico significado de la cinta: Apocalypto denuncia la cacería de una humanidad dispuesta a abrirse las mismas entrañas mientras se pudre por dentro, y con ella sus auténticas ganas de vivir. La película se puede considerar como la denuncia de una traición como todas las anteriores de Gibson. En ella conceptos como barbarie y civilización quedan invertidos; la muerte cruel queda transfigurada en mera supervivencia: Apocalypto narra la súbita escapatoria de un mundo que debe comenzar de nuevo.

El discurso está vez resulta menos tendencioso que en anteriores ocasiones: a pesar de demostrar una villanía atroz, los mayas fenecerán de manera no menos espantosa y sufrirán la misma colonización que ellos impusieron a las comunidades de su entorno. Por su parte a pesar de su carácter de víctima, Jaguar también se venga a gusto de los asesinos de su pueblo. Obtuso , que rechazaba cualquier trato con su suegra, tendrá una mirada de abierta compasión hacia ella una vez que queden prisioneros de los mayas.

Apocalypto atesora un notable trabajo puesta en escena que logra cobrar auténtico vigor su propuesta, seleccionado un símbolo visual que puntúa el devenir del relato: los árboles cuyas ramas se sacuden cuando fallece desangrado un valiente guerrero; o ralentizan la caída de quienes son arrojados al vacío. Troncos que se desploman ante el paso de la esclavización… En sus copas albergan jaguares, y en ellas reptan serpientes venenosas… Apocalypto nos habla de la oscuridad de un paraíso eclipsado por la maldad y la muerte representada en la salvaje y viva naturaleza; por el ocaso de una vida cuyo fin siempre es mostrado de manera serena y limpia, casi frontal. Momentos como en los que los prisioneros asumen su propio destino contemplando los dibujos que decoran el interior de las pirámides, o el travelling lateral a la izquierda que muestra por última vez la aldea destruida poseen una fuerza dramática sorprendente, marcada por una atmósfera plagada de malos augurios, y que reservan secuencias inolvidables. Como en la que una niña profetiza su final a los mayas mientras un travelling de retroceso se aleja de ella, como si la cámara quisiera evadirse de sus certeras palabras…

Un pulso narrativo poético se adueña de la cinta en fragmentos como en el que a pesar de la distancia Jaguar y su mujer Seven piensan el uno en el otro, o aquel en el que el estallido de la lluvia coincide con la ruptura de aguas de la segunda… Gracias a su gran inventiva, su capacidad para captar los gestos de los hombres mientras hablan en la hoguera, o en su sentido de la observación (cf. los planos de la sangre vertida deslizándose por una hoja; de la pintura azul de Jaguar que queda incrustada en la corteza de los árboles al rozar con ella en su huida; la panorámica que enseña cómo Seven cose las heridas a su hijo pequeño; los planos que aprisionan a los protagonistas en su cabaña mientras esperan la llegada de los maya), Apocalypto coloniza la pantalla grande, adentrándose en una selva cuya virginidad ha sido usurpada por la maldad de los hombres.

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